—Lo he hecho bien fuerte —dijo Lydia—. Te gustará. Sí, cariño, te escucho.

—... el héroe de esta barata novelucha de misterio exige la adopción de las siguientes medidas: que todo se organice de manera que parezca un asesinato vulgar y corriente. No quiero entrar ahora en los detalles técnicos, pero en resumen las cosas son así: la pistola está atada al tronco de un árbol, con un cordel sujeto al gatillo; el suicida se aleja, y al hacerlo tira del cordel, y recibe un disparo en la espalda. Más o menos, así se desarrollarán los acontecimientos.

—Oh, espera un momento —exclamó Lydia—. He recordado una cosa: dejó el revólver sujeto de algún modo al puente... No, no es así. Primero ató una piedra con un cordel... A ver, ¿cómo era? Ah, ya lo tengo: ató una piedra muy grande a un extremo, y el revólver al otro, y entonces se pegó el tiro. Y la piedra cayó al agua, y la cuerda resbaló por encima de la barandilla, y al final también cayó el revólver... y todo se zambulló en el agua. Lo que pasa es que no recuerdo por qué hacía falta que ocurriese todo eso.

—Aguas tranquilas, en pocas palabras; y un muerto en lo alto del puente. ¡Qué gran invento esto del café! Tenía una jaqueca espantosa; ahora me siento mucho mejor. Así que ya lo ves claramente... me refiero a cómo tiene que ocurrir todo eso.

Me tomé el fuerte café y medité un poco más. Extrañamente, la imaginación de Lydia no funcionaba en absoluto. Faltaban sólo dos días para que nuestra vida cambiase... para que diese un vuelco brutal... para que experimentase un terremoto de grandes proporciones... y ahí estaba ella, tan tranquila con su café, recordando alguna aventura de Sherlock Holmes.

Sin embargo, me equivocaba: Lydia dio un respingo y, bajando lentamente la taza, dijo:

—Estaba pensando, Hermann, que si tiene que pasar todo tan pronto, deberíamos comenzar a hacer el equipaje. Y, por Dios, pero si tengo un montón de ropa en la lavandería. Y tu smokingestá en el tinte.

—Para empezar, querida mía, no tengo especiales deseos de ir vestido de etiqueta cuando me incineren; en segundo lugar, expulsa de tu cabeza, como puedas y en cuanto puedas, la idea de que tienes que actuar en modo alguno, y olvídate de hacer preparativos ni nada que se le parezca. No tienes que hacer nada por la sencilla razón de que no sabes nada, absolutamente nada... toma nota mental de lo que te digo, por favor. De manera que no hagas alusiones misteriosas ante tus amistades, no empieces a moverte ni vayas a hacer compras... Que se te grabe esto en la cabeza, mujer, porque de lo contrario nos vamos a meter en un buen lío. Te lo repito: todavía no sabes nada de nada. Pasado mañana tu esposo se irá a dar una vuelta en coche y, oh sorpresa, no regresará. Es entonces, y sólo entonces, cuando empiezan tus deberes. Unos deberes muy importantes, aunque muy sencillos. Vamos a ver si me escuchas con toda la atención de la que seas capaz. La mañana del día 10 telefonearás a Orlovius y le dirás que me fui, que no dormí en casa y que todavía no he regresado. Le preguntarás qué tienes que hacer ante esta situación. Y actuarás de acuerdo con los consejos que él te dé. En general, deja que sea él quien se ponga al mando de la situación, que lo haga todo, desde informar a la policía hasta todo lo demás. El cadáver aparecerá muy pronto. Es esencial que te convenzas a ti misma de que estoy muerto. Y, estando como están las cosas, tampoco distará mucho eso de la verdad, pues mi hermano forma parte de mi alma.

—Haría cualquier cosa —dijo ella—, cualquiera, por él y por ti. Pero estoy espantosamente asustada, y se me empiezan a revolver unas cosas con otras en la cabeza.

—Pues evítalo. Lo principal es que muestres tu dolor con toda naturalidad. No hace falta que se te vuelva blanco el pelo, sino que sea natural. Para que tu tarea sea más fácil, le he dado a Orlovius indicios suficientes como para que crea que hace años que dejaste de quererme. De manera que puedes mostrar tu dolor de forma muy reservada. Gime y calla. Luego, cuando veas mi cadáver, es decir el cadáver de alguien que no podrás distinguir en modo alguno de mí, estoy seguro de que sufrirás una auténtica conmoción.

—¡Ay! ¡No podré, Hermann! Me moriré de miedo.

—Peor sería que comenzaras a empolvarte la nariz en pleno depósito de cadáveres. En cualquier caso, contente. No chilles, pues de lo contrario estarás obligada a mostrar un dolor especialmente agudo cuando terminen los gritos, y ya sabes que eres una actriz malísima. Bien, prosigamos. La póliza y mi testamento están en el cajón central de mi escritorio. Una vez hayas hecho incinerar mi cadáver, de acuerdo con lo que dice mi testamento, y una vez resueltas todas las formalidades, después de haber recibido, a través de Orlovius, lo que te corresponde, y de hacer con el dinero lo que él te diga que hagas, te irás al extranjero, a París. ¿En qué lugar de París te alojarás?

—No lo sé, Hermann.

—Intenta recordar dónde dormimos la vez que estuvimos juntos en París. ¿Te acuerdas o no?

—Sí, ahora empiezo a recordarlo. Era un hotel.

—Ya, pero ¿cuál?

—No consigo recordar nada, Hermann, cuando me miras de esta manera. Ya te digo que empiezo a recordarlo. Era en el Hotel nosequé.

—Te daré una pista: tiene que ver con la hierba. ¿Cómo dicen hierba los franceses?

—Espera un mom... herbé. Ah, ya está: Malherbe.

—Para asegurarte del todo, en caso de que volvieses a olvidarlo, siempre puedes echarle una ojeada al baúl negro. La etiqueta sigue ahí.

—Mira, Hermann, no soy tan tonta. Pero me parece que será mejor que me lleve ese baúl. El negro.

—De modo que ése es el sitio en donde debes alojarte. A continuación viene una cosa importantísima. Antes, sin embargo, voy a pedirte que me lo repitas todo una vez más.

—Estaré triste. Intentaré no llorar más de la cuenta. Orlovius. Dos vestidos negros y un velo.

—No tan aprisa. ¿Qué harás cuando veas el cadáver?

—Caer de rodillas. Y no me pondré a chillar.

—De acuerdo. Ya ves qué bien organizado está todo. ¿Y luego, qué viene luego?

—Luego hago que lo entierren.

—En primer lugar, no es él, sino yo. Por favor, no te confundas en eso. En segundo lugar, no hablamos de entierro, sino de incineración. No nos interesan las exhumaciones. Orlovius informará al pastor de mis méritos morales, cívicos y matrimoniales. El pastor del horno crematorio pronunciará un sentido sermón. Al son de las notas del órgano, mi ataúd se hundirá lentamente en el Hades. Eso es todo. ¿Y qué hay que hacer a continuación?

—A continuación... París. ¡No, espera! Primero, montones de formalidades para lo del dinero. Me temo que Orlovius me matará de aburrimiento. Luego, una vez en París, iré al hotel... Mira, sabía que me iba a ocurrir. He pensado que quizá se me olvidaría, y resulta que lo he olvidado. Es que me aturdes, sabes. Hotel... Hotel... ¡Ah, el Malherbe! Por si acaso, me llevaré el baúl.