Budaj apartó un poco el plato vacío que tenía ante sí.

— Me hacéis unas preguntas algo extrañas, Don Rumata. Y es interesante constatar que estas mismas preguntas me las hizo Don Gug, el noble camarero de nuestro duque. ¿Lo conocéis? Lo suponía… ¡La lucha contra el mal! ¿Pero qué es en definitiva el mal? Cada cual entiende el mal a su manera. Para nosotros, los hombres dedicados a la ciencia, el mal es la ignorancia, pero la Iglesia dice que la ignorancia es un bien, y que todos los males provienen del saber. Para el labrador, el mal son los impuestos y las sequías, pero para los que comercian el grano la sequía es un bien. Para los esclavos e! mal es un amo borracho y cruel, para los artesanos el usurero avaro. ¿Contra qué mal hay que luchar, Don Rumata? — Budaj miró con atención a sus oyentes -. Porque el mal es indestructible. No hay hombre capaz de reducir el mal que existe en el mundo. Uno puede conseguir mejorar un poco su propia suerte, pero a costa de empeorar la suerte de los demás. Y siempre habrá Reyes más o menos crueles, y barones más o menos salvajes, y pueblos ignorantes que admiren a sus opresores y que odien a su libertador. Y esto ocurre porque el esclavo comprende mejor a su amo, aunque sea cruel, que a su libertador, puesto que cada esclavo puede imaginar lo que él haría si fuese amo, pero son muy pocos los que pueden imaginarse a sí mismos como desinteresados libertadores. Así es la gente, Don Rumata. Así es el mundo. — El mundo cambia constantemente, doctor Budaj — dijo Rumata -. Hubo tiempos en los que no había Reyes.

— El mundo no puede estar cambiando eternamente — respondió Budaj -, puesto que no hay nada eterno, ni siquiera los cambios… Nosotros desconocemos las leyes del perfeccionamiento, pero es indudable que la perfección será alcanzada, más tarde o más temprano. Observad, por ejemplo, cómo está formada nuestra sociedad. ¡Cómo se alegran nuestros ojos al ver un sistema geométrico tan exacto y regular! Abajo tenéis a los campesinos y a los artesanos, sobre ellos está la aristocracia, después el clero y, finalmente, el Rey. ¡Qué bien imaginado! ¡Qué estabilidad y qué armonioso orden! ¿Qué puede seguir cambiando en este acabado cristal salido de las manos del joyero celestial? Las construcciones más sólidas son las que tienen forma piramidal: eso es algo que sabe cualquier arquitecto — Budaj levantó sentenciosamente un dedo -. Los granos que se derraman de un saco no forman una capa plana, sino una pirámide cónica. Cada granito se adhiere a los demás, procurando no rodar hasta abajo. Lo mismo ocurre con la humanidad. Si esta quiere mantenerse como un todo único, las personas tienen que cogerse las unas a las otras y formar inevitablemente una pirámide.

— ¿Es posible que creáis realmente que este mundo es perfecto? — se sorprendió Rumata -. ¡Después de encontraros frente a Don Reba, después de haber estado en la cárcel…!

— ¡Claro que no, mi joven amigo! En este mundo hay muchas cosas que no me gustan y que querría fueran de otro modo. ¿Pero qué puedo hacer? Para las fuerzas superiores la perfección tiene un aspecto distinto que para mí. ¿Qué sentido puede tener el que un árbol se lamente de su inmovilidad? Y no obstante, lo más probable es que fuera feliz pudiendo huir del hacha del leñador. — ¿Y si fuera posible cambiar la disposición de las fuerzas superiores?

— Eso sólo pueden hacerlo las propias fuerzas superiores.

— Pero imaginad que vos sois Dios.

Budaj se echó a reír.

— Si realmente pudiera imaginármelo, sería Dios.

— Bueno, pero ¿y si pudierais aconsejar a Dios.

— Tenéis una imaginación muy rica — dijo Budaj satisfecho -. Eso es bueno. ¿Sois realmente una persona culta? ¡Magnífico! Me sentiría muy dichoso de poder estudiar con vos.

— Me estáis adulando. Pero, ¿qué le aconsejaríais vos a Dios? ¿Qué cosa pensáis que debería hacer el Todopoderoso para que pudiéramos decir: sí, el mundo ya es ahora completamente bueno?

Budaj, con una aprobadora sonrisa, se recostó en el respaldo de su sillón y cruzó sus manos sobre el vientre. Kira lo observaba con extraordinario interés.

— Bien… — dijo Budaj -. Le diría al Todopoderoso: «Creador, desconozco tus planes y es posible que en ellos no entre el hacer a los hombres buenos y felices. ¡Pero haz que sea así! ¡Es tan fácil! Haz que los hombres tengan el pan, la carne y el vino que necesitan, dales techo y vestido. Haz que desaparezca el hambre, la necesidad, y todo aquello que divide a las personas.»

— ¿Y eso es todo? — preguntó Rumata.

— ¿Os parece poco?

Rumata agitó la cabeza.

— Dios os contestaría: «Eso que me pides no beneficiaría a los hombres, porque los fuertes de vuestro mundo les quitarían a los débiles lo que yo les diera a todos, y a fin de cuentas estos últimos seguirían siendo pobres.»

— Entonces le pediría a Dios que protegiera a los débiles. «Haz que los gobernantes crueles entren en razón», le diría.

— «La crueldad es la fuerza. Si los gobernantes perdieran su fuerza, vendrían otros más crueles a sustituirles.»

Budaj dejó de sonreír.

— «Castiga a los crueles — dijo resueltamente -, para que sirva de ejemplo a los fuertes y no se atrevan a emplear la crueldad con los débiles.»

— «Pero el hombre nace débil, y solamente se hace fuerte cuando a su alrededor no hay otros más fuertes que él. Cuando hayan sido castigados los fuertes crueles, su sitio será ocupado por los débiles más fuertes, que también serán crueles. Habría que castigarlos a todos, y esto es lo que yo no quiero hacer.»

— «Tú ves las cosas más claras, Todopoderoso. Haz entonces que los hombres reciban de todo, de modo que no tengan que quitarse los unos a los otros lo que tú les des.»

— «Eso tampoco beneficiará a los hombres — suspiró Rumata -. Porque si lo reciben todo gratuitamente de mis manos, sin ningún esfuerzo, olvidarán lo que es el trabajo, perderán el gusto de vivir y se convertirán en animales domésticos, a los que tendré que vestir y alimentar eternamente.»

— «¡No se lo des todo de golpe! — dijo Budaj acaloradamente -. ¡Dáselo poco a poco!»

— «Poco a poco pueden conseguir por sí mismos todo lo que les haga falta.»

Budaj se echó a reír, acorralado.

— Sí, ya veo que la cosa no es tan fácil. Antes no se me había ocurrido pensar en todo esto. Me parece que ya lo hemos probado todo. No, aguardad — se inclinó hacia adelante — Aún queda una posibilidad. «Haz que a los hombres les guste el trabajo y el estudio más que cualquier otra cosa, que el trabajo y la sabiduría sean el único sentido de sus vidas.»

También habíamos pensado en hacer esto, pensó Rumata. La hipnoinducción en masa, la remoralización positiva de toda la humanidad. Incluso se pensó en instalar para ello tres satélites hipnoemisores en órbita ecuatorial.

— «Podría hacer eso — dijo -. Pero, ¿vale la pena quitarle toda su historia a la humanidad? ¿Vale la pena cambiar una humanidad por otra? ¿No equivaldría esto a barrer esta humanidad de la faz del planeta y crear otra nueva en su lugar?»