– ¡Y tú, mamá! ¡Llévate inmediatamente a ese niño donde no le vea o le estrello!

Gloria, de rodillas en el fondo de la bañera, empezó a llorar con la cabeza apoyada en el borde, ahogándose, con grandes sollozos.

Yo estaba encogida en un rincón del oscuro pasillo. No sabía qué hacer. Juan me descubrió. Estaba ahora más calmado.

– ¡A ver si sirves para algo en tu vida! -me dijo-. ¡Trae una toalla!

Las costillas se le destacaban debajo de la camiseta que llevaba, y le palpitaban violentamente.

Yo no tenía idea de dónde se guardaba la ropa en aquella casa. Traje mi toalla y además una sábana de mi cama, por si hacía falta. Me daba miedo de que Gloria pudiera atrapar una pulmonía. Yo misma sentí un frío espantoso.

Juan intentó sacar a Gloria de la bañera de un solo tirón, pero ella le mordió la mano. Él soltó una blasfemia y le empezó a dar puñetazos en la cabeza. Luego se quedó otra vez quieto y jadeante.

– Por mí puedes morirte, ¡bestia! -le dijo al fin. Y se fue, dando un portazo y dejándonos a las dos. Me incliné hacia Gloria.

– ¡Vamos! ¡Sal enseguida, mujer!

Ella continuaba temblando, sin moverse, y, al sentir mi voz, empezó a llorar insultando a su marido. No opuso resistencia cuando empecé a sacudirla y a tratar de que saliera de la bañera. Ella misma se quitó las ropas chorreantes, aunque sus dedos le obedecían con dificultad. Frotando su cuerpo lo mejor que pude, entré yo en calor. Luego me sobrevino un cansancio tan espantoso que me temblaban las rodillas.

– Ven a mi cuarto, si quieres -le dije, pareciéndome imposible volver a dejarla en manos de Juan.

Me siguió envuelta en la sábana y castañeteándole los dientes. Nos acostamos juntas, envueltas en mis mantas. El cuerpo de Gloria estaba helado y me enfriaba, pero no era posible huir de él; sus cabellos mojados resultaban oscuros y viscosos como sangre sobre la almohada y me rozaban la cara a veces. Gloria hablaba continuamente. A pesar de todo esto mi necesidad de sueño era tan grande que se me cerraban los ojos.

– El bruto… El animal… Después de todo lo que hago por él. Porque yo soy buenísima, chica, buenísima… ¿Me escuchas, Andrea? Está loco. Me da miedo. Un día me va a matar… No te duermas, Andreíta… ¿Qué te parece si me escapara de esta casa? ¿Verdad que tú lo harías, Andrea? ¿Verdad que tú en mi caso no te dejarías pegar?… Y yo que soy tan joven, chica… Román me dijo un día que yo era una de las mujeres más lindas que había visto. A ti te diré la verdad, Andrea. Román me pintó en el parque del castillo… Yo misma me quedé asombrada de ver lo guapa que era cuando me enseñó el retrato… ¡Ay, chica! ¿Verdad que soy muy desgraciada?

El sueño me volvía a pesar en las sienes. De cuando en cuando me espabilaba, sobresaltada, para atender a un sollozo o a una palabra más fuerte de Gloria.

– Yo soy buenísima, buenísima… Tu abuelita misma lo dice. Me gusta pintarme un poco y divertirme un poquito, chica, pero es natural a mi edad… ¿Y qué te parece eso de no dejarme ver a mi propia hermana? Una hermana que me ha servido de madre… Todo porque es de condición humilde y no tiene tantas pamplinas… Pero en su casa se come bien. Hay pan blanco, chica, y buenas butifarras… ¡Ay, Andrea! Más me valdría haberme casado con un obrero. Los obreros viven mejor que los señores, Andrea; llevan alpargatas, pero no les falta su buena comida y su buen jornal. Ya quisiera Juan tener el buen jornal de un obrero de fábrica… ¿Quieres que te diga un secreto? Mi hermana me proporciona a veces dinero cuando estamos apurados. Pero si Juan lo supiera me mataría. Yo sé que me mataría con la pistola de Román… Yo misma le oí a Román decírselo: «Cuando quieras saltarte la tapa de los sesos o saltársela a la imbécil de tu mujer, puedes utilizar mi pistola»… ¿Tú sabes, Andrea, que tener armas está prohibido? Román va contra la ley…

El perfil de Gloria se inclinaba para acechar mi sueño. Su perfil de rata mojada.-… ¡Ay, Andrea! A veces voy a casa de mi hermana sólo para comer bien, porque ella tiene un buen establecimiento, chica, y gana dinero. Allí hay de todo lo que se quiere… Mantequilla fresca, aceite, patatas, jamón… Un día te llevaré.

Suspiré completamente despierta ya al oír hablar de comida.

Mi estómago empezó a esperar con ansia mientras escuchaba la enumeración de los tesoros que guardaba en su despensa la hermana de Gloria. Me sentí hambrienta como nunca lo he estado. Allí, en la cama, estaba unida a Gloria por el feroz deseo de mi organismo que sus palabras habían despertado, con los mismos vínculos que me unían a Román cuando evocaba en su música los deseos impotentes de mi alma.

Algo así como una locura se posesionó de mi bestialidad al sentir tan cerca el latido de aquel cuello de Gloria, que hablaba y hablaba. Ganas de morder en la carne palpitante, masticar. Tragar la buena sangre tibia… Me retorcí sacudida de risa de mis propios espantosos desvaríos, procurando que Gloria no sorprendiera aquel estremecimiento de mi cuerpo.

Fuera, el frío se empezó a deshacer en gotas de agua que golpearon los cristales. Yo pensé que, siempre que hablaba Gloria conmigo largamente, llovía. Parecía que aquella noche no iba a acabarse nunca. El sueño había huido. Gloria cuchicheó de pronto poniéndome una mano en el hombro.

– ¿No oyes?… ¿No oyes?

Se sentían los pasos de Juan. Debía de estar nervioso. Los pasos llegaban hasta nuestra puerta. Se separaban, retrocedían. Al fin volvieron otra vez y entró Juan en el cuarto, encendiendo la luz, que nos hizo parpadear deslumbradas. Sobre la camiseta de algodón y los pantalones que llevaba anteriormente se había puesto su abrigo nuevo. Estaba despeinado y unas sombras tremendas le comían los ojos y las mejillas. Tenía un tipo algo cómico. Se quedó en el centro de la habitación con las manos puestas en los bolsillos, moviendo la cabeza y sonriendo con una especie de ironía feroz.

– Bueno. ¿Qué hacéis que no continuáis hablando?… ¿Qué importa que esté yo aquí?… No te asustes, mujer, que no te voy a comer… Andrea, sé perfectamente lo que te está diciendo mi mujer. Sé perfectamente que me cree un loco porque pido por mis cuadros el justo valor… ¿Crees tú que el desnudo que he pintado a Gloria vale sólo diez duros? ¡Sólo en tubos y en pinceles he gastado más en él!… ¡Esta bestia se cree que mi arte es igual que el de un albañil de brocha gorda!

– ¡Vete a la cama, chico, y no fastidies! Éstas no son horas de molestar a nadie con tus dichosos cuadros… He visto otros que pintaban mejor que tú y no se envanecían tanto. Me has pintado demasiado fea para poder gustar a nadie…

– No me acabes la paciencia. ¡Maldita! O… Gloria, debajo de la manta, se volvió de espaldas y se echó a llorar.

– Yo no puedo vivir así, no puedo…

– Pues te vas a tener que aguantar, ¡sinvergüenza!, y cualquier día te mataré como te vuelvas a meter con mis cuadros… Mis cuadros desde hoy no los venderá nadie más que yo… ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que te digo? ¡Cómo te vuelvas a meter en el estudio te abriré la cabeza! Prefiero que se muera de hambre todo dios a…

Empezó a pasearse por la habitación con una rabia tan grande que sólo podía mover los labios y lanzar sonidos incoherentes.

Gloria tuvo una buena idea. Se levantó de la cama, erizada de frío, se acercó a su marido y le empujó por la espalda.

– ¡Vamos, chico! ¡Bastante hemos molestado a Andrea! Juan la rechazó con rudeza.

– ¡Que se aguante Andrea! ¡Que se aguante todo el mundo! También yo los soporto a todos.

– Anda, vamos a dormir…

Juan empezó a mirar a todos lados, nervioso. Cuando ya salía dijo:

– Apaga la luz para que pueda dormir la sobrina…

12

La temprana primavera mediterránea comenzó a enviar sus ráfagas entre las ramas aún heladas de los árboles. Había una alegría deshilvanada en el aire, casi tan visible como esas nubes transparentes que a veces se enganchan en el cielo.