No te llamo querido:

Ya sé el lugar que ocupo en tu vida, un lugar tan pequeño para ti que ni siquiera es necesario desalojar cuando molesto. Lo supe ayer, cuando me hiciste una seña para que me fuera, no te preocupes, nadie se dio cuenta. Yo sí. Me echaste, y yo salí huyendo. Me marché a casa llorando. Te comprendí enseguida, en cuanto vi a tu mujer entrar en el bar, justo al mismo tiempo que yo. En cuanto te vi levantarte y dirigirte a ella. Yo también me sentí incómoda, pero me hubiera gustado quedarme, y que tú hubieras defendido mi lugar a tu lado. No lo hiciste. No lo hiciste. Cobarde. No lo hiciste, y no puedo perdonarte por ello.

Quería que supieras que no sé cómo me siento. Tanto es el dolor. La humillación. Nunca, nunca me sentí tan despreciada. Es verdad, no ha sido tu culpa, pero eso a mí no me sirve de nada. No me sirve. Mi lugar, el que tú me obligas a ocupar, no es el mío, no es el mío.

Ahora he visto a tu mujer, pero ella no me ha visto a mí. Juego con desventaja. Tú pones las reglas y de antemano sabes quién será el perdedor.

Ni me despido diciéndote tuya.