levantaba y daba por acabada la cuestión, siempre a favor suyo.

Pasó un rato más y en el momento que se paró me armé de valor y le dije:

—Pero me va a llevar Ezequiel, él me va a cuidar, no va a dejar que me pase nada.

—Ezequiel...

Y fue él esta vez que hizo silencio y bajó la vista.

—Vos sabes muy bien —dijo luego de un instante—que nosotros no estamos muy de

acuerdo con algunos aspectos de la vida de tu hermano, que estamos... cómo decirlo, un

poco distanciados. Así y todo querés que te deje ir a ver un partido de fútbol con él.

—Si papá, por favor —Y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Me miró un buen rato y dijo:—Está bien, te dejo ir. Pero no pienses que esto termina acá, después del domingo

vamos a tener una larga charla nosotros dos.

Se levantó, empezó a caminar para irse, se dio vuelta y me dijo:

—No te olvides de esto; los hombres son como los vinos, en algunos la juventud es una

virtud, pero en otros es un pecado.

XVII

Ese domingo mi padre me llevó en auto hasta Palermo, donde nos encontramos con

Ezequiel.

No dijo ni una palabra en todo el viaje, pero se deshizo en advertencias cuando llegamos

y ofreció darle plata a Ezequiel para pagarme la entrada.

Una vez que logramos despegarnos de mi padre, que me miraba como si estuviera a

punto de cruzar el océano en bote a remos y sin salvavidas, nos tomamos un colectivo,

el 93, hasta Avellaneda.

Yo no sabía de qué podría hablar con mi hermano, nunca desde que tuve memoria había

estado tanto tiempo a solas con él. La conversación fluyó naturalmente, hablamos del

colegio, de San Isidro y, fundamentalmente, de la abuela y del campo. Ezequiel sabía

cómo manejar la conversación encaminándola naturalmente hacia los temas en los que

yo me sentía cómodo y evitar los que a mí me molestaba tratar.

Cuando nos bajamos del colectivo y empezamos a caminar al estadio, me temblaban las

rodillas de la emoción. Cantidad de personas con banderas, gorros y camisetas, iban en

nuestra misma dirección.

Una vez adentro, superado el impacto de encontrarme de frente con esa mole de

cemento, me impresionó la salida de los equipos con todo lo que trae consigo; los

colores de las camisetas, las medias y los pantalones sobre el verde del césped; los

papeles por el aire; los petardos; y fundamentalmente, el canto de miles y miles de

personas, increíblemente afinado.

En un momento cerré los ojos para poder sentirlo todo sólo con el cuerpo, sin la mirada

que siempre influye en las sensaciones. Los gritos y el cemento vibrando bajo mis pies.

No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando los abrí los tenía llenos de lágrimas. Mire a

Ezequiel y le dije:

—Gracias. Es fantástico.

Y él me abrazó. Qué bien se sentía. Era la primera vez, que yo recuerde, que nos

abrazábamos.

Empezó el partido, que era por lo que en definitiva estábamos ahí.

Fue lamentable.Parecía que la pelota quemaba, cada jugador al que se le acercaba la pateaba lo más

lejos posible, nadie nunca la puso contra el piso y levantó la cabeza buscando a un

compañero. Todo el tiempo la pelota lejos y arriba. Un espanto.

Terminó 0 a 0.

Nos alejamos del estadio caminando despacio por calles angostas. El sol se ocultaba.

Yo estaba feliz. A pesar del partido, la tarde había sido maravillosa. Íbamos afónicos y

sudorosos.

—Si Racing sigue jugando así, me voy a morir sin verlo salir campeón —dijo Ezequiel.

La muerte. Otra vez el ave de rapiña volando en círculos. La tarde se deshizo en

pedazos. Me pareció que los papelitos que habían saludado la salida de los equipos eran

negros. Y que los gritos de las hinchadas habían sido cantos fúnebres.

La muerte.

Ezequiel me revolvió el pelo con su mano. Debe haber visto mi expresión y se rió a

carcajadas.

—No tenés que ser tan literal. Si Racing sigue jugando así, vos también te vas a morir

sin verlo salir campeón.

Entonces nos reímos juntos.

* * *

Ezequiel me acompañó hasta la puerta de casa y no quiso pasar, argumentó que tenía

que levantarse temprano al día siguiente. En ese momento, me di cuenta de que yo no

sabía nada de su vida, qué hacía, de qué vivía, si trabajaba o no. Mentalmente me lo

agendé para la próxima vez.

Quería que me contara de él.

Cuando entré me recibieron como si efectivamente hubiese cruzado el océano en bote a

remos. Mi madre me preguntó si me había pasado algo, si estaba bien y si tenía hambre.No, si y no fueron mis respuestas respectivas. Mi padre no me preguntó nada. Esperó

que me bañara y luego me invitó a "dialogar".

No podría transcribir aquí ese "diálogo", que no fue tal, sino un monólogo largo, que yo

sólo interrumpí con suplicas y sollozos.

Lo que dijo mi padre ese domingo, que hasta ese momento para mí había sido mágico

fue más o menos lo siguiente. Primero: No dejaba de sorprenderlo mi repentino interés

por el fútbol, eso demostraba que él me había descuidado, cosa que no volvería a pasar.

Pero bueno, él me había inculcado el amor por los deportes y no se opondría a mi

pasión, desde ese momento iríamos juntos a la cancha cada vez que yo quisiera,

obviamente a platea, que es donde va la gente decente y no a la tribuna popular, como

habíamos ido Ezequiel y yo, que es a dónde van los vándalos.

Segundo: Mi relación con Ezequiel. Dado que yo nunca había manifestado interés en

relacionarme con mi hermano, mi padre sostuvo que era mejor continuar así. Como

regalo de cumpleaños era bastante simpático "un compact-disc de música moderna y un

viaje en colectivo hasta Avellaneda para ver fútbol", pero que nuestra relación

terminaba allí. Que no era "sano" para un niño de 11 años andar por ahí con un adulto

de 24, por más que éste fuera su hermano.

Tercero: Él entendía que yo estaba por ingresar a la pubertad, que mi cuerpo estaba

empezando a cambiar, y tal vez tenía alguna duda o pregunta que hacer. Si era por eso,

tenía que confiar en él, después de todo era mi padre, me había dado la vida, me había

educado.

Yo tenía que confiar en él.

Y cuarto: En cuanto a Ezequiel, me prohibía volver a verlo fuera del ámbito familiar.

Todo esto por supuesto "era por mi propio bien" y "más adelante se lo agradecería".

Mi padre como siempre dio por terminada nuestra conversación levantándose y

yéndose.

Yo me quedé sentado en su despacho llorando en silencio un largo rato.

Cuando salí, todos se habían acostado. Eran miles las cosas que no podía entender, lo

único que sentía era que había algo que no encajaba con el mundo.

Y que ese algo era yo.

XVIII

No volví a ver a Ezequiel por meses. Durante ese lapso su figura crecía dentro de mí,

rodeada de un halo de misterio. Misterio que me apasionaba develar. Nunca supe si la

atracción que ejercía sobre mí correspondía al hecho de haber disfrutado su compañía, o

a que mi padre me hubiese prohibido verle.

Lo seguro es, que durante esos meses, no pude tolerar a mi padre.

Nuestra vida circulaba por los caminos habituales, jugábamos al ajedrez, escuchábamos

música clásica, es decir, lo de siempre, pero yo no podía soportar la sola idea de

permanecer en una habitación a solas con él.

No lo odiaba, pero era un sentimiento sumamente confuso. Supongo que hay un

momento de la vida en que nuestros padres se nos revelan tal cual son. Sin secretos. Yo