Es tiempo de que José reconozca que volvió de Amsterdam pensando en Blanca, con el deseo del encuentro con ella. Quedaban dos semanas para su regreso, aun así esperaba su llamada desde el mismo momento en que llegó a Madrid. Procuraba no estar en casa, para eludir el sobresalto cada vez que sonaba el teléfono, para evitarse la carrera hacia el aparato y la decepción de que no fuera Blanca. Dejaba conectado el contestador y, al regresar, lo primero que hacía era escuchar los mensajes. Se sentaba, contenía la respiración. Tres llamadas. Cuatro. Seis. Ninguna de Blanca.

Ahora él pasea por el parque, y observa la fuente que Blanca le enseñó a mirar. Hay también una manera de escapar de los demonios. Pero aún no es tiempo de escapar. Observa la estatua. Y descubre: si mira al ángel desde su ala alzada hacia los pies, lo ve caer, pero si empieza a mirarlo desde la base, ve cómo el ángel se levanta. Le mostrará a Blanca su descubrimiento. Hay demonios que dejan de serlo.

Se dirige al estanque. Se acerca al agua. Blanca. La recuerda ahora, con el deseo de sentir la sensualidad de su hombro. Sentado en la barandilla del estanque.