El amanecer mezcla en ti palabras de tu guión con frases que atribuyes a Penélope. El rostro de Estela se confunde con el de Estanislao, y oyes llorar a Ulises y a Matilde. Aisha viene hacia ti, con Pedro. Yunes y Farida te miran desde lejos. La Aurora con sus rosáceos dedos intenta cerrarte los ojos. Ahora podrías dormir, pero no quieres. Andrea Rollán recibe en la cara los disparos luminosos de los flashes, y eres tú quien se deslumbra. Habría hecho una buena Penélope en tu Ulises. Aunque quizá es demasiado joven. Tus párpados. Intentas fijar la vista. Federico Celada atiende también a la prensa con una sonrisa. Hermosos, los dos. El Modigliani que Matilde enmarcó para ti se desdibuja, se aleja. Federico estaría bien de Telémaco, demasiado mayor, puede ser, el maquillaje de Otelo le envejece, no, no tiene cara de Telémaco, tiene cara de Otelo moro y moreno. Matilde huye de ti, huye también de Estela, y de Estanislao. Hay huidas que requieren un lugar donde esconderse, le hiciste decir a Penélope. Su refugio fue el manto mortuorio de Laertes, mientras tejía, mientras destejía. Estela, Estanislao, iguales, sus nombres empiezan con las mismas letras, tres. Nausicaa, hija de reyes, princesita feacia que lava sus vestidos a la orilla del río y ordena a sus esclavas de hermosas trenzas cubrir la desnudez de Ulises náufrago. Sí, Andrea Rollán, hermosa Nausicaa escogiendo su mejor manto del carro, ofreciéndolo en sus níveos brazos extendidos, ofreciéndose, como Gerty en la playa, enamorada del recién llegado. Tus párpados. Tus pestañas, estás viendo tus pestañas tapar el papel blanco de la carta de Matilde. Apoyas los codos en la mesa y te ayudas con los dedos a abrirte los ojos. No quieres dormir. Necesitas recordar la fiesta. Reflexionar. Nessun dorma. Nessun dorma. Questa notte nessun dorma.