Todos sintieron el cambio. No era la música. Era como si todos, Schachter, la muchacha, el coro, los solistas, la orquesta, hubiesen dado un paso hacia adelante. El Requiem no era así. El Requiem, ese Requiem dulce, del sur, de palabras litúrgicas, de las ciudades del sol, no era esta batería de circo, de music-hall, de jazz marcando con semejante furia tres golpes breves y uno largo, no era estas voces agónicas y coléricas a un tiempo, despertadas sin aviso previo, alejadas de la paciencia del Agnus, desafiantes, todas juntas, olvidadas de la pauta musical, gritando:

Libera me! Libera me!

La batería puntuaba sin cesar tres golpes breves y uno largo,

Li-be-ra! Meee!

Libérame, Señor, de la muerte eterna en el día de la ira tremenda cuando se remuevan cielo y tierra: cuando Tú vengas a juzgar con fuego al mundo. Tiemblo y temo el tiempo del juicio próximo y de la cólera por venir, cuando sean removidos cielo y tierra. El día de la ira, el día de las calamidades y el pesar, un día grande y amargo, ciertamente. Concédeles descanso perpetuo. Señor, y que la luz eterna los ilumine. Tumbaron las sillas y los restiradores, Isabel, arrojaron los libros y las láminas por la ventana y tomaron a Ulrich a la fuerza, pisotearon sus anteojos, le dieron patadas en los riñones, lo arrastraron por las escaleras. Ulrich se negó. Nunca lo volví a ver. Libera me. Domine, de morte aeterna.

El coro y la orquesta callaron. Schachter, por primera vez, dio la cara al público, sin inclinarse. Todos esperaron la señal de Eichmann. El Oberscharfsführer empezó a aplaudir solo: sus manos eran el único ruido de la sala. Todos lo imitaron. Eichmann aplaudió con una sonrisa forzada.

Franz salió de la sala y descendió por el laberinto de piedra de las barracas del ghetto y esperó en la calle. Se escondió en las arcadas mientras salían, en silencio, los guardias y oficiales: sus compañeros. Esperó hasta que aparecieron los demás, los artistas judíos. Ella se apoyó en el brazo del deshollinador. Schachter se acercó y murmuró en voz baja. La muchacha tomó del brazo al conductor y caminó con dificultad por las calles adoquinadas. El profesor se despidió de ella con un beso en la mano frente a un portón y ella entró. Franz la siguió en cuanto Schachter desapareció por la calle tortuosa. Escuchó el paso pesado de la muchacha por la escalera, sus descansos y sus respiraciones. Escuchó cómo tragaba saliva y proseguía. Los goznes de la puerta. Franz subió corriendo. La vio entrar. Esperó un momento.

Libera me, Domine, de morte aeterna. Permaneció en el descanso de la escalera rechinante y podrida, con las manos sobre el barandal, con la cabeza baja y la mirada interrogante en la oscuridad. Todo pasará. Consolaos. El hombre permanecerá. Y trabajará. Y amará. Volveremos a ser los de antes. Así. Como siempre. Como hemos sido, no como quisimos ser. Trabajaremos. Levantaremos los edificios calcinados. Cantaremos con nuestros tarros de cerveza golpeados sobre las mesas. Lloraremos recordando las desgracias propias y las ajenas. Amaremos a nuestras esposas, a nuestros padres, a nuestros hijos. Esperaremos. Sí, esperaremos. Mereceremos la compasión.

Avanzó hacia la puerta. La abrió y los goznes volvieron a rechinar pero ella no volteó a mirarlo. Otras mujeres dormían en el cuarto. No había más mueble que un camastro de tablas de dos pisos. Ella estaba junto a la ventana, una ventana tapiada que no se abriría sobre la ciudad. Estaba desnuda y canturreaba. Acariciaba su vientre enorme y cantaba algo en voz baja. A veces tocaba su cabellera corta y negra y luego volvía a acariciar el vientre. Su carne era mate, joven, pero distinta. Tenía luz en los pechos y en el vientre y en los pómulos altos. Sus ojos estaban entrecerrados.

Franz salió del cuarto y cerró la puerta. Bajó a la calle aflojándose la corbata negra. Se quitó la casaca militar. Era un verano caluroso.

– Nunca repetiré lo que me cuentas, Franz.

No hay inconveniente, Señor Arquitecto. Puede usted leer a su gusto los archivos. Pero ha pasado tanta gente por aquí. No sé si pueda usted ubicar fácilmente a esa persona. Me da usted muy pocos datos. ¿Cuándo llegaron a Terezin? Aquí sólo hay números. Los nombres se han olvidado. Pasó la primavera, pasó el verano. Estamos en octubre, señor Arquitecto, octubre de 1944. Los árboles de la plaza de Theresienstadt ya no tienen verdor. En los canjilones del río se acumulan las hojas muertas. Para decirlo de una manera poética, ¿eh?, ¿por qué no? Pero el hecho es que un convoy de vagones para el ganado salió ayer nada más, como si fuese ayer, de los andenes del Reichsbahn. Debió haberlos visto. Iban sofocados, sin espacio para moverse, abrazados unos a otros, me imagino. Schachter, los solistas y el coro que interpretaron el Requiem de Verdi. Salieron con destino a Auschwitz, Señor Arquitecto. Pero usted ha visto eso, igual que todos nosotros. El niño nadó antes, sí. Si quiere más datos debe dirigirse a los funcionarios del hospital. Aquí están los registros de la primavera. ¿Un ojo azul y otro café? Ja, ja, Señor Arquitecto. Una rareza así debe haber interesado a nuestros médicos. Seguramente ahora tiene las cuencas vaciadas, ja, ja. Nadie puede tener los ojos de distintos colores. Es contrario a la naturaleza. Quizás hubo trasplante de córneas. Aquí todo se aprovecha. Señor Arquitecto. ¿Un judío renegado? ¿Rubio? ¿Pálido? ¿Quién no se puso pálido aquí? ¿Su madre creyó que aquí estaría a salvo? ¡Vaya! Lea a su gusto. Señor Arquitecto, con esos datos no me basta. Aquí no hay un registro de los pensamientos maternos. Lea de prisa. Va a ser necesario quemarlo todo. ¿Tiene usted su traje civil a la mano, Señor Arquitecto? Ja, ja. Le va a hacer falta. Vamos a quemar los archivos y la ropa. Lo demás, no. La prisión y el crematorio seguirán de pie. Quizás sean útiles otra vez, dentro de unos cuantos años. Son construcciones sólidas. Señor Arquitecto. Usted cumplió con sus obligaciones. Si nos bombardean, ellos serán responsables de que la obra de usted se pierda. Nosotros dejaremos todo intacto antes de retiramos. Pero no olvide su traje de civil. Estamos rodeados. Señor Arquitecto. Pero usted es joven y ágil, cómo no, usted caminará al sur y al oeste para encontrar a los americanos. ¡Ah! No podía equivocarme. Todo está registrado aquí. Todo está ordenado. El niño nació en septiembre. A los pocos días salió en otro convoy rumbo a Treblinka. Es difícil llevar bien los archivos. Señor Arquitecto. Imagínese. Quince mil niños pasaron por el campo de Terezin y el ghetto de Theresienstadt. Sólo doscientos sobrevivieron. Recuérdelo usted bien. Señor Arquitecto. Los vencedores van a querer deformar nuestros archivos y exagerar las estadísticas. Sería intolerable. Nuestra administración de los territorios ocupados ha sido escrupulosa. Si no encuentra usted la ficha, no tendremos más remedio que visitar las celdas. Yo prefiero tratar con las fichas. Señor Arquitecto. Son exactas e higiénicas. ¿Está usted inyectado? Claro. De todas maneras, necesitará un pañuelo para evitar el olor. La epidemia ha sido incontrolable, Señor Arquitecto. No ha sido posible educar a estos animales. Están enamorados de sus propias pestilencias. Por aquí. Señor Arquitecto. ¿Escucha usted? Debemos darnos prisa. Lo sigo, lo sigo. Usted conoce este laberinto mejor que yo. Oiga ladrar a los perros. Creo que no les han dado de comer en mucho tiempo. Con estas prisas. Quedan pocos prisioneros. Los más resistentes. Los más levantiscos. ¿Por qué desea el Señor Arquitecto ver a uno de ellos en particular? Oh, oh. Señor Arquitecto, Señor Arquitecto… ¿Sabe?, yo estoy viejo y sin fuerzas. No quiero exponerme. Tengo lista mi sotana de cura. No me olvide, por favor. Oh, Señor Arquitecto, ahora me doy cuenta. Qué habilidad. ¿Es cierto lo que sospecho? ¿Cree usted que si escapamos con uno de éstos nos haremos perdonar? Qué brillante idea. Señor Arquitecto. Déjeme abrir la puerta. Les daremos la libertad a cambio del perdón. Pase por aquí. Por favor. Pero esto debe hacerse con orden y legalidad. Tome, tome la lámpara. Allí, al fondo, arrinconados. Va a ser difícil reconocerlos. No son los mismos que entraron aquí. El pañuelo. Señor Arquitecto, el pañuelo. Desde lejos, no se acerque. Mire esas cejas blancas de piojos. ¡Atención, atención! Guiñan demasiado los ojos, así no va a ser posible reconocerlos. Achtung. Bien abiertos los ojos. Uno gris y uno azul. No. Castaño y azul, perdón. ¿Un enano? Ja, ja. El Señor Arquitecto es muy gracioso. No, en esta celda no hay ningún enano. Los seres deformes son llevados directamente al hospital. Eran aislados inmediatamente. ¿Ése? ¿Ése? ¿Está usted seguro? ¿No oyes, basura? ¡Acércate cuando se te ordena! No tanto. Señor Arquitecto, es peligroso. Éstas son fieras. Y lo pueden contagiar. ¡De pie! Mírelos usted. Parecen sonámbulos. Ja. Animales. No se pueden tener de pie siquiera. Ja, ja, mire cómo se arrastra por el suelo, cómo se pega a la pared. ¿Es éste? ¿Está usted seguro? ¿Qué le pasa. Señor Arquitecto? Señor Arquitecto, ¿se siente mal? ¿Está usted seguro? ¿No oyes, basura? ¡Desvístete! ¡Inmediatamente! Señor Arquitecto, esto debe hacerse legalmente. Sí, sí, una navaja, tome usted. Si quiere regreso a la oficina y levanto un acta. El prisionero número tantos declara solemnemente que el Señor Arquitecto adscrito al campo y el guardia de recepción y archivista del propio campo… basura, ¿no te puedes poner de pie?, allí, contra el muro… le ayudaron a escapar para salvarlo de la epidemia de tifo y les debe la vida. Yo no sé escribir bien. Señor Arquitecto. Dígame lo que debo escribir. Señor… Señor Arquitecto… Señor… No… Yo creí… ¡Señor Arquitecto! ¡Suelte esa navaja! ¡Señor Arquitecto! Perdón, perdón, no me corresponde darles órdenes, pero una operación, aquí, en los solitarios… y usted… ésas no son sus funciones, Señor Arquitecto… Señor Arquitecto, ¿qué hace usted? Ese hombre está casi muerto, no sirve… ¡Señor Arquitecto! Debo informar de este hecho a los superiores. Éstas son funciones propias del hospital, ¡no!, oh no, no, no… Señor Arquitecto, escúcheme, no tenemos tiempo, debemos salir de aquí, nadie nos ha visto, van a llegar, debemos tirar eso al río. Señor Arquitecto, arroje usted eso, usted no es médico, éstas no son sus fundones, es una violación del reglamento, usted no puede amputar nada, tire eso al río, vámonos, debemos huir, Señor Arquitecto, no tenemos tiempo, oiga, se acercan, tengo miedo, quizás la sotana no me sirva, quizás me reconozcan, yo me canso rápidamente, dicen que anoche un lobo anduvo rondando la fortaleza, dicen que orinó alrededor de la fortaleza, no lo repita. Señor Arquitecto, no repita usted nada, que nadie sepa lo que sucedió aquí. Vámonos, rápido, nos van a contagiar. Señor Arquitecto.