— No te comprendo. ¿Qué tiene que ver el esqueleto con esto?

— No lo sé — reconoció Pashka -. Y sin embargo, estos seguro de que ha de existir una relación.

Anka dudó unos instantes y dijo:

— Lo que tienes que hacer es no dejar que Antón piense demasiado. Háblale siempre de algo, aunque sea de tonterías. Haz que discuta.

Pashka suspiró.

— Lo sé. Ya lo hice. Pero a él no le importan mis historias. Me escucha unos momentos, luego se ríe y me dice: «Quédate aquí, Pashka; me voy a dar un paseo», y se va. Y yo me quedo. Al principio me iba tras él, sin que me viera, como un tonto. Ahora simplemente espero a que vuelva. Pero si tú…

Anka se puso en pie en aquel momento. Pashka se giró y se levantó también. Anka concentró su atención en Antón, que avanzaba hacia ellos por el claro, enorme, ancho, rubio, con el rostro sin tostar aún por el sol. Y le pareció que no había cambiado en absoluto. Siempre había sido un poco triste.

Fue a su encuentro.

— Anka — murmuró Antón cariñosamente -. Anka, amiga…

Y le tendió una enorme mano. Anka avanzó tímidamente hacia él, pero de pronto se detuvo. En sus dedos… No, no era sangre; simplemente, jugo de Fresas.

FIN

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08/03/2010