Hace años que sabe Prudencia que su marido tiene una amante. Al principio sufrió mucho, se ponía a llorar mientras planchaba y lo tenía que dejar porque mojaba la ropa, y no le parecía eso muy limpio. Poco a poco se fue acostumbrando y le encontró las ventajas: que comiera fuera de casa todos los días le evitaba hacer la comida y le salía más barato y, como dejaron de hacer el amor, ya no tenía que buscar excusas cada vez que él la requería.

Y es que a Prudencia hacía mucho tiempo que ya no le apetecía lo más mínimo, dice que quería a su marido como a un hermano. Y digo yo que eso no tiene ni pies ni sentido, cómo alguien va a querer al hermano por marido. Pero Prudencia sí. Y en las siestas tenía que fingir. Y después ya no hubo siestas. Ya no tuvo que jadear hasta que él acabara, ni decir que sí cuando él le preguntaba si le había gustado. Porque los hombres necesitan saber que son muy hombres y hay que decirles que lo hacen muy bien.

Eso me contaba Prudencia.