La primera vez que Prudencia sintió miedo era muy pequeña. Jugaba al escondite con su prima y se metió en la caseta del perro. Sin que se dieran cuenta se les vino encima una tormenta eléctrica. El perro se asustó, y ladraba a la niña desde la puerta de la caseta para recuperar su sitio. Prudencia lloraba, quería huir pero el animal tapaba con su cuerpo la salida y le enseñaba los colmillos. En cuclillas, la niña se protegía la cabeza con las piernas, intentaba taparse los oídos para no oír los truenos que retumbaban en la madera como grandes golpes, ni los ladridos del perro que la amenazaba. Prudencia no quería mirar; sin levantar la cabeza alargó la mano para decirle al perro: ¡Vete, vete! Entonces el perro la mordió en los dedos. Ella sintió la dentellada y gritó, pero no levantó la cabeza, apretó la espalda contra la pared y levantó aún más las rodillas. Así se quedó hasta que su prima la oyó llorar y avisó a su padre. Él la sacó de allí, porque Prudencia no podía moverse.