¡¡Vaya! —murmuró—. Llegar dos al mismo tiempo al mismo lugar... Creo que sólo puede ocurrir una vez cada diez billones.

Lo cual, probablemente, era cierto. Pero también era cierto que el decirlo no modificaba en nada la situación.

Hank se puso en pie pesadamente, se dirigió hacia la cafetera y se sirvió una taza de café. Luego fue a sentarse ante el cuadro de mandos y examinó unos aparatos indicadores. Sin demasiada sorpresa por su parte, descubrió que el Andnowyoudont estaba siendo objeto de varias clases de radiaciones. Procuró no tocar nada. En aquel momento se acordó de los cinco cartuchos de dinamita, para desechar inmediatamente la idea. Los viajes hacia las estrellas habían puesto a Hank en contacto con algunas formas de vida que podían ser llamadas inteligentes, pero nadie, que Hank supiera, en su línea de trabajo o fuera de ella, se había cruzado con lo que pudiera llamarse una inteligente raza viajera del espacio.

A excepción. ahora, del pequeño de mistress Shallo, se dijo Hank a sí mismo. No, era evidente que no se trataba de un problema que hubiera que solucionar a base de dinamita. La nave desconocida estaba armada, y bien armada. El Andnowyoudont llevaba como carga cinco cartuchos de dinamita, un montón de útiles y pacíficas herramientas, y a Hank. Hank se retrepó en su asiento, bebió un sorbo de café y estudió la situación con el único recurso de la nave que tenía alguna posibilidad de resolverla: cincuenta onzas, aproximadamente de materia gris, situadas detrás de sus cejas y entre sus dos orejas.

Estaba haciendo funcionar aquel recurso con bastante intensidad, cuando el casco del Andnowyoudont empezó a vibrar a cortos intervalos. La vibración se traducía en una serie de breves sacudidas. Hank se dirigió al Cerebro de la nave y le preguntó qué opinaba acerca de aquel nuevo acontecimiento.

—La nave extranjera parece que está tratando de comunicar con usted —le informó el Cerebro.

—Bien, mira de obtener la clave de su código —ordenó Hank—. Pero no contestes... todavía.

Regresó a su asiento y a sus meditaciones.

Uno de los aspectos menos atractivos de la profesión de Hank —y que apenas había sido mencionado en el curso de la campaña publicitaria a que antes hemos aludido—, era el pesado programa de clases, conferencias y cursillos a que se veía obligado a asistir cada vez que regresaba al Cuartel General, en la Tierra. El objetivo de aquellas enseñanzas era el de mantenerle, a él y a otros como él, al corriente de los últimos avances y descubrimientos que pudieran serle útiles.

Teóricamente, un explorador del espacio tenía que saberlo todo, desde la psicología del orictepopo hasta el idioma Siriano. Prácticamente, dado que tal acumulación de conocimientos resultaba imposible, la enseñanza era más bien superficial.

Toda nueva información, desde luego, era incorporada a los tubos electrónicos del Cerebro; pero la dificultad, desde el punto de vista de Hank, era recordar lo que tenía que preguntar y cómo tenía que preguntarlo. Recordó vagamente que durante su última estancia en la Tierra había asistido a una conferencia en la cual se había expuesto la teoría —discutida por alguno— de que una raza viajera del espacio interesada en la misma clase de planetas que los humanos, no sólo tenía que parecerse mucho a los humanos, sino que reaccionaría también de un modo muy parecido a los humanos. Hank cerró los ojos.

Bandidos —se recitó a sí mismo—, laurel, agracillo, tela impermeable, hebilla, ensenadas. espe... Cerebro, "Especulaciones sobre las reacciones de los seres desconocidos" de Walter M. Breadon.

Hubo una pausa casi imperceptible, y a continuación apareció un texto impreso en una pantalla situada delante de Hank.

... Séanos permitido ahora(empezaba el texto) especular un poco acerca de la personalidad y la naturaleza de unos desconocidos viajeros del espacio que cualquiera de ustedes puede encontrar...

Hank se retrepó más cómodamente en su asiento y se dispuso a leer.

Veinte minutos más tarde había confirmado su recuerdo del hecho de que Breadon creía que un ser desconocido, tal como el que debía ocupar la nave que se hallaba al otro extremo del prado, tenía que reaccionar necesariamente de un modo muy similar a un humano. Breadon apoyaba su teoría en la necesidad de un medio ambiente y de unas etapas de desarrollo paralelos.

En aquel momento, el timbre del receptor espacial de Hank sonó fuertemente.

—¿Qué sucede? —le preguntó Hank al Cerebro.

—La nave desconocida ha llegado a la conclusión de que puede hablar con usted a través de medios normales de comunicación. Está llamando al Andnowyoudont.

—Estupendo —dijo Hank—. Me pregunto cómo se llamará el equivalente de Breadon entre esos seres desconocidos.

—Lo siento. señor. No poseo esa información.

—Ya. Bueno, prepárate para traducir.

Hank colocó la clavija del tablero de comunicación. En la pantalla que tenía delante de él apareció la imagen de un individuo desprovisto de pelo y hasta de cejas; tenía unos pómulos muy pronunciados. una boca ancha y carecía de barbilla propiamente dicha; su cuello, muy recio, era rugoso como el de una tortuga.

El individuo le miró fijamente por espacio de un minuto; y luego empezó a gluglutear. De cuando en cuando se interrumpía para volver a mirarle. Hank, con el dedo apoyado aún en el pulsador se volvió hacia el Cerebro.

—¿Qué es lo que está diciendo?

—Necesito más datos. Posiblemente, si hablara usted ahora, quizás él volvería a hablar.

—No me da la gana.

Hank miró al desconocido. El desconocido le devolvió la mirada. Aquella lucha silenciosa continuó por algún tiempo. De repente. el desconocido empezó a gluglutear de nuevo. Esta vez lo hizo largo y tendido. Agitó también un puño en el aire. Era un puño más bien pequeño, teniendo en cuenta la robustez de su cuello.

—¿Bien? —le preguntó Hank al Cerebro, cuando la figura de la pantalla se hubo callado por segunda vez.

—Primer mensaje: Está usted detenido.

—¿Eso es todo lo que ha dicho?

—La aglutinación parece ser una característica fundamental de su lenguaje.

—De acuerdo —gruñó Hank—. Sigue.

—Segundo mensaje: Ha ofendido usted a las autoridades responsables y a su inmediato representante, en mi persona. Está usted detenido e indefenso. Por lo tanto, ríndase inmediatamente o será usted destruido.

Hank meditó unos instantes.

—Traduce —le dijo al Cerebro. Apretó el pulsador—. ¡Tut-tut! —le dijo al desconocido.

—Soy incapaz de traducir tut-tut —dijo el Cerebro.

¡Oh!

Hank sonrió. Su sonrisa se hizo más amplia. Empezó a reír. Su risa se convirtió en una carcajada.

—Soy incapaz de traducir la risa —dijo el Cerebro.

Hank se retorcía de risa en su asiento. Apretó el pulsador. La pantalla se oscureció y el asombrado rostro del desconocido desapareció de su vista. Sin dejar de reír, Hank se sentó correctamente. De pronto, dejó de reír.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró—. Hay que arreglar esto.

Se secó la húmeda frente con el velludo dorso de su enorme mano y se puso en pie para dirigirse a uno de los compartimientos destinados a la comida. Lo abrió y sacó una botella de color pardo.

El licor no era una parte normal de la lista de suministros de una nave espacial... por razones de espacio: un ciclo cerrado que reelaboraba restos de materia de naturaleza orgánica para volver a convertirlos en alimento exigía pequeños y eficaces mecanismos que lo mismo fabricaran cerveza sintética que carne sintética. El resultado, era que los exploradores del espacio bebían cerveza, si es que bebían algo.

Eran la desesperación de camareros, camareras y taberneros. Un grupo de exploradores del espacio, reunidos para pasar un rato agradable juntos; encargarían una botella de cerveza fría por cabeza; se beberían el contenido de las botellas, cuando les fuesen servidas, en un par de segundos; y luego permanecerían sentados con las botellas vacías delante de ellos hasta que hubieran transcurrido unos tres cuartos de hora. Entonces se repetiría todo el proceso.