ARBENIN. - (Consigo mismo) Yo dudaba, y todos lo sabían; todos no hacen más que hacerme insinuaciones... me persiguen... para ellos soy lastimoso, ridículo. ¿Dónde estará el fruto de mi esfuerzo? ¿Dónde estará el poder que antes tenía para castigar a esta gente con la palabra y mi agudeza? ¡Dos mujeres la han matado! Una de ellas... ¡Oh, cómo la amo! ¡La amo... y he sido tan impunemente engañado!... ¡No, yo no la entregaré a la gente y no les daré el derecho de juzgarnos; yo mismo haré el terrible juicio y encontraré el castigo! (Acercando una mano al corazón) Ella morirá; yo no puedo vivir más con ella... ¿Y vivir separados? (Asustándose de sus propias palabras) Está resuelto; ella morirá. No cambiaré mi firme decisión.

Por lo visto, ella está destinada a sucumbir en la flor de los años y ser amada por un hombre como yo, malvado, y amar a otro... eso es evidente... ¿Cómo puedo vivir después de todo esto?... Dios, tú pareces ciego, aunque todo lo ves. ¡Tómala en tu seno, tómala, yo te la entrego, perdónala y dale tu bendición; yo no soy Dios y no perdono. (Se oye la melodía de una música cercana.

Arbenin camina por la habitación y de pronto se detiene) Hace diez años, cuando me iniciaba en el camino de la corrupción, cierta noche perdí en el juego hasta el último centavo; en aquel tiempo no sabía el precio del dinero ni el precio de la vida. Estaba desesperado y fui en busca de un veneno. Después de haberlo comprado regresé a la mesa de juego; la sangre me ardía en el pecho; en una mano tenía preparada la copa con limonada y en la otra una carta; el último rublo en el bolsillo esperaba su destino junto al sello fatal; el riesgo era realmente grande, pero la felicidad me salvó y en una hora recuperé todo lo perdido. Desde aquel día guardo ese veneno como un talismán misterioso y raro es que me defienda en los agitados días y lo he guardado para la negra hora de mi vida. Y esa hora ha llegado.

(Sale rápidamente).

(La dueña, Nina, varias damas y caballeros; van acercándose otras visitas).

DUEÑA. - No estaría mal descansar un poco.

DAMA- (Conversando con otra) Hace tanto calor, que me derrito.

PETROV. - Mientras, Nina Pavlovna nos cantará algo.

NINA. - Nuevas canciones, realmente no conozco, y las viejas ya los tendrán aburridos.

DAMA. - ¡Ay! De veras, Nina, canta algo.

DUEÑA. - Eres tan encantadora, que no nos obligarás a rogarte en vano toda una hora.

NINA. - (Sentándose al piano) Pero escuchadme con atención, es mi orden, aunque sea un castigo para ustedes. (Canta):

Cuando la tristeza hace asomar las lágrimas Sin querer en tus espléndidos ojos, Yo veo y comprendo sin esfuerzo

Cuán desgraciada eres viviendo con él.

Un ciego gusano corroe

Tu vida indefensa sin saberlo.

Yo estoy contento que él no pueda Amarte como te amo yo.

Si la felicidad acaso asoma

Resplandeciendo en la luz de tus ojos, arde todo un infierno en mi pecho, Entonces sufro en secreto amargamente.

(Al terminar la tercera cuarteta, Arbenin se acerca al piano y se apoya con los codos, mirando a Nina fijamente. Su esposa, al verlo, se detiene).

ARBENIN. - ¿Qué pasa? Continúa.

NINA. - Me he olvidado completamente del final.

ARBENIN. - Si a usted le parece, yo trataré de recordarlo.

NINA. - (Confundida) ¡No! ¿Para qué?

(Dirigiéndose a la dueña) No me siento bien.

VISITA. - (A otro) En toda canción de moda siempre hay palabras que la mujer no puede repetir.

VISITA2ª - Además, por naturaleza, nuestro idioma es demasiado directo y no está acostumbrado a los antojos femeninos de hoy.

VISITA3ª - Usted tiene razón. Como un salvaje que obedece sólo a la libertad, nuestro orgulloso idioma no se dobla; sin embargo, con qué benevolencia nos inclinamos nosotros casi siempre.

(Sirven helados. Las visitas se dirigen a otro rincón de la sala y se dispersan por otras habitaciones, de modo que Arbenin y Nina quedan solos. Un desconocido aparece en el fondo del escenario).

NINA. - (Dirigiéndose a la dueña) Hace tanto calor, que voy a sentarme a descansar aquí. (Dirigiéndose al marido) Angel mío, tráeme un helado. (Arbenin se estremece y va en busca de un helado; al volver, hecha el veneno en el helado).

ARBENIN. - (Aparte) ¡Muerte, ayúdame!

NINA. - No sé por qué, pero estoy triste, aburrida; me parece que voy a sufrir una desgracia.

ARBENIN- A veces creo en los presentimientos.

(Sirviéndole el helado) Toma, es un buen remedio contra el aburrimiento.

NINA. - Sí, esto me refrescará. (Comiendo).

ARBENIN. - ¡Oh, cómo no ha de refrescarte!

NINA. - Esto está hoy muy aburrido.

ARBENIN. - ¿Qué hacer? Para no aburrirse con la gente hay que acostumbrarse a mirar con tranquilidad su imbecilidad y su perversidad, ejes alrededor de los cuales se mueve.

NINA. - ¡Tienes terriblemente razón!...

ARBENIN. - Sí, terriblemente.

NINA. - No hay almas inocentes...

ARBENIN. - No. Yo creía que había encontrado una y me equivoqué.

NINA. - ¿Qué dices?

ARBENIN. - Yo decía que había encontrado sólo un alma cándida y eras tú.

NINA. - Estás muy pálido.

ARBENIN. - Será de tanto bailar.

NINA. - ¡Vuelve en ti, mon ami! ¡Si no has bailado ni una sola pieza!

ARBENIN. - Sí, es cierto, he bailado poco...

NINA. - (Devolviendo el plato vacío) Toma, déjalo en la mesa.

ARBENIN. - (Levantándose) Lo has comido todo.

No me has dejado nada... qué crueldad. (Consigo mismo) He dado el paso fatal, ya es imposible detenerse, pero no quiero que nadie muera por ella. (Arroja el plato y lo rompe).

NINA. - Qué torpe eres.

ARBENIN. - No es nada, estoy enfermo. Vamos pronto a casa.

NINA. - Vamos. Pero, dime, mi querido, ¿por qué estás hoy tan sombrío?... ¿Estás disgustado conmigo?