NINA. - ¡Oh!, si yo supiera en qué soy culpable, entonces...

ARBENIN. - Calla, o me volveré loco. ¿Cuándo acabará este tormento?

NINA. - El príncipe encontró mi pulsera y luego tú has sido engañado por algún calumniador.

ARBENIN. - ¡Con qué yo he sido el engañado!

¡Basta! Yo me he equivocado... Yo he soñado que podía ser feliz... Yo pensaba nuevamente amar y tener fe... pero la hora del destino ha sonado y todo ha pasado como el delirio de un enfermo. Quizá hubiera podido realizar mis sueños celestiales dejando que mis esperanzas renacieran en el corazón y florecieran como antes. ¡Pero tú no lo has querido!... ¡Llora, llora! ¿Pero qué valen, Nina, las lágrimas de las mujeres? Nada más que agua. Yo, yo he llorado, pero yo soy un hombre. ¡Sí, yo he llorado de rabia, de celos, de dolor y de vergüenza! Pero tú no sabes lo que significan las lágrimas de un hombre. ¡Oh, no te acerques a él en ese instante: lleva la muerte en las manos y un infierno en el pecho!

NINA. - (Echándose de rodillas y llorando, levanta los brazos hacia el cielo) Dios Todopoderoso, ten piedad de mí. Él no me oye, pero tú siempre me escuchas. Tú todo lo sabes y tú, Todopoderoso, me perdonarás...

ARBENIN. - ¡Calla! ¡Siquiera ante El, no mientas!

NINA. - Yo no miento. Yo jamás mancharé mi ruego y mi plegaria con una mentira; yo le entrego mi alma atormentada. El será tu juez y también mi defensor.

ARBENIN. - (Caminando por la habitación, con los brazos cruzados) Ahora ya es tiempo, Nina, para que reces; tú morirás, faltan sólo algunos minutos, y quedará en secreto la causa de tu muerte y sólo nos juzgará Dios.

NINA. - ¿Cómo? ¿Morir? ¿Ahora? ¿En seguida?

¡No, no puede ser!

ARBENIN. - (Riendo) Ya sabía que eso a usted la asustaría.

NINA. - ¡La muerte, la muerte! ¿Es cierto?... ¡Tengo un fuego en el pecho que parece un infierno!...

ARBENIN. - Sí, yo te he dado veneno en el baile.

(Pausa).

NINA. - ¡No creo, es imposible..., no! ¡Te estás burlando de mí! (Aproximándose) Tú no eres un monstruo, no puede ser; tú debes tener en el alma alguna chispa de bondad... No me puedes matar en la flor de mi vida con semejante frialdad. No vuelvas la cabeza de esa manera, Eugenio, no me dejes sufrir de esa manera. Sálvame, quítame este miedo... Mírame a los ojos... (Mirándolo fijamente y buscándole los ojos) ¡Oh, veo la muerte en tus ojos! (Dejándose caer sobre una silla, cierra los ojos; él se acerca y la besa).

ARBENIN. - Sí, morirás, y yo quedaré solo, solo...

Pasarán los años y moriré también y estaré solo... ¡Qué horror! Pero no tengas miedo: se abrirá ante ti un mundo espléndido y los ángeles te llevarán ante su celestial amparo. (Llorando) Sí, yo te amo, te amo..., yo he olvidado todo nuestro pasado. Hay límites para la venganza, y mira: tu asesino está aquí como un niño, llorando a tus pies... (Pausa).

NINA. - (Apartándose de sus brazos, sale corriendo hacia la puerta) ¡Aquí! ¡Aquí!... ¡Socorro!... ¡Me muero!...

¡Veneno! ¡Me han envenenado! ¡No oyen!...

Comprendo; eres prudente... ¡No hay nadie... no vienen... pero recuerda: hay un juicio final y yo, asesino, te maldigo!

(Antes de llegar a la puerta, cae desmayada).

ARBENIN. - (Sonriendo amargamente) ¡Una maldición! ¿Qué utilidad tiene una maldición? Yo he sido maldecido por Dios mismo. (Acercándose a ella) Pobre criatura, no tiene fuerzas para castigar... (De pie ante ella, con los brazos cruzados) Está pálida...

(Estremeciéndose) Pero todos sus rasgos siguen tranquilos; no se ve en ellos el arrepentimiento ni la conciencia atormentada... ¿Habrá sido...?

NINA. - (Débilmente) Adiós, Eugenio, me muero, pero soy inocente... ¡Eres un malvado!

ARBENIN. - No, no, no te excuses, que ya no te ayudará ni la mentira, ni la astucia... Habla pronto... ¿Me has engañado?... ¡El propio infierno no puede jugar con mi amor! ¿Callas? ¡Oh, la venganza es digna de ti!... Pero no te ayudará; morirás y será un secreto para la gente.

Queda en paz...

NINA. - Ahora para mí todo es igual... pero ante Dios soy inocente... (Muere).

ARBENIN. - (Se acerca a ella y rápidamente se aleja) ¡Mentira! (Se deja caer sentado en un sillón).

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA

ARBENIN. - (Sentado frente a la mesa, en un sillón) Me he debilitado en esta lucha conmigo mismo, en un esfuerzo torturante y agotador... y, por último, los sentimientos adquirieron no sé qué tranquilidad engañadora y penosa... Sólo a veces se inquieta el alma sin tener por las preocupaciones esta pesadilla fría; y el corazón sufre y parece que se quema. ¿Acaso no ha acabado todo? ¿Acaso todavía debo sufrir más?

¡Mentiras!... Pasarán los días y llegará el olvido. Bajo el peso de los años morirá la imaginación y vendrá por fin alguna vez la tranquilidad a albergarse en este pecho...

(Pensativo, de pronto levanta la cabeza) ¿Me he equivocado? No, los recuerdos son implacables... ¡Cómo veo vivamente sus ruegos, su angustia!... ¡Oh, fuera, fuera, víbora que en mí despiertas! (Dejando caer la cabeza sobre las manos).

ENTRA KAZARIN

KAZARIN. - (En voz baja) Arbenin está aquí, triste y suspirando. Veremos cómo se desempeña en esta comedia. (Dirigiéndose a él) Querido amigo, me he apurado en visitarte al conocer tu desgracia. ¿Qué hacer? El destino así lo quiso y a cada uno le espera su fin... (Pausa). Pero basta, hermano; no te dejes vencer tan fácilmente; eso está bien para la gente, para el público, pero nosotros somos actores. Dime, hermano...

¡Qué pálido te has puesto! Se podría pensar que te has pasado la noche jugando a los naipes y has perdido.

¡Oh, viejo pícaro!... Ya tendremos tiempo de hablar más tarde... Ya llegan tus parientes. Vienen a despedirse de la finada. Adiós, entonces, hasta otro día.

(Sale)

ENTRAN Y PASAN LOS PARIENTES

DAMA. - (A la sobrina) Se ve que Dios lo ha maldecido; fue un mal marido y un mal hijo... No me hagas olvidar que tengo que entrar a una tienda para comprarme un vestido de luto. Aunque no tengo muchos recursos, soy capaz de arruinarme por mis parientes.