10

He sido, desde mi infancia, gran amante de las violetas y la música. Mi padre era zapatero y mi madre lavandera. Cuando mi madre se enfadaba, me reprendía en checo. Mi infancia fue tenebrosa e infeliz. En cuanto superé la pubertad comencé a llevar una vida errante. Tocaba el violín. Soy zurdo. Cara: ovalada. Soltero; todavía no he conseguido ninguna esposa fiel. La guerra me pareció bastante brutal; pasó, sin embargo, como pasan todas las cosas. Cada rata en su casa... Me gustan las ardillas y los gorriones. La cerveza checa es más barata. ¡Ah, si nos calzaran los herreros, qué económico sería! Todos los ministros se dejan sobornar, todo poema es una paparrucha. Un día, en una feria, vi a unos gemelos; prometían darle un premio a quien les distinguiera, así que Fritz el zanahorio le dio un cachete a uno, y le dejó la oreja colorada, ¡menuda diferencia! ¡Caray, cómo nos reímos! Una paliza, un hurto, una matanza, las cosas son buenas o malas según las circunstancias.

Me he apropiado siempre de todo el dinero que se me ha cruzado en el camino; lo que uno toma es suyo, no se puede hablar de dinero propio o ajeno; en ninguna moneda hay una leyenda que diga: esta moneda pertenece a Müller. Me gusta el dinero. Siempre he deseado encontrar un amigo fiel; habríamos hecho música juntos, él me hubiera legado su casa y su huerto. Dinero, delicioso dinero. Delicioso dinerito. Delicioso dinerazo.

He andado errante, sin rumbo; he encontrado trabajo aquí y allá. Un día conocí a un ricacho que dijo que era igual que yo. Tonterías, no se me parecía en absoluto. Pero, como era rico, no quise discutir con él, y todo aquel que se codea con los ricos puede terminar siendo también rico. El tipo quería que me fuese a dar una vuelta en coche, suplantándole, tras haberle dejado en una calle rara para que así pudiera dedicarse a algún negocio sucio. Era un farolero, y le maté y le robé. Ahora yace en el bosque, hay nieve en el suelo, graznan los cuervos, saltan las ardillas. Me gustan las ardillas. Ese pobre caballero embutido en su magnífico gabán yace muerto, no lejos de su coche. Sé conducir. Me gustan las violetas y la música. Nací en Zwickau. Mi padre era un zapatero calvo y con gafas, y mi madre era una lavandera de manos rojas. Cuando se enfadaba...

Y otra vez igual, desde el principio, con nuevos y absurdos detalles... Así fue como la imagen refleja, afirmándose a sí misma, fue reclamando sus derechos. No fui yo quien buscó refugio en tierras extrañas, ni yo el que se dejó crecer la barba, sino Félix, mi asesino. Ah, si le hubiese conocido bien, si le hubiese tratado íntimamente durante años, incluso me habría resultado divertido instalarme en el alma que había heredado. Habría conocido cada una de sus grietas; todos los pasillos de su pasado; habría podido disfrutar de la utilización de todos sus habitáculos. Pero sólo había llegado a estudiar muy someramente el alma de Félix, de modo que lo único que de ella conocía eran los perfiles de su personalidad, dos o tres rasgos observados por azar. ¿Tendría que entrenarme a hacer cosas con la mano izquierda?

Por desagradables que fuesen, cabía dentro de lo posible hacer frente a todas esas sensaciones. Resultaba, por ejemplo, bastante difícil olvidar hasta qué punto se me había entregado aquel ser blando de corazón durante el rato en que estuve preparándole para su ejecución. ¡Esas frías y obedientes garras! Me pasmaba el recordar lo dócil que había sido. Tenía la uña del dedo gordo del pie tan dura que mis tijeras no lograron darle un único y definitivo mordisco, y se quedó enroscada en torno a una de las hojas de la misma forma que la punta de una lata de carne se enrosca en torno al abrelatas. ¿Tan poderosa puede llegar a ser la mente humana como para convertir a otro hombre en un muñeco? ¿Llegué verdaderamente a afeitarle? ¡Asombroso! Sí, lo que me atormentaba por encima de todo, cuando iba recordándolo, era la docilidad de Félix, el carácter ridículo, descerebrado y automático de su docilidad. Pero, como ya he dicho, logré superar esa parte del asunto. Mucho más grave fue mi fracaso a la hora de habérmelas con los espejos. De hecho, la barba que comencé a dejarme crecer no pretendía tanto esconderme de los otros, como de mí mismo. Horrible cosa es la imaginación hipertrofiada, francamente. De manera que resultaba sencillísimo comprender que un hombre dotado de una sensibilidad tan aguda como yo llegue a verse sumido en estados auténticamente diabólicos por naderías tales como el reflejo de un espejo oscuro, o su propia sombra cayendo muerta a sus pies, und so weiter. Alto ahí, todos ustedes. Alzo una enorme palma blanca, como un policía alemán, ¡alto! No quiero oír ni un solo gemido de compasión, ni uno solo. ¡Alto a la compasión! No acepto las simpatías de nadie; porque entre ustedes habrá, seguro, unas cuantas almas que se compadecerán de mí, de mí, poeta incomprendido. «Niebla, vapor... en la niebla un acorde tembloroso.» No, no es poesía, sino una frase del libro de nuestro amigo Dusty, Crimen y hastío. Perdón: Schuld und Sühne(edición alemana). Todo remordimiento por mi parte queda absolutamente descartado: los artistas no sienten remordimientos, ni siquiera cuando su obra resulta incomprendida, rechazada. En cuanto a ese premio...

Lo sé, lo sé: desde el punto de vista de quien escribe una novela, parece un grave error que a todo lo largo de esta historia haya —hasta donde yo recuerde— tan pocos párrafos dedicados a lo que parece haber sido mi tema principal; la codicia. ¿Cómo es que soy tan reticente y vago en relación con la finalidad perseguida con esa operación que consistió en procurarme un doble muerto? Pero al llegar aquí me asaltan extrañas dudas: ¿tan empeñado, tan empeñadísimo estaba yo en obtener un beneficio, y tan deseable me parecía esa suma notablemente equívoca (el valor de un hombre representado en dinero; y una remuneración razonable por su desaparición)? ¿O bien las cosas fueron justamente al revés y la memoria, escribiendo en mi lugar, no podía (fiel hasta el final) actuar de otro modo ni darle importancia especial a cierta conversación que hubo en el estudio de Orlovius (¿he dado una descripción de ese estudio?)?

Y me gustaría decir otra cosa acerca de mis humores póstumos: aunque en el fondo de mi alma no albergué dudas respecto a la perfección de mi obra, pues me pareció que en el bosque en blanco y negro yacía un hombre perfectamente parecido a mí, como novicio de la genialidad, poco familiarizado todavía con el sabor de la fama, pero imbuido del orgullo que siempre acompaña al rigor, anhelé, hasta el dolor, que esa mi obra maestra (concluida y firmada el 9 de marzo en un sombrío bosque) fuese apreciada por los hombres o, dicho de otro modo, que el engaño —y toda obra de arte es un engaño— tuviera éxito; en cuanto a los derechos de autor, por así llamarlos, pagados por la empresa de seguros, eran para mí un asunto de importancia secundaria. Oh, sí, fui el artista puro.

Las cosas que pasan se atesoran más tarde, como dijo el poeta. Un bello día Lydia se reunió por fin conmigo en el extranjero; fui a verla a su hotel. «Menos aparato —dije en grave tono de advertencia, cuando estaba a punto de arrojarse en mis brazos—. Recuerda que me llamo Félix, y que sólo somos conocidos.» Estaba muy bonita con su disfraz de viuda, de la misma manera que mi corbata de lazo negra y mi bien recortada barba de artista me sentaban muy bien a mí. Lydia comenzó relatando... sí, todo había funcionado tal como yo esperaba, sin una sola dificultad. Al parecer, lloró con notable sinceridad durante la incineración, cuando aquel pastor de voz profesionalmente entrecortada habló de mí, «...y este hombre, este hombre de corazón noble que...». Luego le expliqué el resto de mis planes, y poco después comencé a cortejarla.