-¿Qué?

-¿Seguirás trabajando en el banco No …, no.

-¿Dimitirás?

Mañana por la mañana… por carta. Parece lo mejor. Richards abatió la cabeza sobre sus manos y murmuró:

-Antes yo no tenía miedo de que pasaran por mis manos ríos de dinero ajeno, pero… Estoy tan can sido, Mary Tan cansado tenemos que acostarnos.

A las nueve de la mañana el forastero fue a buscar el talego y se lo llevó al hotel en un cabriolé. A las diez, Harkness sostuvo con él una conversación confidencial. El forastero solicitó y obtuvo cinco cheques contra un banco de la ciudad, al portador, cuatro de mil quinientos dólares cada uno y uno de treinta y cuatro mil. Puso uno de los primeros en su cartera, y el resto, que representaba treinta y ocho mil quinientos dólares, fue colocado en un sobre y le añadió una carta, que escribió cuando Harkness se hubo marchado. A las once llamó a la casa de los Richards. La señora Richards atisbó por entre las persianas, se adelantó y recibió el sobre; el forastero desapareció sin pronunciar una sola palabra. Ella volvió sonrojada y con las piernas algo trémulas y dijo con voz entrecortada:

-¡Estoy segura de haberle reconocido! Anoche me pareció haberlo visto en alguna parte.

-Es el hombre que trajo aquí el talegos ..

-Estoy segura.

Entonces es también el falso Stephenson y el que ha dejado al descubierto a todos los ciudadanos importantes de la ciudad con su falso secreto. Y bien… Si Vea enviado cheques en lugar de dinero, también nosotros estamos al descubierto, después de haber creído escapar. Yo estaba empezando a sentirme bastante cómodo de nuevo, después de mi noche da descanso, pero el aspecto de ese sobre me causa vértigos. No es bastante voluminoso; ocho mil quinientos dólares, aun en los billetes de banco más grandes, abultan más.

-¿Qué hay de malo en los cheques, Edward? -¡Cheques firmados por Stephenson! Me habría resignado a aceptar los ocho mil quinientos dólares, si venían en billetes de banco, pues habría pensado que así está escrito, Mary. -¡Pero nunca he poseído mucho valor y no tengo suficiente valentía para tratar de cobrar un cheque firmado con ese nombre fatal! Eso sería una trampa. Ese nombre trató de atraparme; nos salvamos no sé cómo. Y, ahora, intenta otro procedimiento.

-Si se trata de cheques…

-¡Oh, Edward!

-¡Qué lástima! Y Mary tomó los cheques y se echó a llorar.

-¡Tíralos al fuego!

-¡Pronto! Debemos escapar ala tentación. Es una treta para que el mundo se burle de nosotros junto con los demás y…

-¡Dámelos, si tú no puedes hacerlo!

Richards le arrancó los cheques a su esposa y trató de que su presión no se debilitara hasta llegar a la estufa; pero era un ser humano, era cajero, y se detuvo un momento para asegurarse de la firma. Entonces, le faltó poco para desmayarse.

-¡Abanícame, Mary!

-¡Abanícame!

-¡Estos cheques valen oro!

-¡Oh, qué hermoso, Edward!

-¿Por qué?

-La firma es de Harkness.

-¿Qué misterio habrá debajo?

-¿Tú crees, Edward?

-Mira esto… -¡Mira! Mil quinientos… mil quinientos… mil quinientos… y treinta y cuatro mil.

-¡Treinta y ocho mil quinientos dólares, Mary. El talego no vale doce dólares y Harkness… aparentemente… ha pagado un precio a la par.. .

-¿Y crees que todo eso va a parar a nuestras manos… en vez de los diez mil dólares?

-Así parece. Y los cheques, además, están extendidos al portador.

-¿Conviene eso, Edward? -¿Para qué sirve?

Es una insinuación para cobrarlos en algún banco lejano, supongo. Quizá Harkness no quiere que se sepa el asunto.

-¿Qué es eso? -¿Una carta?

-Sí. Venía con los cheques. La letra era de Stephenson, pero no había firma.

La carta decía: .. Soy un hombre desengañado. Su honradez es más, fuerte que cualquier, tentación. Yo no lo creía así, pero he sido injusto con usted en ese sentido y le ruego que me perdone; le hablo con sinceridad. Siento respeto por usted… y eso es también sincero. Esta ciudad no es digna de atarle las sandalias. Aposté conmigo a que, en su austera ciudad, habría diecinueve hombres que se podían corromper. He perdido. Llévese todo el .fajo; se lo merece.

Richards exhaló un profundo suspiro y dijo:

“-Esto parece escrito con fuego… Quema tanto…, Mary Me siento acongojado de nuevo.

-Yo también. Ah, querido, ojalá…

- Pensar que él cree en mí, Mary.

-Oh, no digas eso, Edward… No puedo soportarlo.

-Si estas hermosas palabras fuesen merecidas, Mary, y Dios sabe que las merecí en otro tiempo, creo que daría los cuarenta mil dólares por ellas. Y guardaría este papel, que para mí representaría más que el oro y las joyas, y lo conservaría eternamente. Pero ahora… No podríamos vivir en la sombra de su acusadora presencia, Mary.

Richards arrojó el papel al fuego. Llegó un mensajero y le entregó un sobre.

Richards sacó una carta y la leyó. Era de Burgess.

Usted me salvó en una época difícil. Yo le salvé anoche. Fue a costa de una mentira, pero hice el sacrificio de buena gana y con un corazón agradecido. Nadie sabe, en esta ciudad, cuán valiente, huevo y noble es usted. En el fondo, usted no puede respetarme, sabiendo, como sabe, ese asunto del que se me acusa y por el que la opinión pública me ha condenado, pero le ruego que crea, al menos, que soy un hombre agradecido. Eso me ayudará a sobrellevar mi carga.

[Firmado] BURGESS

-Salvado nuevamente. -¡Y en qué condiciones! Richards tiró la carta al fuego.

-Ojalá me hubiese muerto, Mary. Ojalá no tuviese que ver con todo esto…

-Oh… Estamos viviendo días amargos, Edward. Días muy amargos. -¡Las puñaladas, a causa de su misma generosidad, son tan profundas, y se suceden tan rápidamente!

Tres días antes de las elecciones cada uno de los dos mil electores se encontró repentinamente en posesión de un valioso recuerdo: una de las famosas falsas monedas de oro de veinte dólares. Sobre su anverso, estaban grabadas las palabras:

LA INDICACIÓN QUE HICE AL ATRIBULADO FORASTERO FUE», y en el revés VÁYASE Y REFORMESE. [Firmado] PINKERTON.

Y de esta forma toda la escoria que había quedado de aquella bufa broma cayó sobre una sola cabeza, con y catastróficos efectos. Se renovó la hilaridad general y se concentró en Pinkerton; y la elección de Harkness fue un paseo. En los primeras veinticuatro horas que siguieron a la recepción de los cheques, las conciencias de los Richards se apaciguaron poco a poco, abatidas; la anciana pareja estaba aprendiendo a reconciliarse con el pecado cometido. Pero ahora debía aprender que el pecado, provoca nuevos terrores auténticos, cuando hay una posibilidad de que se descubra. Esto le, da un aspecto nuevo y más concreto e importante. En la iglesia el sermón dominical fue como de costumbre: se trataba de las mismas cosas de siempre dichas m la formo de costumbre y ellos las habían oído mil veces y las encontraban inocuas, casi sin sentido y adecuadas para dormir cuando se decían. Pero ahora aquello parecía distinto: el sermón parecía estar erizado de acusaciones y se hubiera dicho dm apuntan directa y especialmente contra la gente que ocultaba pecados mortales. Al salir de la iglesia, los Richards se alejaron lo más pronto que pudieron de la multitud que les felicitaba y se dieron prisa en volver a casa, helados, no se sabe muy bien por qué, -¡por unos temores vagos, sombríos, indefinidos. Y dio la casualidad de que vieran fugazmente al señor Hurgess al doblar éste una esquina. -¡El reverendo no prestó atención a su saludo! No los había visto, pero ellos lo desconocían. -¿Qué podía significar la conducta de Burgess? Podía significar… podía significar… ;Oh! Una docena de cosas terribles. -¿Sabría Burgess que Richards podía haber probado su inocencia, m esa época lejana, y habría estado es pecando silenciosamente la oportunidad de ajustar cuentas Ya en casa, llenos de congoja, se pusieron a imaginar que la criada quizá había escuchado en el cuarto contiguo que Richards revelaba a su esposa la inocencia de Burgess. Luego Richards empezó a creer que había oído crujir un vestido en aquel cuarto y, finalmente, tuvo la convicción de haberlo oído. Resolvieron llamar a Sara, con un pretexto; si les había delatado al señor Burgess, se darían cuenta por su empacho. Le formularon varias preguntas, preguntas tan fortuitas e incoherentes y aparente mente carentes de sentido, que la muchacha tuvo la certeza de que los cerebros de ambos ancianos habían sido afectados por su repentina fortuna; el modo de mirar penetrante y escrutador de sus se ñores la asustó, y esto remató el asunto. Saya se sonrojó, se puso nerviosa y confusa y para los ancianos éstas fueron claras señales de culpabilidad, culpabilidad de una u otra especie terrible, y llegaron a la conclusión de que, sin duda, Sara era una espía y una traidora. Cuando volvieron a quedarse solos, comenzaron a relacionar muchas cosas inconexas, y los resultados de la combinación fueron terribles. Y, e cuando las cosas hubieron asumido el más grave cariz, Richards exhaló un repentino suspiro, y su es posa preguntó: