Ulises os esperaba sentado en la última mesa del restaurante. Se levantó cuando os vio entrar y no dejó de observar a Matilde. Ella iba detrás de ti, advirtió la mirada de Ulises y mantuvo la suya en tu espalda. Cuando llegasteis a la mesa se encontraron los ojos de ambos, y fuiste tú quien sintió miedo. Te negaste a reconocerlo, pero tu miedo aumentó —ahora lo sabes—, cuando Ulises retiró la silla donde Matilde debía sentarse. Se inclinó hacia ella, le habló en voz baja:

—Tenía ganas de verla.

Lo oíste, lo oíste bien, a pesar de que las palabras de Ulises eran casi un susurro. Matilde no contestó, dejó que la ayudara a acercarse a la mesa y colocó su servilleta sobre las piernas, antes de que vosotros os hubierais sentado. Ese pequeño movimiento, demasiado rápido, te desveló que se esforzaba en controlar sus nervios.

—Usted y yo tenemos un tema pendiente —Ulises se dirigía a Matilde.

Y contestaste tú, sin mucha curiosidad, convencido de que era una forma de iniciar la charla:

—¿Ah, sí?

Matilde te miró a ti, y Ulises a ella.

—Dejamos a medias una conversación, Matilde.

Entonces te diste cuenta: a ti te llamaba Noguera, a ella la llamaba por su nombre. Matilde.

—He leído la Odisea—le dijo tu mujer a Ulises.

—¿Ah, sí? —volviste a decir, esta vez sorprendido, desconcertado.

Había leído la Odiseay no te lo había dicho. ¿Por qué? ¿Por qué la había leído? ¿Por qué no te lo había dicho? ¿Seguro que la había leído? Matilde carecía de iniciativa para la lectura, sólo leía lo que tú le recomendabas. Sentiste de pronto un desplazamiento, una leve molestia. Y ahora, al recordarlo, reconoces el orgullo en el tono de su voz:

—He leído la Odisea.

Y escuchas orgullo también en la voz de Ulises cuando se dirigió a ella, sólo a ella, después de que tú dijeras «¿Ah, sí?»:

—Bien. Bien. Ahora podrá decirme si el texto refuerza su teoría sobre el miedo de Penélope al futuro.

Tú ignorabas por completo que Matilde tuviera una teoría, que fuera capaz de tenerla. Tu asombro aumentó con su respuesta:

—Sí —dijo mirando alternativamente al plato, a la servilleta, a Ulises, a ti—. Penélope coquetea con los pretendientes, les da esperanzas, no los acepta, pero tampoco los rechaza. Ella teme, no sólo que Odiseo no regrese sino también escoger entre uno de los pretendientes, por eso retrasa la elección y espera a Odiseo. Casi veinte años son demasiados para esperar por amor, ella espera porque teme al futuro.

Sí, Matilde la había leído, por eso llamaba Odiseo a Ulises. Tú no entendías nada, ella veía la sorpresa en tu rostro y exponía deprisa su argumento, sin respirar. Tuvo que callar para tomar aliento. Encendió un cigarrillo.

—Claro, y la espera mantiene el presente —reflexionó Ulises en voz alta.

Matilde tomó seguridad, Ulises le había prestado atención, había entendido lo que ella quería decir. Siguió hablando ante tus ojos atónitos. Matilde locuaz. La mirabas sin escuchar y, sin embargo, recuerdas perfectamente sus palabras:

—Exacto, la espera mantiene el presente. Por eso teje y desteje, y no un tapiz como yo creía, sino un sudario, una mortaja para Laertes, padre de Odiseo, que no quiere morir hasta que su hijo regrese. Penélope entretiene la vida y la muerte.

—¡Magnífico! —exclamó Ulises—, entretiene la vida y la muerte —Ulises se volvió hacia ti, por primera vez en aquella conversación—. Entretiene también la muerte, hasta que Odiseo no vuelva su padre no puede morir. ¡Magnífico! ¿Qué le parece, Noguera? —te preguntó.

Recuerdas la tímida sonrisa de Matilde, que te miraba expectante, su expresión al escuchar tu respuesta:

—Me parece que tengo una mujercita muy bonita, y muy lista.

La parálisis fijó la sonrisa en los labios de Matilde, demasiado tiempo, hasta que encontró el disimulo exacto para dejar de sonreír.

Perdiste. Ella te amaba. Ahí comenzaste a perderla.

Matilde no se había avergonzado nunca de su ignorancia. Y en aquella ocasión, se abochornó de lo que sabía, poco, pero más de lo que se esperaba de ella, de lo que tú esperabas de ella. Enrojeció.

Derivaste la conversación hacia otro terreno, sin atender a la perplejidad de Matilde. Tú habías llegado a la cita cargado de tu propio entusiasmo, habías tenido una idea. Y te urgía contársela a Ulises.