Esta interesante conversación fue interrumpida por el médico aspirante, que llegó en tromba, con su blusa blanca flotando a sus espaldas.

Stever dio el parte. El médico aspirante miró al ahorcado, se encogió de hombros, sacó unos papeles de su cartera, se sentó ante la burda mesa… Llenaron y sellaron rápidamente el acta de defunción. Al entregársela a Stever, el médico no pudo dejar de manifestar:

– Si todos los fallecimientos fuesen tan claros, la cosa resultaría fácil. Retire a este tipo. Obergefreiter, y enciérrelo.

Tras de lo cual desapareció como una nube blanca arrastrada por el viento.

Stever y Hölzer levantaron el taburete caído y empezaron a bajar al general.

– Confiesa que es estúpido -rezongó Hölzer-. Primero, lo ahorcamos y sudamos como animales para hacerle un buen nudo, y ahora, vuelta a sudar para descolgarle. Estoy hasta la coronilla.

– ¡Maldita sea, deja de decir estupideces! -rezongó Stever-. En el fondo, aquí no se está tan mal. Podemos quedarnos detrás de las rejas de hierro y reírnos de los cretinos que hacen el ejercicio. ¿Te acuerdas aún de manejar las armas? Yo he olvidado hasta la fecha de mi último ejercicio.

Rezongando y echando pestes, consiguieron llevar al general hasta el subsuelo. El cadáver se les cayó por la escalera y se acusaron recíprocamente de haberle soltado. Lo arrastraron por los pies a lo largo del pasillo del sótano. Se oyó un ruido sordo cuando la cabeza golpeó contra el marco de la puerta de la celda de castigo.

– ¡Maldita sea! No somos más que unos enterradores -gruñó Holzer, exasperado-. No quiero quedarme más Stever, hoy mismo dimito.

– ¡Por todos los diablos, cállate de una vez! -gritó Stever-, si no quieres que te pegue un par de bofetones Si alguna vez acudes a el Verraco para decirle que quieres marcharte, empezará a imaginar cosas. Ya has visto a alguno que ha muerto de un disparo accidental, ¿no?

– ¡Mierda! -murmuró Holzer-. ¡Maldita sea! ¡Qué harto estoy!

El Obergefreiter Stever se inclinó sobre la barra del «Matou». Señaló con un dedo al dueño, Emil Corazón de Piedra.

– Tú no entiendes nada, Corazón de Piedra. La mayoría se dejan cortar el cuello sin decir ni pío. Lo peor es cuando les atan y cuando caen.

– No quiero oír hablar de tu máquina mortífera -gruñó Emil-. Mi trabajo consiste en vender alcohol, y lo demás no me interesa.

– En este momento, tenemos preparado a un teniente de Tanques. Un buen chico. Lo acepta todo sin rechistar. También él va a emprender el gran viaje. Un buen sujeto. No lloriquea.

– No me gustas, Stever. Eres un tipo repugnante - dijo Emil, quien fingió abstraerse en la limpieza del vaso que tenía en las manos.

Stever vació su copa y la hizo llenar de nuevo.

– ¿Por qué soy un tipo repugnante, Corazón de Piedra?

– Porque has asimilado las prisiones y la guerra. Ya no eres un hombre. Te gusta hacer daño.

– ¿Estás chiflado, Emil? Claro que no me gusta. Ni yo mismo me gusto.

– Ya lo ves -dijo triunfalmente Corazón de Piedra, mientras dejaba el vaso en una estantería, encima del espejo-. Incluso tú confiesas que eres un tipo asqueroso. Nadie te quiere. El día menos pensado, te balancearás en el extremo de una cuerda. A los tipos como tú, se les ahorca.

Stever sacudió la cabeza, se volvió hacia una mujer que esperaba a los clientes en un rincón. Aún era demasiado temprano. La gente no acudía al «Matou» hasta después de las diez.

– Erika, ¿es cierto que soy repugnante?

– Eres una basura. Una cloaca. Emil tiene razón. Un día te ahorcarán. Hueles a calabozo y a cadalso.

Stever meneó la cabeza.

– No entendéis nada. Los tipos que nos traen me dan lástima. Sí, válgame Dios. Pero, ¿por qué habría de ir a la guerra cuando puedo estar seguro en mi cubil? En una oficina han decidido que el Obergefreiter de dragones Stever ha de ser carcelero; y nunca hay que rebelarse contra el destino. Si un día vienen a ponerme un papel en la mano y a decirme: Obergefreiter Stever, vete a mirar a los rusos, me marcharé sin rechistas, porque no tendré más remedio. Ahora, estoy en mi prisión, y no por mi culpa. ¿Acaso soy yo quien dicta las leyes? ¿Y tengo yo la culpa de que haya guerra? Hago lo que los jefazos me ordenan. Ni más ni menos. Y el día que termine la guerra y que dé la vuelta la tortilla, lo que ocurrirá, entonces, descolgaré mi uniforme de paseo, el del pantalón gris claro y los galones amarillos, e iré al «Huracán 11», a casa de tía Dora, para celebrar la paz y los nuevos tiempos. Y después, dejaré salir de la jaula a todos los cautivos, y me dispondré a recibir los nuevos. Y tú, Emil -Stever señaló a Corazón de Piedra con un dedo acusador-, tú que has fiado alcohol a todos los adoradores de la gallina, marcharás al paso de la oca con todos tus semejantes, en dirección a chirona. Entonces, os tocará a vosotros recibir puntapiés en el culo. Esto es lo que los sabios llaman Némesis.

Echó dos marcos sobre el mostrador y se marchó, sonriendo.

EJECUCIÓN

Al día siguiente, el teniente Ohlsen fue convocado por el Verraco, quien le presentó, muy risueño, el acta de acusación. Tenía que firmarla en tres lugares distintos. Le llevaron de nuevo a su celda, y dispuso de una hora para leer el documento.

El teniente Ohlsen lo desplegó solemnemente:

Policía Secreta de Estado

Servicio Hamburgo

Stadthausbrück, 8

ACTA DE ACUSACIÓN

Kommandantur de la Wehrmacht Hamburgo

División Altona

Diario núm. 14 b.

Al general Von der Oost, comandante de la guarnición, 76.° Regimiento de Infantería, Altona.

Consejo de guerra 391/X. AK contra el teniente de la reserva Bernt Viktor Ohlsen, del 27° Regimiento de Tanques, nacido en Berlín/Dahlem el 12 de mayo de 1919, casado, un hijo. Condenado anteriormente, el 19 de diciembre de 1940, a cinco años de reclusión por falta cometida durante el servicio en el 13.° Regimiento de Ensayo de Tanques, París. Después de ocho semanas de detención en la fortaleza de Glatz, transferido a un Regimiento disciplinario blindado. Actualmente, en arresto preventivo por orden de la Gestapo IV. 2.ª, Hamburgo. Detenido en la guarnición de Altona, bajo la responsabilidad del comandante del 76.° Regimiento de Infantería. Hasta la fecha, sin abogado.

Acuso a Bernt Ohlsen de alta traición mediante:

1.° Reiterada incitación con palabras veladas al asesinato del Führer, Adolph Hitler.

2.° Propagación de bromas injuriosas con respecto a personalidades del Gobierno del Tercer Reich, elegidas por el pueblo alemán de acuerdo con las leyes vigentes. Dichas «bromas» van unidas a este acta en una carpeta azul, señalada con la L, y numeradas de 1 a 10, cada una con el sello de «GE. KADOS».

3.° Al difundir rumores falsos, el acusado ha ayudado a los enemigos del Tercer Reich a minar la moral del pueblo alemán.

Por tales motivos, solicito que el acusado sea condenado a muerte de acuerdo con el artículo 5.° de la «Ley sobre la Protección del Pueblo y del Estado», del 28 de febrero de 1933, y el artículo 80, apartado 2.°, el artículo 83, apartado 2.° y 3.°, así como el artículo 91 b, apartado 73.

La incitación al asesinato del Führer, según el artículo 5.° de la Ley del 28 de julio de 1933, está penada con la ejecutación por decapitación.

Pruebas de convicción:

1.° Confesión del acusado.

2.° Testimonio voluntario de tres testigos:

1) La mujer de la limpieza del cuartel, señora K.