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Aunque no cabía duda de que él era el culpable de lo que había pasado entre ellos, Georgiana tuvo ganas de llorar. Pero movió la cabeza y pasó delante sin mirar atrás, decidida a centrar sus pensamientos en el caso, lejos de los sentimientos confusos que Ashdowne despertaba en ella.

– En realidad, no puedo considerar una coincidencia haberla encontrado, porque la andaba buscando -el tono suave de Savonierre sobresaltó a Georgiana. Lo miró con cierta alarma-. Me preguntaba si había descubierto algo nuevo sobre el caso del robo a lady Culpepper -explicó, como divertido por la cautela que emanaba de ella.

“Solo que usted es el responsable”, pensó Georgiana, conteniendo una risita inapropiada que tenía ganas de salir de su garganta.

En muchos sentidos, Savonierre era como Ashdowne, alto, moreno, atractivo y con sentido innato del poder que suponía que surgía de la riqueza enorme y de las relaciones nobles. Pero en Savonierre había una frialdad que no resultaba aparente en Ashdowne. Sabía que este podía ser peligroso cuando se lo ponía tenso, pero el otro irradiaba peligro en todo momento, incluso en las situaciones más sencillas e inocentes, como si debajo de su exterior pulido acechara un animal primitivo en busca de una presa.

– ¿He de pensar que la investigación se ha atascado, entonces? -preguntó Savonierre, suavemente persistente.

– A menos que usted sepa algo que yo no sé -replicó Georgiana mientras se dirigían hacia el puente de piedra que se alzaba sobre el río.

Savonierre le lanzó una mirada curiosa, pero Georgiana guardó silencio.

– Quizá pueda ayudar una visita a la escena del delito -sugirió él-. En realidad la buscaba para invitarla a una pequeña reunión que lady Culpepper ha preparado para esta noche. Esperaba poder escoltarla allí y luego, tal vez, poder hablar del robo con más detalle.

Savonierre actuaba como si las calles no proporcionaran suficiente intimidad para esa charla, y su actitud despertó la cautela de Georgiana. Sin embargo, no podía negar el deseo de ver una vez más la casa, en particular con la autorización de él. Puede que incluso le permitieran hablar con los criados.

– Sería magnífico, gracias -aceptó mientras cruzaban el puente.

– Muy bien, Entonces será un placer verla allí.

La considerable fuerza de él tiró de ella mientras se acercaban al puente de piedra. Incómoda con semejante proximidad, Georgiana intentó establecer más distancia entre ambos, pero Savonierre no cedió. Cuando al final pudo soltarse, el movimiento súbito hizo que perdiera el equilibrio. Con movimientos frenéticos agitó los brazos para tratar de recuperar la verticalidad, pero parecía destinada a caer de cabeza al río hasta que una mano fuerte la alejó de la barandilla.

– No se acerque demasiado al borde -advirtió él con voz áspera.

Ella movió la cabeza. ¿Había intentado tirarla del puente o simplemente la amenazaba con esa posibilidad? Como un animal arrinconado, tuvo que contener el impulso de exponer sus teorías y disculparse antes de huir para salvar la vida.

Cuando pudo mirar a su acompañante se dio cuenta de que él se hallaba tan agitado como ella, si no más. Por una vez, el rico y poderoso Savonierre parecía haber perdido la compostura. Tenía el rostro tan blanco como un papel y respiraba de forma entrecortada.

– Me temo que ha descubierto mi debilidad -manifestó mientras se recuperaba, exhibiendo de nuevo una expresión de frío distanciamiento-. No me gustan las alturas -volvió a apoyar la mano de ella en su brazo y los condujo al otro lado del río.

Georgiana marchó con la mente hecha un lío. ¿El Gato temeroso de las alturas? ¡Eso era imposible! ¡Se le conocía por su osadía y agilidad! Georgiana quiso discutir con él, y los sentimientos encontrados que experimentaba debieron reflejarse en su expresión, pues Savonierre centró su atención en ella con mirada ominosa.

– Confío en poder contar con su discreción en este asunto -pidió con voz sedosa y amenazadora-. Odiaría tener que emprender alguna acción contra una dama tan hermosa.

Ella asintió aturdida, sin saber si creer en su confesión. Savonierre era lo bastante inteligente como para urdir una falsedad con el fin de despistarla, pero eso significaría que sabía que ella estaba al corriente de su identidad. ¿Cómo podía ser? Deseó que Ashdowne no se hubiera comportado de forma tan extraña, ya que le vendría bien su ayuda.

El pensamiento hizo que se sintiera horrorizada, ya que si de verdad Savonierre le tenía miedo a las alturas, entonces en su lista de sospechosos solo quedaba un hombre: Ashdowne.

Catorce

Georgiana se hallaba en el Pump Room jugueteando con el abanico, con Bertrand cerca de ella. Lo único que tenía en la mente era su inminente encuentro con Savonierre.

De pronto vio que Ashdowne avanzaba hacia ella entre la gente. Miró alrededor en busca de un modo de evitar la confrontación con él, pero la única persona próxima era Bertrand, quien no le sería de ayuda. Aunque por lo general no era una cobarde, tenía bastante en qué reflexionar sin entrar en otra discusión con su ayudante, a pesar de que después de la pelea mantenida con él no lo consideraba merecedor de esa posición. Por no decir nada del dolor de corazón en el que se esforzaba en no pensar.

Su consternación aumentó al observar la expresión sombría que exhibía mientras se abría paso entre madres e hijas. Deseando esquivar otra muestra de su ira, se volvió hacia Bertrand, pero apenas había abierto la boca para hablar con él cuando Ashdowne se interpuso entre los dos.

– Perdone, pero me gustaría conversar con su hermana.

El tono perentorio que empleó hizo que tuviera ganas de negarle audiencia, pero la advertencia que vio en sus ojos la llevó a pensárselo mejor.

– ¿Sí, de qué se trata? -preguntó cuando la arrinconó contra la pared. Requirió de toda su fuerza de voluntad para mirarlo a los ojos, y cuando lo hizo, su primer pensamiento fue que no tenía buen aspecto. Parecía… distraído. Atribulado. Infeliz. Sintió que su desaprobación se derretía. En vez de pelear con él, quiso levantar la mano para desterrar las arrugas que aparecían en su rostro.

– Lo siento -dijo él. Habló en voz tan baja que ella apenas lo oyó.

– ¿Qué?

– Me disculpo -repitió-. Me doy cuenta de que antes fui brusco, pero solo intento protegerte, Georgiana. Soy tu guardián, ¿lo recuerdas? Es mi trabajo.

Parecía tan sincero que ella sonrió. Siempre había sido autocrático, con tendencia a darle órdenes; sin duda se trataba de un defecto de su carácter. Pero seguía siendo el hombre más maravilloso que había conocido y sintió que en su presencia volvía a ablandarse.

– ¿Qué me dices del caso? -preguntó antes de perder toda resistencia.

– Ya se nos ocurrirá algo -repuso respirando hondo.

La euforia de Georgiana duró un minuto… hasta que vio a su cuñada avanzando con gracilidad entre la gente.

– ¿Y tu cuñada? -frunció el ceño por la hermosa mujer-. Ya es bastante malo que tenga que ver cómo todas las madres con hijas solteras intentan cazarte, ¡pero no tengo ganas de ver cómo la cortejas a ella! -cuando Ashdowne la observó con expresión perpleja, se ruborizó-. De acuerdo, lo reconozco. Soy celosa, rasgo femenino que desprecio, pero si voy a colocarme bajo tu protección, entonces tendría derecho a recibir tu plena atención, y… bueno, ¡dicen que prácticamente piensas casarte con ella!

– ¿Con Anne? -la miró con incredulidad y luego soltó una carcajada-. ¡No puedo imaginar una posibilidad más horrorosa! -aunque Georgiana habría esperado una conducta más circunspecta en el Pump Room, se mostró tan complacida con su negativa que no le molestó esa manifestación-. Anne es la criatura más tediosa que puedas imaginarte, y aunque sé cuál es mi deber hacia ella, la pobre me pone la piel de gallina. Aún he de descubrir qué la hizo decidir venir aquí, ya que es la mujer más apocada que conozco. Parece que tiene un motivo para ello, aunque cada vez que intento sonsacárselo se pone a llorar o huye como un animalillo asustado. Quizás podrías averiguarlo tú por mí -sugirió-. Es el tipo de misterio en el que sobresales.