Ocho, ése es mi número. Ocho ramos de rosas rojas. Ocho rosas en cada ramo. José lo recuerda ahora mientras espera a Blanca. Esta vez vendrá. Él ya ha preparado la cena. Ha apagado las luces. Ha encendido las velas. No será como el día de su regreso de Alemania. Ella le llamó para agradecerle las flores y rehusó su invitación a cenar alegando cansancio. José insistió. Tampoco al día siguiente quiso verle, Blanca volvió a agradecerle las rosas. Yo te llamaré, le dijo. Y tardó dieciocho días en llamar.

Dieciocho días en los que José imaginó nombres y rostros. Me esperan en Amsterdam. Ternura. Abrazos. Amor. Blanca no llamaba. Me esperan en Amsterdam. Blanca no llamaría. Pensó en desconectar el contestador, para evitarse la ansiedad durante el camino hacia su casa, la decepción al llegar. No lo hizo. Noche tras noche, tres llamadas, siete, cinco, las voces registradas en el aparato eran silencios de Blanca. Decimoctavo día. Una sola llamada.

—Hola, soy Blanca, espero que no sea demasiado tarde para que me invites a cenar, si puedes me llamas. Un beso.