También el marido de Prudencia aceptó su destino. Dice el marido de mi prima que el suegro de Prudencia le contó, pocos días antes de morir, que le había exigido a su hijo prometerle que jamás se divorciaría, se lo hizo jurar por Dios.

El hijo había ido a la pensión a decirle que pensaba separarse y el padre le contestó que si lo hacía daría mucho que hablar, que ya la gente estaba hablando demasiado. Acabó gritándole. Y le hizo jurar que no se divorciaría nunca.

Digo yo que ese juramento es una condena, no sólo para el marido de Prudencia, aún más para ella, la convirtió a la vez en presa y en prisión.