Arkadi y Boris Strugatski
QUE DIFÍCIL ES SER DIOS
Título original: Trudno Byt Bogom
Traducción: A.M. García y D. Santos
© 1964 by Arkadi y Boris Strugatski
© 1975 Ediciones Acervo
Julio Verne 5 — Barcelona
ISBN 84-7002-187-7
Edición digital de Paslical — R6 07/02
Edición digital de Paslical — R6 07/02
Apaños:Jack!2010
Apaños:Jack!2010
Aquellos fueron días en los que aprendí lo que es sufrir, lo que es sentir vergüenza, lo que es la desesperación.
PEDRO ABELARDO
Debo advertirle lo siguiente: para cumplir esta misión irá usted armado con el fin de infundir más respeto. Pero en ningún caso se le permitirá hacer uso de sus armas, sean cuales sean las circunstancias. ¿Ha comprendido?
ERNEST HEMINGWAY
PROLOGO
Anka llevaba una ballesta hecha por ella misma, con la caja de plástico negro y la cuerda de acero al cromo, que se montaba por medio de una silenciosa palanca. Antón no admitía innovaciones en estas cosas: su artefacto bélico era sólido, como el del mariscal Totz, es decir el rey Pisa I; estaba guarnecido con cobre negro, y tenía una ruedecilla a la que iba arrollado un cordón de nervio de toro. Pashka iba armado con una escopeta de aire comprimido, porque decía que las ballestas eran armas propias de la infancia de la humanidad; en realidad, si no tenía ballesta era debido a que era un vago, no poseía aptitudes para el oficio de carpintero, y ni siquiera había intentado fabricar una.
Atracaron en la orilla norte, donde el terreno, de amarilla arena, formaba un corte vertical por el que asomaban las raíces de unos pinos rectos como mástiles. Anka soltó el timón y miró a su alrededor. El sol despuntaba ya por encima del bosque, y todo a su alrededor era celeste, verde y amarillo. Celeste era la niebla que cubría el lago; verdeoscuros los pinos; amarilla la playa que se veía enfrente. Y por sobre todo ello dominaba un cielo claro, azul, casi blanco.
— Allí no hay nada — dijo Pashka.
Los muchachos seguían sentados en la barca, inclinados sobre la borda, mirando lo que había bajo el agua.
— Mira que lucio tan grande — exclamó Antón.
— ¿Con una aleta así? — preguntó Pashka.
Antón no respondió. Anka también miraba el agua, pero lo único que veía era su propia imagen reflejada.
— Si pudiéramos bañarnos — dijo Pashka, metiendo un brazo en el agua -. Pero está fría.
Antón pasó a la proa y desde allí saltó a la orilla. La barca cabeceó. Después sujetó la borda y esperó a ver lo que hacía Pashka. Este se levantó, se echó el remo al hombro y, contorsionándose de cintura para abajo, empezó a cantar:
¡Viejo capitán Vitsliputslí!
¿Te has dormido, amigo mío?
Pues cuídate, que ahí vienen
Cinco tiburones fritos.
Antón, sin decir palabra, dio un empujón a la barca.
— ¡Hey! — gritó Pashka, asiéndose a la borda.
— ¿Por qué fritos? — preguntó Anka.
— ¡Y yo qué sé! — respondió Pashka, mientras saltaban a la orilla -. Pero no suena mal, ¿verdad? ¡Cinco tiburones fritos!
Vararon la barca. Sus pies se hundían en la húmeda arena, que estaba llena de pinas y agujas secas de pino. La barca era pesada y resbaladiza, pero la arrastraron hasta sacarla completamente del agua. Después descansaron a su lado, respirando agitadamente por el esfuerzo.
— Me he aplastado un pie — dijo Pashka, arreglándose el pañuelo rojo que llevaba en la cabeza. Ponía gran empeño en que el nudo le cayese exactamente sobre la oreja derecha, como a los narigudos piratas irukanos -. Pero, ¡qué importa la vida! — añadió.
Anka se chupaba un dedo.
— ¿Te has clavado una astilla? — preguntó Antón.
— No, me he hecho una desolladura. ¿Quién de vosotros es el que lleva esas uñas?
— Deja que lo vea.
Ella le mostró el dedo.
— Sí — dijo Antón -. ¡Vaya trauma! ¿Qué hacemos ahora?
— ¡Sobre el hommmmm… bro, y adelante por la orilla! — gritó Pashka.
— Entonces, ¿para qué hemos desembarcado? — preguntó Antón.
— Porque en barca hasta una gallina podría hacer este viaje — explicó Pashka -. Pero por la orilla hay precipicios, cañaverales, remolinos… Incluso Iotas y siluros.
— ¡Bancos de siluros fritos! — exclamó Antón.
— ¿Has buscado alguna vez en un remolino?
— Sí.
— Nunca te he visto hacerlo.
— Hay tantas cosas que nunca me has visto hacer.
Anka les dio la espalda, levantó su ballesta y disparó sobre un pino que había a unos veinte pasos. Saltaron esquirlas de corteza.
— Magnífico — exclamó Pashka, y disparó con su escopeta. Apuntó a la flecha de Anka, pero falló el tiro -. No contuve la respiración — dijo para disculparse.
— ¿Y si lo hubieras hecho? — preguntó Antón, mirando a Anka.
Esta tiró con fuerza de la palanca y tensó la cuerda de su ballesta. Tenía unos excelentes músculos. Antón observó cómo bajo su morena piel se desplazaba la dura bola de sus bíceps.