Al anochecer he visto a los dirigentes del Partido Socialista Unificado de Cataluña. Socialistas y comunistas se unieron el día del levantamiento fascista. En Barcelona no hay otras organizaciones socialistas. La dirección se mantiene en buena armonía, coaligada. Trabajan día y noche en el edificio del Comité Central, en el Paseo de Gracia, menos ruidoso que el hotel Colón, aunque también repleto de gente y de milicias.

Están muy preocupados por la situación. Ahora, el problema principal es el de las relaciones entre los partidos y entidades del Frente Popular. Resulta singularmente tensa la relación con los anarquistas. La CNT, Confederación Nacional del Trabajo, y la FAI, Federación Anarquista Ibérica, han abierto sus filas a una enorme masa de gente nueva, en parte obreros atrasados, sin tradiciones revolucionarias, en parte proletariado bajo, sin sentido de clase, o, simplemente, malhechores del «barrio chino». Todos esos elementos han sido arrancados de sus sitios, tienen armas, se encuentran en constante efervescencia y ebullición, son reacios a subordinarse; todo está a punto de inflamarse y estallar en nuevas luchas de calle ante cualquier provocación, por cualquier motivo y hasta sin motivo. Algunos jefes anarquistas intentan, como pueden, separar la mejor parte y la más organizada de los obreros anarquistas y dirigirlos por los cauces del Frente Popular, de la lucha auténtica contra el fascismo; por ahora es muy poco lo que logran. Esos mismos cabecillas anarquistas, por otra parte, temen la acción de otros partidos, temen sobre todo a los comunistas. La unión de socialistas y comunistas ha alarmado mucho y ha puesto en guardia a la FAI, que ha establecido numerosos depósitos de armas y se prepara para la lucha armada en la ciudad. El dirigente de los anarquistas barceloneses, García Oliver, ha dicho: «Ya sé que queréis eliminarnos a nosotros, como los bolcheviques rusos eliminaron a sus anarquistas. No lo lograréis.» Por esto, a la vez que en sus filas exhortan a la colaboración con el gobierno en la lucha contra los facciosos, los anarquistas arman a sus sindicatos, se preparan para volver a luchar en la calle, excitan los ánimos contra comunistas y socialistas. Socialistas y comunistas se esfuerzan por todos los medios en combatir esas actitudes desorganizadoras, dan pruebas de su lealtad plena y de su afán de lograr la unidad de todas las fuerzas proletarias. Hace unos días, los miembros socialistas del gobierno catalán se retiraron de sus puestos con el explícito propósito de no disponer de ventajas políticas frente a los anarquistas. La recíproca desconfianza debilita en gran medida la lucha común contra los sublevados.

Desempeña un papel de provocación y desmoralizador el POUM, organización trotskista. Se ha formado, inmediatamente después de la sublevación, a base de dos partidos: del grupo trotskista de Nin y de la organización de Maurín, constituida por renegados derechistas de tendencia bujarinista, excluidos del Partido Comunista. Maurín ha quedado atascado en territorio fascista y Nin ha asumido la dirección de los trotskistas-bujarinistas españoles unidos. Los poumistas tienen su periódico, hacen carantoñas a los anarquistas, azuzándolos contra los trabajadores comunistas, exigen una amplia e inmediata revolución social en España, hablan con repugnante demagogia de la Unión Soviética. En el terreno práctico, son mucho más razonables: se han apoderado de los hoteles mejores y más aristocráticos de Barcelona, controlan los restaurantes y los establecimientos de diversión más caros.

—Nosotros somos la Ucrania española —ha dicho un catalán, procurando hacerse más comprensible al huésped—. De nuestro destino dependen muchas cosas. Si los provocadores crean una situación terrorista, será inevitable la intervención, y no sólo la de Italia y Alemania. Es necesario poner todos los nervios en tensión, dominarse cuanto haga falta para evitar el desorden en Barcelona.

Sólo muy entrada la noche he enviado los primeros telegramas a Pravda.Hay aquí una censura muy difícil, no por su rigor, sino por su aspecto técnico. Ha sido necesario traducir todo el texto del ruso al francés y pedir a un agente especial que lo traduzca del francés al catalán.

Hasta hoy no ha llegado aquí la noticia de que los obreros soviéticos han dado ya a la España antifascista treinta y seis millones de francos. La han publicado los diarios de la noche y se ha transmitido por radio. La muchedumbre, que permanece en vela sin cesar, aplaudía entusiasmada junto a los altavoces. Grandes exclamaciones: Visca Rússia!(¡Viva Rusia!), la Internacionaly canciones anarquistas.

10 de agosto

Por la mañana hemos recorrido en coche los barrios obreros y el puerto. En todas partes la misma miseria desnuda, salvaje, que, en Europa, sólo se encuentra en los Balcanes y aquí. Toda la vida está al descubierto: la mitad, en la calle; el resto, por las puertas y ventanas abiertas. Nubes de criaturas se arrastran por el asfalto, juegan con las basuras, se pegan y cantan. Las amas de casa preparan la comida, aceitunas, judías y unas sopas escuálidas de judías y aceite de oliva. Las patatas son más caras, las comen menos. La carne, apenas la prueban, es cara. En su lugar, comen bacalao seco, de importación, a menudo corrompido. Excesiva abundancia de alcohol, aparte del vino, que se bebe mucho; lo beben todos, hasta los niños más pequeños, lo beben como parte de la comida; los obreros, empujándose ante las barras de los bares, además del vino sorben a vasitos mezclas alcohólicas tóxicas, aperitivos mal olientes de botellas con etiquetas chillonas. Muchos orinan en las inmediaciones de los bares y todo se funde en un hedor acre y penoso. Los pequeños artesanos, los que trabajan en sus casas, se cobijan y laboran en torno a enormes fábricas modernas; un abuelo medio ciego cose con tosco bramante una media suela desprendida a un obrero de una espléndida fábrica de calzado mecanizada. Con un hornillo de petróleo estañan viejos utensilios de cocina, rotos. Se trafica con harapos sucios, recosidos, ahí, a la vera misma de gigantescas fábricas y tiendas de ropa hecha, barata, con la que Barcelona surte a toda España, en parte a Francia e incluso a Inglaterra.

Pero un viento primaveral ha recorrido ahora esos tristes barrios. Ahora están conmovidos, vivificados. En las ventanas de las casas, poco menos que sobre cada uno de los portales, se ven banderas, con la hoz y el martillo unas, rojinegras, anarquistas, otras, o con las franjas de la bandera catalana, o bien banderas republicanas, oficiales. Todo está lleno de carteles, de octavillas, de periódicos; los leen, los discuten. Unas muchachas, sentadas en grupo, aprenden a coro, con las notas delante, canciones revolucionarias. En las librerías hay una enorme cantidad de libros nuevos, muchos de ellos soviéticos.

Una columna de jóvenes obreros se dirige al frente. Salen del edificio de un sindicato, acompañados de tambores, en filas de a cuatro; los dieciséis primeros llevan fusil, luego hay dos con pistola, y los demás simplemente mueven los brazos al compás del redoble de los tambores. Las madres, novias y hermanitos los acompañan, marcan el paso como ellos, en las filas, los abrazan. Un mozo toma en brazos a su madre pequeñita, de pelo blanco, magra, y la lleva, rojo por el esfuerzo, sonriendo algo confuso.

Las noticias de la guerra son buenas, pero imprecisas. La expedición valenciana ha partido en el barco de guerra Almirante Miranda,según parece, con siete hidroaviones a bordo y mil doscientos milicianos. El crucero se dirige a la isla de Menorca. Al mismo tiempo, se ha efectuado un desembarco en Ibiza, que en la víspera había pasado a manos de las fuerzas gubernamentales. Se espera que el asalto a Zaragoza tenga lugar dentro de un día o dos.