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– Nunca te he prohibido hablar -dijo él-. Podemos hablar del nagual todo lo que se te dé la regalada gana, siempre y cuando no trates de explicarlo. Si recuerdas correctamente, dije que el nagual es sólo para presenciarse. Conque podemos hablar de lo que presenciamos y de cómo lo presenciamos. Pero tú quieres abordar la explicación de cómo es todo aquello posible, y eso es una abominación. Quieres explicar el nagual con el tonal. Eso es una estupidez, especialmente en tu caso, puesto que tú ya no puedes esconderte en -tu ignorancia. Tú sabes muy bien que nosotros tenemos sentido al hablar sólo porque permanecemos dentro de ciertas fronteras, y esas fronteras no se aplican al nagual.

Intenté aclarar el asunto. No era solamente que yo quisiese explicarlo todo desde un punto de vista racional; mi tendencia a explicar brotaba de la necesidad de mantener el orden a través de los tremendos asaltos de percepciones y estímulos caóticos que había sufrido.

El comentario de don Juan fue que yo trataba de defender un argumento en el que no creía.

– Sabes muy bien que te estás entregando -dijo-. Mantener el orden significa ser un tonal perfecto, y ser un tonal perfecto significa darse cuenta de todo cuanto ocurre en la isla del tonal. Pero tú no estás haciendo eso. Conque tu argumento de mantener el orden carece de verdad. Lo usas sólo para ganar una discusión.

No supe qué decir. Don Juan me consoló, más o menos, diciendo que se requería una pugna titánica para limpiar la isla del tonal. Luego me pidió relatar cuanto había percibido en mi segunda sesión con el nagual. Después de escucharme, señaló que lo que v; como un cocodrilo peludo era el epítome del sentido humorístico de don Genaro.

– Qué lástima que todavía seas tan pesado -dijo-. Siempre te atoras en el desconcierto y pierdes de vista el verdadero arte de Genaro.

– ¿Advirtió usted su apariencia, don Juan?

– No. La función era nada más para ti.

– ¿Qué vio usted?

– Todo lo que pude ver hoy fue el movimiento del nagual, deslizándose entre los árboles y girando en torno nuestro. Cualquiera que vea puede presenciar eso.

– ¿Y alguien que no ve?

– No presenciaría nada; sólo, quizá, los árboles agitados por un ventarrón. Nosotros siempre interpretamos cualquier expresión desconocida del nagual como algo que conocemos; en este caso el nagual podría interpretarse como una brisa que sacude las hojas, o aún como una luz extraña, como una luciérnaga de gran tamaño. Si un hombre que no ve se halla presionado, dirá que creyó ver algo pero no pudo recordar qué. Esto es muy natural. Él estaría diciendo la verdad. Después de todo, sus ojos no habrían juzgado nada extraordinario; siendo los ojos del tonal, tienen que limitarse al mundo del tonal, y en ese mundo no hay nada asombrosamente nuevo, nada que los ojos no puedan captar y el tonal no pueda explicar.

La pregunté por las insólitas percepciones que me produjeron al susurrar en mis oídos.

– Ésa fue la mejor parte de todo lo ocurrido -dijo-. Podríamos prescindir de los demás, pero ése fue el punto final del día. La regla pide que el benefactor y el maestro hagan ese arreglo final. El más difícil de todos los actos. Tanto el maestro como el benefactor deben ser guerreros impecables antes de intentar siquiera la hazaña de partir a un hombre. Tú no sabes eso, porque todavía está más allá de tu dominio, pero el poder ha sido otra vez benévolo contigo. Genaro es el guerrero más impecable que existe.

– ¿Por qué es el partir a un hombre tan grande hazaña?

– Porque es peligrosa. Podrías haber muerto como un bicho. O, peor todavía, podríamos no haber logrado juntarte de nuevo y te habrías perdido en ese extraño plano de sentimientos.

– ¿Por qué era necesario que ustedes me hicieran eso, don Juan?

– Hay un cierto momento en que el nagual debe susurrar en el oído del aprendiz y partirlo.

– ¿Qué significa eso, don Juan?

– Para ser un tonal común y corriente, un hombre debe tener unidad. Todo su ser debe pertenecer a la isla del tonal. Sin esa unidad el hombre se saldría de quicio; un brujo, sin embargo, debe romper esa unidad, pero sin poner en peligro su ser. La meta de un brujo es durar; es decir, no corre riegos innecesarios, por ello pasa años barriendo su isla hasta el momento en que puede, por así decirlo, escaparse de ella. Partir a un hombre en dos es la puerta para esa fugó.

"El partirte en dos, lo cual ha sido la cosa más peligrosa que has atravesado, fue sencillo y fácil. El nagual te guió con maestría. Créeme, sólo un guerrero impecable puede hacer eso. Me sentí muy bien por ti."

Don Juan me puso una mano en el hombro y experimenté un enorme impulso de llorar.

– Ya estamos llegando al punto en que usted no volverá a verme, ¿verdad? -pregunté.

Riendo, meneó la cabeza.

– Te entregas a tu vicio como un hijo de la… -dijo-. Pero todos lo hacemos. De diferentes modos, eso es todo. A veces yo también me entrego. Mi modo es sentir que te he consentido y debilitado. Sé que Genaro siente lo mismo con respecto a Pablito. Lo consiente como a un niño. Pero así lo dispuso el poder. Genaro da a Pablito todo lo que es capaz de dar, y uno no puede desear que hiciera otra cosa. Uno no puede criticar a un guerrero por hacer cuanto impecablemente puede.

Calló un rato. Yo estaba demasiado nervioso pasa guardar silencio.

– ¿Qué cree usted que me pasaba cuando me sentía chupado por un vacío? -pregunté.

– Te deslizabas -dijo como si tal cosa.

– ¿Por el aire?

– No. Para el nagual no hay tierra, ni aire, ni agua. En este momento, tú mismo puedes estar de acuerdo con esto. Des veces estuviste en ese limbo y sólo estabas a las puertas del nagual. Me has dicho que todo cuanto encontraste era insólito. Así pues el nagual se desliza, o vuela, o hace lo que haga, en la hora del nagual, que nada tiene que ver con la hora del tonal. Las dos cosas no casan.

Mientras don Juan hablaba, sentí un temblor en el cuerpo. Mi quijada descendió y mi boca se abrió involuntariamente. Mis oídos se destaparon y pude escuchar un zumbido o vibración apenas perceptible. Al describir mis sensaciones a don Juan, noté que mis palabras sonaban como si alguien más las pronunciase. Era una sensación compleja, equivalente a oír lo que aún no decía.

Mi oído izquierdo era una fuente de percepciones extraordinaria. Sentí que era más potente y exacto que mi oído derecho. Tenía algo que no había tenido antes. Cuando me volví a encarar a don Juan, que estaba a mi derecha, advertí, en torno a ese oído, un campo de clara percepción auditiva. Era un espacio físico, un campo dentro del cual los sonidos adquirían una fidelidad increíble. Volviendo la cabeza, yo podía barrer el entorno con mi oído.

– El susurro del nagual te hizo eso -dijo don Juan cuando describí mi experiencia sensorial-. Vendrá a ratos y luego se perderá. No le tengas miedo a esto, ni tampoco a ninguna sensación desacostumbrada que tengas de aquí en adelante. Pero sobre todo, no te des a tu vicio ni te obsesiones con esas sensaciones. Sé que tendrás éxito. El momento que escogimos para partirte fue correcto. El poder dispuso todo eso. Ahora lo demás depende de ti. Si tienes poder suficiente, soportarás el gran choque de la partición. Pero si eres incapaz de soportarlo, perecerás. Empezarás a marchitarte, a perder peso; te volverás pálido, distraído, irritable, callado.

– Quizá -dije- si usted me hubiera dicho hace años lo que usted y don Genaro hacían, yo tendría bastante…

Alzó la mano y me impidió terminar.

– Lo que dices no tiene sentido -dijo-. Una vez me dijiste que, de no ser por el hecho de que eres terco y dado a explicaciones racionales, ya serías un brujo hoy en día. Pero ser brujo significa, en tu caso, que debes superar la terquedad y la necesidad de explicaciones racionales, que obstruyen tu camino. Más aún: esas limitaciones son tu camino al poder. No puedes decir que el poder fluiría hacia ti si tu vida fuera diferente.