– ¿Libre? -murmuró el teniente Ohlsen.

Miró hacia la puerta que había detrás de los bancos del público y pensó: «Nadie es libre en el Tercer Reich. Todo el mundo es prisionero. Desde el recién nacido hasta el viejo en su lecho de muerte.»

– En caso contrario -gruñó malévolamente el doctor Beckmann, inclinándose amenazador sobre su mesa-, ya sal lo que le espera.

El teniente Ohlsen sabía lo que le esperaba.

El presidente asintió con la cabeza.

El doctor Beckmann se volvió hacia los jueces.

– Con el permiso de este tribunal, prescindiremos del acta de acusación original, para formular nuevos cargos contra el acusado, sin instrucción preliminar. Hasta esta mañana no he recibido estos documentos, procedentes del servicio especial de la policía secreta. Estos documentos son claros, y un breve interrogatorio del acusado convencerá al tribunal de la inutilidad de una instrucción previa.

El presidente volvió a asentir.

– Permiso concedido. El tribunal prescinde de una instrucción previa.

– Teniente, el 2 de febrero de 1942 estaba usted al mando de la 5.ª Compañía del 2.° Regimiento de Tanques. ¿Es cierto?

– Sí.

El doctor Beckmann sonrió, seguro del resultado.

– ¿Quiere explicar al tribunal dónde combatía usted?

– No lo recuerdo con exactitud. -El teniente Ohlsen reflexionó. Contempló la gran fotografía de Hitler, que colgaba detrás del juez. El Führer en uniforme de gala verde, diseñado por él mismo, que debía ser una imagen de su sencillez-. Supongo que era cerca del recodo del Dniéper, pero no podría asegurarlo con exactitud. He combatido en tantos sitios…

El doctor Beckmann golpeó triunfalmente su mesa.

– El recodo del Dniéper. Exacto. Su División había sido situada en la zona del Wjasma Rshew. Había recibido usted la orden de que su Compañía ocupara una posición cerca de Olenin, al oeste de Rshew. ¿Lo recuerda?

– Sí. Nuestra División estaba a punto de ser cercada. Las Divisiones 19.ª y 26.ª de Caballería rusas nos habían desbordado por el Sur. Por el Norte, atacaba la 822.ª División Especial Blindada Rusa.

– Gracias, gracias -terció el doctor Beckmann-. No nos interesa saber lo que hacían los rusos. Su División Blindada existe aún. Y, por lo tanto, todas sus explicaciones no son más que habladurías. -Dirigió una mirada hacia los bancos del público, llenos a rebosar de oficiales en potencia-: Una División Blindada alemana no puede ser cercada por los soviéticos, que son una raza inferior. Esto no puede ocurrir.

Se escucharon murmullos en el auditorio.

– ¡Silencio! -rugió el presidente, golpeando su pupitre.

– ¿Recuerda usted bien la región de Olenin, teniente?

– Sí -contestó son sequedad el teniente Ohlsen.

– Usted había recibido orden verbal de un comandante, el coronel Von Lindenau, de ocupar las posiciones cerca de Olenin, porque en dicha región se había producido una brecha. La brecha estaba exactamente a lo largo de la vía férrea, a dos kilómetros de Olenin.

– ¿Qué vía férrea? -preguntó uno de los jueces.

No era que aquello le interesara ni que tuviese la menor importancia, pero consideró que debía hacer una pregunta.

– ¿Qué vía férrea? -repitió el doctor Beckmann, sorprendido. Rebuscó entre sus papeles, furioso, y murmuró de nuevo-: ¿Qué vía férrea?

El teniente Ohlsen contemplaba tranquilamente su búsqueda.

– Era la línea Rshew-Nelidowo.

– ¡Responda cuando se le interrogue! -gritó el doctor Beckmann, irritado-. Aquí lo sabemos todo perfectamente. El señor juez me ha preguntado a mí, no a usted. Se volvió hacia los jueces y se inclinó servilmente. -Se trata de la vía férrea Rshew-Nelidowo. Una línea secundaria.

El teniente Ohlsen consideró que debía rectificar al doctor Beckmann. Se levantó.

– Me permito hacerle observar que no se trata de una línea secundaria, sino de la línea de vía doble Moscú-Riga.

Un ligero rubor coloreó el rostro del doctor Beckmann, Excitado, vociferó:

– ¡Conteste cuando se le interrogue! ¡Ya se lo he advertido una vez!

– El juez ha hecho una pregunta -se defendió el teniente Ohlsen.

– El señor juez me ha hecho una pregunta a mí y no a usted -gritó el doctor Beckmann-. Y a nuestros ojos es una línea secundaria.

– Entonces es una gran línea secundaria, de unos mil kilómetros de longitud -contestó vagamente el teniente Ohlsen.

– Esto no nos interesa -replicó el doctor Beckmann, dando un golpe sobre sus documentos-. Cuando digo que es una línea secundaria, lo es. Estamos en Alemania, y no en los pantanos soviéticos. Aquí tenemos conceptos distintos. Pero prescindamos de este maldito ferrocarril. Así, pues, usted había recibido orden de su comandante de ocupar una posición al este de Olenin, y la orden decía que nada, nada en absoluto, ni Dios, ni el diablo, ni el Ejército rojo en masa, debía hacerle abandonar aquella posición. Debía usted permanecer cerca de Olenin y asegurar sus líneas por ambos lados y por la vanguardia. ¿Se trataba de eso? -gritó, señalando al teniente Ohlsen con un cuidado dedo acusador.

El teniente Ohlsen murmuró algo incomprensible.

– ¿Sí o no? -gritó el Oberkriegsgerichtsrat doctor Beckmann.

– Sí.

El doctor Beckmann estaba radiante.

– Por lo tanto, estamos de acuerdo respecto a la orden que le dio su coronel, y podemos proseguir para que el tribunal pueda darse cuenta de su tremenda cobardía. Su compañía luchaba como Infantería. Usted no mandaba una Compañía ordinaria, sino una muy reforzada. Puede usted corregirme si esto no es exacto. De acuerdo con la orden escrita, se le concedió adicionalmente una Sección de Cazadores de Tanques armada con cañones anticarros de 75 milímetros y una Sección de Zapadores Lanzallamas con material pesado. Pero usted mismo no puede explicar al tribunal cuáles eran los efectivos de su Compañía al ocupar aquella posición cerca de Olenin.

– Sí -repuso el teniente Ohlsen, mientras se ponía en pie-. Mi Compañía constaba de doscientos cincuenta hombres, de veinticuatro cazadores de carros y de veinte lanzallamas.

– Una Compañía de aproximadamente trescientos hombres -prosiguió el doctor Beckmann-. Creo que muy bien se la puede considerar reforzada. Pero, háblenos de su armamento.

El teniente Ohlsen inspiró profundamente. Comprendía ya lo que deseaba el cazador de hombres. Miró al presidente, que jugueteaba con su lápiz y se aburría. Dibujaba monstruos prehistóricos en su secante.

– Mí Compañía estaba armada con dos cañones antitanques de 75 milímetros, dos lanzallamas de ochenta milímetros, tres lanzagranadas de cincuenta milímetros, de origen ruso, dos ametralladoras pesadas, seis ametralladoras ligeras, cuatro lanzallamas pesados y cuatro ligeros. Todos los jefes de grupo y de sección tenían pistolas ametralladoras. Además, teníamos las armas ordinarias de las Zapadores, como minas y cosas por el estilo.

El doctor Beckmann asintió con la cabeza.

– Su memoria es notable. Este era exactamente el armamento de su compañía reforzada. Sólo me queda añadir que su provisión de pistolas automáticas era excepcional. Tenía usted ciento veinte piezas, y pese a este enorme armamento, dio usted pruebas de cobardía.

– Esto no es cierto -murmuró el teniente Ohlsen con tono apenas audible.

El doctor Beckmann sonrió.

– El único que miente aquí es usted. ¿Quién dio a la Compañía la orden de retirarse? ¿Uno de sus suboficiales? ¿Uno de sus hombres? No, usted, el jefe de la Compañía.

– Mi Compañía estaba ya aniquilada -gritó, con desesperación, el teniente Ohlsen.

– ¿Aniquilada? -replicó el doctor Beckmann-. Tiene usted un extraño concepto de lo que es el aniquilamiento. Incluso un niño sabe que significa que todo está destruido. Pero su presencia aquí demuestra lo contrario. Fijémonos de nuevo en la orden que recibió usted: la posición debía ser mantenida a toda costa.

– ¿Puedo solicitar al señor presidente permiso para explicar lo que ocurrió en aquella posición?