ARBENIN. - Yo mismo soy así y, sin embargo, no me vanaglorio. (Sentándose) Escucho.

DESCONOCIDO. - (Aparte) ¿Por ahora mis palabras no lo han conmovido o en realidad estoy equivocado? Veremos más adelante. (Dirigiéndose a Arbenin) Siete años atrás. Arbenin, todavía me reconocías. Yo era joven, sin experiencia, impulsivo y con riquezas. Pero tú... en tu pecho ya se encubría esta frialdad, ese desprecio infernal hacia todos, de que tú siempre te vanaglorias No sé si adjudicar ese rasgo a tu inteligencia o a cierta situación; no voy a analizar tu alma; la comprenderá Dios, que fue su creador.

ARBENIN. - El comienzo es bueno.

DESCONOCIDO. - El final no será peor. Cierta vez me convenciste y atrayéndome me llevaste a la mesa de juego... Mi cartera estaba llena y además creía en la felicidad... Me senté a jugar contigo y perdí todo. Mi padre era un hombre avaro y severo... y para no someterme a sus reproches resolví volver al juego para recuperar lo perdido. Pero tú, aunque eras joven en aquel entonces, me tenías en tus garras y yo perdí todo nuevamente. Quedé desesperado, y como tú bien recordarás, hubo lágrimas y ruegos... A ti sólo te provocaron risas... pero mejor hubiera sido para mí que me atravesaran con un puñal. Mas, en aquel tiempo no miraba las cosas con cierta premonición y únicamente ahora la semilla de la maldad dio su fruto. (Arbenin intenta ponerse de pie y luego sigue sentado y pensativo). Desde aquella vez abandoné todo; las mujeres y el amor y los placeres de la juventud. Los sueños de ternura y las dulces inquietudes; se abrió para mí un nuevo mundo de luz, de nuevas y extrañas sensaciones, un mundo, una sociedad de gente humillada y ofendida, con almas orgullosas, de pasiones heladas y atrayentes torturas. He visto también que el dinero es el zar de la tierra y me he doblegado ante él...

Pasaron los años, se llevaron todo; la riqueza y la salud; por siempre se ha cerrado para mí la puerta de la felicidad. Yo he firmado un pacto con el destino y he aquí lo que soy... ¡Ah, tiemblas! ¡Comprendes lo que quiero y lo que buscaba! Repite una vez más que todavía no me conoces.

ARBENIN. - ¡Fuera! ¡Te he reconocido, te he reconocido!...

DESCONOCIDO. - ¿¡Fuera!? ¿Acaso esto es todo? ¿Te has burlado de mí? Y yo estoy dispuesto a divertirme. Hace poco que por casualidad, a mis oídos ha llegado el rumor de que eres feliz; te has casado y eres rico. Me causó amargura, y el corazón, compungido, me ha hecho pensar en ti; ¿pero por qué será feliz? Un sentimiento categórico me empujaba, ordenándome: «Anda, anda, inquiétalo». Y empecé a seguirte, mezclándome siempre con la multitud, siguiéndote por todas partes, sin fatigarme y averiguando todo... Por fin, mis esfuerzos llegan a su término. Escucha, he sabido y... y debo revelarte una verdad... (Pronunciando marcada pero lentamente cada sílaba) Escúchame: tú... has matado a tu mujer...

(Arbenin retrocede bruscamente. Se aproxima el príncipe).

ARBENIN. - ¿La he matado? ¿Yo? ¡El príncipe!

¡Oh, qué es esto!...

DESCONOCIDO. - (Retrocediendo) Yo he dicho todo y el dirá lo demás.

ARBENIN. - (Enfurecido) ¡Ah! ¡Una confabulación! ¡Estupendo! Yo estoy en vuestras manos... ¿Quién lo podrá impedir? Nadie... Ustedes son los dueños de la situación... yo obedezco... estoy a vuestros pies... mi alma se turba ante vuestras miradas... y yo soy un tonto, un niño, y en contra de vuestras palabras no hallo respuesta... Por un instante estoy vencido y fui engañado con bromas; pondré tranquilamente mi cabeza bajo el hacha... ¿pero ustedes no han calculado que yo tengo inteligencia, fuerza y experiencia? Ustedes creyeron que ella se ha llevado todo a la tumba y que yo no podré pagarles lo que merecen, como hacía antes. He aquí cómo estoy humillado ante vuestra opinión con mis palabras de ruego amenazante... Sí, la escena está bien preparada, pero ustedes no adivinaron el final. ¿Y este chiquillo?...

¿El también piensa pelear conmigo? ¿Fue poco una bofetada y quiere recibir otra? ¡Usted recibirá, mi querido, todas las necesarias! ¿O es que está aburrido de la vida? No es extraño; la vida de un imbécil es poca cosa. Puede irse preparando. Usted será asesinado y morirá con el nombre y la muerte de un canalla.

PRÍNCIPE. - Veremos, pero pronto...

ARBENIN. - ¡Vamos, vamos!

PRÍNCIPE. - ¡Ahora soy feliz!

DESCONOCIDO. - (Separándolos) Pero lo más importante se ha olvidado...

PRÍNCIPE. - (Deteniendo a Arbenin) ¡Espere!

Usted debe saber que me ha acusado en vano; que no tiene ninguna culpa su víctima; usted me ha insultado, me ha ofendido a tiempo, y yo quería decirle... pero vamos.

ARBENIN. - ¿Qué? ¿Qué?

DESCONOCIDO. - Tu esposa era inocente; fuiste muy severo con ella...

ARBENIN. - (Riendo) ¿Usted tiene en reserva muchas bromas como ésta?

PRÍNCIPE. - No, no, yo no bromeo, juro por el Creador. La pulsera, por casualidad cayó en manos de la baronesa, quien me la entregó después. Yo mismo me equivoqué. Mi amor fue rechazado por su esposa. Si yo hubiera sabido que por este error ocurriría tanto mal, no hubiera buscado ni una mirada, ni una sonrisa... Con esta carta la baronesa descubre toda la verdad.

Lea usted rápidamente; tengo los instantes contados...

(Arbenin toma la carta y lee).

DESCONOCIDO. - (Elevando los ojos al cielo con hipocresía) La providencia castiga al malvado. ¡Qué lástima! La inocente ha muerto. Pero aquí la esperaba la tristeza, mientras que en el cielo se ha salvado. ¡Ah, yo la he visto! Sus ojos eran el claro reflejo de la pureza de su alma. Quién podría pensar que esa espléndida flor fuera destrozada por la tempestad en un instante.

¿Por qué has callado, infeliz? Arráncate los cabellos desesperado... grita... ¡Qué horror!. .. ¡Oh, qué horror!. ..

ARBENIN. - (Arrojándose sobre ellos) ¡Yo los estrangularé, verdugos! (De pronto cae debilitado sobre el sillón).

PRÍNCIPE. - (Empujándolo con grosería) Los remordimientos no le ayudarán. Lo esperan las pistolas; nuestra discusión no ha terminado... ¿Calla, no me escucha? ¿Habrá perdido el juicio?

DESCONOCIDO. - Tal vez...

PRÍNCIPE. - Usted me ha interrumpido.

DESCONOCIDO. - Nosotros apuntamos a cosas diferentes. Yo me he vengado; para usted, yo creo que ya es tarde.

ARBENIN. - (Levantándose, con mirada salvaje)

¿Qué es lo que ha dicho?... (Decayendo) No tengo fuerza, no tengo fuerza... Fui tan ofendido, estaba tan seguro... ¡Perdóname, perdona, oh, Dios mío! ¿A mí? ¿Perdón? (Ríe a carcajadas) Y las lágrimas, los ruegos, la imploración... ¿Tú has perdonado? (Echándose de rodillas) Y héme aquí echado de rodillas ante ustedes...; decidme, por favor, si no fue cierta la traición, la maldad evidente... ¡Yo quiero, yo ordeno que la acuséis al instante! ¿Que ella es inocente? ¿Acaso ustedes estuvieron aquí? ¿Me miraron en el alma? Yo pido ahora como ella antes me rogaba... ¿Un error? ¿Me he equivocado?... Ella también me lo aseguraba, pero yo le dije que era mentira... (Poniéndose de pie) Yo le dije a ella esto. (Pausa). He aquí lo que les voy a revelar: yo no soy el asesino. (Mirando fijamente al desconocido) ¡Tú fuiste! ¡Rápido, reconoce tú, habla valientemente! ¡Sé sincero siquiera conmigo! ¡Oh, querido amigo, por qué has sido tan cruel, si yo la amaba, yo hubiera dado el cielo y el paraíso por una lágrima suya para no perderla... pero yo te perdono! (Echándose en los brazos del desconocido y llorando).