Ella cree que lo entregó todo. Y nunca se ha preguntado si eso es posible. Digo yo que ni bueno siquiera es eso, porque quien piensa que lo ha entregado todo se cree con derecho a exigir que le correspondan en la misma medida.

Prudencia creyó que fue generosa con su marido y empezó a calcular si él lo había sido con ella. Sacó la balanza y llenó su platillo. Mala cosa cuando empieza el cálculo, se acaba por pasar factura y el amor deja de ser un regalo.

A él no le dijo nada. Empezó a medir lo que entregaba, para demostrar que su platillo estaba más lleno que el otro.

En silencio, ella que piensa que hay que decirlo todo, rumiaba la desproporción, la aumentaba, acumulando rencor. Se fue dando cuenta de su propio vacío, cada vez más grande, de los huecos que su marido no llenaba. Siguió entregándose, sin saber que así buscaba justificarse, convencerse a sí misma de que su entrega era inútil, hasta que se convenció y dejó de dar, cuando calibró que su falta de entrega estaba ya justificada.

Demasiado te miraste, Prudencia, pero no te viste. Hay huecos que tenías que haber llenado tú misma, y otros que no se llenan nunca. Eso deberías haberlo sabido.