Fue mi prima la primera que llegó a socorrer a Prudencia. Se quedó muy preocupada después de contarle todo lo que le contó, porque sabía que hay cosas que, aunque se pregunten, no se deben decir. Ella sólo quería ayudar. Nunca hasta ahora le había contado que conocía al niño, porque se arrepintió de haber ido a ver a la tipa nada más salir de su casa. Nunca le contó lo que se decía por ahí, al fin y al cabo ella sólo oyó en la peluquería que se rumoreaba que el suegro de Prudencia se había ido de casa porque no soportaba la forma que tenía su mujer de tratar a su hijo, pero podían ser habladurías. Como también podían serlo los rumores que corrían de que el suegro de Prudencia un día salió corriendo al bar muerto de celos y allí mismo se puso a llorar.

Mi prima se lo contó todo por teléfono a Prudencia para ayudarla. Para hacerle ver que si perdía a su marido no perdía gran cosa y que lo del hijo con otra era lo de menos, por quitarle importancia. Que su marido había provocado los celos hasta de su propio padre. Y que para vivir así lo mejor que podía hacer era separarse. Pero a mi prima no le había contado Prudencia que ya lo había intentado, que su marido no consentía en divorciarse. Ni tampoco entonces se lo contó. Sólo a mí me cuenta sus desgracias. Se quedó muda y colgó el teléfono sin despedirse. Por eso mi prima se quedó preocupada y fue a verla a su casa.