– ¿Conoce usted a la enferma Vicenta López Erbecedo?
– Sí, señor.
– ¿Tuvo usted acceso carnal con ella alguna vez?
– ¿Mande?
– Que si se acostó usted con ella.
– Sí, señor, puede que sí.
– ¿Le es posible ser algo más preciso?
– No, señor.
Los locos de la conciencia, en los casos graves, se sienten san Juan Bautista o Poncio Pilatos, si son hombres, y santa Ana o María Magdalena y hasta en ciertas ocasiones la esposa de Lot, si son mujeres. En los casos leves los hombres se proclaman el Papa de Roma, sin mayores señalamientos, o Gandhi, y las mujeres Carolina Otero o la Monja de las Llagas o Agustina de Aragón cuando el sitio de Zaragoza o sea antes de regentar una casa de lenocinio en Ceuta.
Los reseñados suelen ser los casos más frecuentes, aunque también puede haber variaciones según los gustos y criterios. Doña Mencía y la mamá de Adelita la poetisa son dos descaradas que las matan callando, estas golfas de oficina pública son las peores, además doña Mencía tiene amores sacrílegos, todo el mundo lo sabe.
– ¿Está usted en lo cierto?
– Bueno, digamos que estoy en lo probable.
– ¿Y en lo posible?
– Más aún, eso se le ocurre a cualquiera.
Don Severino es amigo de las dos y les tira de la lengua para que le entere cada una de las cochinadas de la otra.
– Muchas cuentas va a tener que dar a Dios don Severino.
– No te preocupes porque sabe que Dios es un infinito chorro de paciencia y misericordia.
Me duele tanto como me indigna el tener que admitir que las mujeres no tengamos historia, me subleva la pasividad de los hombres y el desinterés de las mujeres; los locos de la cabeza no sufren más que los locos de la conciencia, quizá padezcan menos porque no les vacía el pensamiento ni la vecindad de Dios ni los enfermizos caprichos de los elegidos.
– ¿Usted sabe que se pueden capar adolescentes obligándolos a tocar valses ingleses, el Vals de las velas, el Vals de las horas, en la flauta dulce?
– No, no lo sabía.
– Pues sí, como usted lo oye.
A los locos no se les puede crucificar porque se desclavan solos, los romanos ya ni lo intentaban siquiera porque, ¿para qué?, cuando se tienen que regir unos vastos dominios no se puede andar perdiendo el tiempo.
En torno a la Torre de Hércules, donde más bate la mar y sopla el viento, crecen unas florecillas moradas cuyo nombre ignoro, quizá Fran pudiera decirme cómo se llaman, pero hace ya algún tiempo que no lo veo, antes aún le echaba la vista encima de cuando en cuando pero ahora no, desde que es Simón Pedro no se deja ver por lado alguno.
– Me hubiera gustado depositar un ramito de estas flores silvestres sobre tu tumba, pero no fue posible porque tú no estás muerta todavía, se deben respetar siempre los confusos y aun inescrutables designios de Dios, aunque a veces sean entorpecedores, y los plazos de los hombres que sueñan apoyándose en la esperanza de la muerte. No todos los muertos tienen tumba propia, reconocida y registrada, los hay que se pierden en la tierra, o flotan en la mar, o son incinerados, o los disecan los padres, o los guardan en formol, o van a la fosa común, pero sí todos los vivos carecen de ella o al menos no la usan, la tienen no más que de remembranza de una decisión que la familia no entendió del todo o como inversión, algunas personas son muy previsoras, el precio del palmo cuadrado de tierra de muerto crece todos los días, también la tumba horra sirve para adormecerse fantaseando futuras pompas fúnebres solemnes y aparatosas, administrativas y protocolarias; hay quien compra un nicho para suicidarse con barbitúricos y champán mientras contempla por última vez, a la luz de un candil de aceite, su colección de postales pornográficas heredadas de algún abuelo, a mí me hubiera gustado dejar un ramito de estas flores silvestres sobre tu tumba, pero no fue posible, ya te digo.
El conde de Barcelona disuelve su consejo privado, presidido por don José María Pemán, y su secretariado político, presidido por don José María de Areilza, conde de Motrico.
– ¿Alguna de ustedes sabe en qué dos categorías clasificaba Rutherford a la ciencia?
– Sí, señorita, todas menos Pilarín.
Don Severino Fontenla y don Severiano Franqueira, ambos curas castrenses, tampoco sabían la clasificación de Rutherford, la mayor parte de la gente la ignora, a don Severino y a don Severiano lo que les interesaba de verdad era el viaje del hombre a la Luna.
– ¡Mira tú que si al final todo es una broma de los periodistas!
– Hombre, ¡no sé!, yo no creo que puedan mentir tanto.
– No te fíes, son capaces de todo.
Hace cincuenta años se fundó en La Coruña el club de fútbol Bolcheviki, que no duró mucho, Rutherford clasificaba a la ciencia en dos grandes categorías, física y filatelia, don Severiano padecía de la próstata y no podía decir misa por si le atacaba la incontinencia de orina.
– Pero, hombre, ¿por qué no te operas?
– Sí, no voy a tener más remedio.
A la Caralluda de Valadouro la soltaron a los quince o veinte días del botellazo al cabrito e invitó a todos a anís y a melindres de Melide.
– ¿Y a piñonatas de Betanzos?
– No, ya no se hacían.
La Caralluda se gastó casi mil pesetas en convidar a las compañeras y a los clientes, hay gente a la que no le cuesta nada ser espléndida y agradecida.
– ¡Viva la libertad!
– ¡Cállate, mujer, no vaya a ser que te prendan!
A don Severiano lo intervinieron en el Hospital Militar de Marina del Ferrol del Caudillo el mismo día que las Cortes, a propuesta del jefe del Estado y con diecinueve votos en contra, proclamaron a don Juan Carlos de Borbón y Borbón como la persona llamada, en su día, a sucederle a título de rey, a don Severiano lo operó el teniente coronel Bernáldez, don Casio Bernáldez, médico de la Armada, que era un urólogo muy responsable.
– ¿Usted cree que el demonio se mete mucho en las cosas de los hombres?
– No le quepa la menor duda, todo lo que Dios le deja, el demonio es incansable, es infatigable y no ceja ni un solo momento en sus propósitos, el demonio está siempre dispuesto a comprar el alma del primero que se la quiera vender.
Baldomero Calvete, el sacristán de Santa Lucía, es muy moderno, pero cree en el demonio, se pone un fular para salir de paseo pero cree en el demonio, Baldomero Calvete se sabe la Historia de España del padre Mariana de pe a pa, Fabio Couto Martínez, corresponsal volante de la Agencia Efe, era primo de primos de Matilde Verdú y había estado estudiando para cura en el seminario de Orense, yo creo que llegó a cantar misa, Fabio Couto era medio filósofo y medio político, pero tampoco se atrevía demasiado a hablar, a su amigo Baldomero Calvete le gustaba mucho su conversación.
– A mí me parece que la honradez, como el culto a la verdad, el valor físico y la memoria, son características con las que puede nacerse, sin duda, pero que también pueden ser adquiridas y acrecentadas en los veinte primeros años de la existencia, apoyándose en la voluntad puede llegarse a la levitación, a vencer en la lucha contra el demonio e incluso a conservar la vida hasta los ciento treinta años o más.
– ¿Tú crees?
– ¡Y tanto que lo creo!
En una buhardilla del Cantón, mismo frente al Obelisco, en la casa de la peluquería de Victoriano, vive una señora mayor, de unos setenta y tres o setenta y cinco años, muy pintada, a la que llaman nada menos que Mesalina, a mí me parece que es un nombre muy exagerado, Mesalina vive muy estrechamente de una pensión que nunca fue ni siquiera holgada y se ayuda cuidando viejos enfermos, haciendo a mano y con unas plantillas posaplatos y posavasos de estaño, dibujos geométricos, volutas jónicas y margaritas, y decorando ceniceros con vitolas de puros y sellos de Bosnia y Herzegovina, tenía muchos, a Mesalina le ayuda con cierta frecuencia una señora como ella pero en rico, le llaman la Muñeca Mecánica, viuda de un funcionario o de un militar, me parece que de un militar, que lleva peluca pompón rubia, los ojos de un azul nacarado intenso, las ojeras sombreadas del mismo color, las pestañas postizas y muy largas, las uñas lo mismo, los labios de rosa fuerte o naranja quemado, en forma de corazón y muy perfilados, Mesalina y la Muñeca Mecánica son buenas amigas pero no íntimas porque tampoco hay por qué no guardar las distancias, la Muñeca Mecánica va siempre bien perfumada y enjoyada, viste de forma muy llamativa y lleva zapatos de vedette, cuando los trajes y los zapatos se le quedan algo viejos se los regala a Mesalina, el guardia municipal Pepíño Méndez, el que está de servicio en la esquina de Juana de Vega con la calle de San Andrés, las saluda siempre con mucho respeto.