Qué hiciste que no deberías haber hecho. Qué dejaste de hacer. Crees que Matilde se marchó de tu lado el día del entierro. Pero no sabes que llevó la carta en su bolso al Union Royal. Que la había escrito la víspera, al regresar de la cueva, después de tomar un baño, y de liberarse de la arena de los pies. Mientras se bañaba decidió el momento adecuado para su huida: el día siguiente del estreno. Llevaba la carta en el bolso para decírselo a sí misma. Pensaba entregártela al acabar la noche, pero la llevó guardada durante tres días, y la recibiste la mañana del entierro porque esa noche no acabó para ella hasta entonces, tres días duró esa madrugada terrible que ahora recuerdas. El amanecer que no llegó a Aguamarina. La noche que se enredó en la playa, después de que abandonarais la Almazara de los duques de Arcona.

En la fiesta, viste a Matilde hablar con Ulises. Él escuchaba y asentía con la cabeza. Matilde estaba contigo cuando lo vio entrar, y corrió hacia él. Tú quisiste seguirla, pero Estela te cogió del brazo:

—Mire, Noguera, ahí están los moritos. ¿Ve lo que le decía? Son peces fuera del agua.

—Pero ellas son peces de colores —apuntó Estanislao, embelesado con la transformación de Aisha, mordisqueando distraídamente su pipa apagada.

—¡Hazme el favor, no caigas en la ridiculez de ponerte poético con el servicio!

Tu atención la acaparaba Matilde. Ahora era Ulises quien hablaba, y Matilde movía la cabeza para negar. No apreciaste la crispación de Estanislao, ni tampoco los intentos de Estela por dulcificar su acritud:

—Te engañan sus vestidos, cariño. Puede que en Marruecos sean bonitos, pero aquí resultan extravagantes, ¿no te parece?

Tú mirabas a Matilde, y viste cómo Aisha se acercaba a Ulises. Entonces registraste las palabras de Estela, y entendiste el embeleso de Estanislao. Aisha se deslizaba luminosa entre la gente, como un destello irresistible, y cada persona que dejaba atrás se volvía para mirarla. No era extraño que Estela recelara de su belleza, que envidiara la naturalidad de su encanto, la magia que desprendía su exotismo involuntario, su vestido color azafrán, la gracia con que paseaba sus babuchas por el salón repleto de mujeres calzadas con tacones altos.

—Seniorita Matilde está bunita.

—Tú sí que estás bonita, Aisha, estás preciosa con ese vestido.

—¿Tú acuerdas que en alcoba de mí enseño caftán este mismo, seniorita Matilde? ¿Acuerdas?

—Sí, claro que me acuerdo. Tu caftán de boda. Es más bonito todavía cuando lo llevas puesto.

—Es verdad que está muy guapa, Aisha. Es un honor que haya escogido su vestido de boda para esta ocasión. Muchas gracias —intervino Ulises.

—Honor es a mí, senior Ulises. ¿Puedes ahora conocemos a muchachitos pilícula?

Ulises le indicó el salón VIP, se reuniría con ellos enseguida. Necesitaba seguir hablando con Matilde.

—Es sólo un momento, Aisha. Vaya a buscar a los demás y nos veremos allí.

Ulises y Matilde quedaron de nuevo solos. Querrían haberse dicho muchas cosas. Matilde ya le había mencionado la carta, le había comunicado su decisión de abandonar Aguamarina, de abandonarte a ti. Se lo dijo a él antes que a ti.

Y Ulises le había rogado que te hablara, que no se despidiera con una carta. Querrían haber hablado de asuntos más tiernos, más dulces. Recordar los besos. La cueva. Verbalizar su amor para sentirlo cerca. Mirar hacia el futuro los dos juntos. Pero no les fue posible, porque Estela se acercó a ellos de inmediato al ver que Ulises señalaba el reservado, donde acababa de ver entrar a Fisher Arnld con Federico Celada y Andrea Rollán. Estanislao y tú seguisteis a Estela. Aisha sonrió al pasar a vuestro lado cuando regresaba a buscar a Pedro y a sus amigos. Estela ni siquiera la miró, casi corría en dirección a Ulises.

—Esto es una fiesta, querida. No se ponga tan seria —le dijo a Matilde.

—Íbamos ahora mismo a ver a Federico y a Andrea —terció Ulises—, ¿quieren venir?

Aisha, Pedro, Yunes y Farida llegaron antes que vosotros al salón VIP. Un joven uniformado les impidió el paso:

—Aquí no hay nadie. Este salón está cerrado —les dijo.

—Senior Ulises dice a mí entramos nosotros.

—Está cerrado.

—No ostante, sin en cambio, nos han endicado que esperemos ahí adentro, y por demás hemos visto de entrar a unas personas —Pedro se esforzó en encontrar palabras educadas.

—Este salón está cerrado.

Los cuatro se miraron sin disimular su desconcierto y esperaron a Ulises.

—Estos señores vienen conmigo —dijo él al llegar. Y el joven uniformado abrió la puerta.