Изменить стиль страницы

– ¿Qué me pasaría?

– Podrías morirte. Nadie es capaz de sobrevivir un encuentro voluntario con el nagual, sin una larga preparación. Lleva años preparar al tonal para tal encuentro. Por regla general, si un hombre común y corriente se encuentra un día cara a cara con el nagual, la impresión es tan grande que lo mata. La meta de la preparación del guerrero no es entonces enseñarle conjuros ni embrujos, sino preparar a su tonal para que no se caiga de narices. Una empresa de lo más difícil. Al guerrero se le debe enseñar a ser impecable y a estar totalmente vacío antes de que Pueda aún siquiera concebir el ser testigo del nagual.

"En tu caso, por ejemplo, tienes que dejar de calcular. Lo que hacías esta mañana era absurdo. Tú lo llamas explicar. Yo lo llamo una insistencia estéril y tediosa del tonal por tener todo bajo su control. Cada vez que no le salen bien las cosas, hay un instante de confusión y entonces el tonal se abre a la muerte. ¡Qué hijo de la chingada! Primero se mata antes que ceder el control. Y sin embargo muy poco podemos hacer por cambiar esa condición."

– ¿Cómo la cambió usted, don Juan?

– Hay que barrer la isla del tonal y mantenerla limpia. Es la única alternativa que tiene el guerrero. Una isla limpia no ofrece resistencia; es como si allí no hubiera nada.

Rodeó la casa y tomó asiento en una gran roca lisa. Desde allí se miraba hacia una hondonada. Me hizo seña de sentarme junto a él.

– ¿Puede decirme, don Juan, qué más vamos a hacer hoy? -pregunté.

– No vamos a hacer nada. Es decir, tú y yo seremos sólo testigos. Tu benefactor es Genaro.

Pensé haber malentendido en mi afán de tomar notas. En las primeras etapas de mi aprendizaje, el mismo don Juan había introducido el término "benefactor". Mi impresión había sido siempre la de que él mismo era mi benefactor.

Don Juan había callado y me miraba. Hice una rápida evaluación y concluí que sin duda se refería a que don Genaro era algo así como el actor estelar de aquella ocasión. Don Juan rió como si leyera mi mente.

– Genaro es tu benefactor -repitió.

– Usted lo es, ¿o no? -pregunté en tono frenético.

– Yo soy el que te ayudó a barrer la isla del tonal -dijo-. Genaro tiene dos aprendices, Pablito y Néstor. Los está ayudando a barrer la isla; pero soy yo el que les enseñará el nagual. Yo seré su benefactor. Genaro es sólo su maestro. En estos andares, uno habla o actúa; uno no puede hacer las dos cosas con la misma persona. Uno toma la isla del tonal, o toma el nagual. En tu caso, mi deber ha sido trabajar con tu tonal.

Mientras don Juan hablaba, tuve un ataque de terror tan intenso que estuve a punto de enfermarme. Sentí que iba a dejarme con don Genaro, y la idea me espantaba.

Don Juan rió y rió al escuchar mis miedos.

– Lo mismo le pasa a Pablito -dijo-. Nomás me ve y se enferma. El otro día entró en la casa cuando Genaro no estaba. Yo estaba solo aquí y había dejado mi sombrero junto a la puerta. Pablito lo vio y su tonal se asustó tanto que de verdad se cagó en los calzones.

Yo podía entender fácilmente los sentimientos de Pablito y proyectarme en ellos. Considerando con cuidado, había que admitir que don Juan era aterrador. Yo, sin embargo, había aprendido a sentirme a gusto con él. Experimentaba una familiaridad nacida de nuestra larga asociación.

– No voy a dejarte con Genaro -dijo, riendo aún-. Yo soy quien cuida tu tonal. Sin él estás muerto.

– ¿Tiene todo aprendiz un maestro y un benefactor? -pregunté para calmar mi turbación.

– No, no todo aprendiz. Pero algunos sí.

– ¿Por qué tienen algunos maestro y benefactor?

– Cuando un hombre común y corriente está listo, el poder le consigue un maestro, y se hace aprendiz. Cuando el aprendiz está listo, el poder le consigue un benefactor, y se hace brujo.

– ¿Qué es lo que hace que un hombre esté listo, para que el poder le consiga un maestro?

– Nadie lo sabe. Sólo somos hombres. Algunos somos hombres que han aprendido a ver y a usar al nagual, pero nada de lo que hayamos podido ganar en el curso de nuestras vidas puede revelarnos los designios del poder. Así pues, no todo aprendiz tiene un benefactor. El poder decide eso.

Le pregunté si él mismo había tenido un maestro y un benefactor, y -por primera vez en trece años habló libremente de ellos. Dijo que tanto su maestro como su benefactor eran de Oaxaca. Yo siempre había considerado que ese tipo de información era valioso para mi investigación antropológica, pero por algún motivo, -en el momento de la revelación, no me importó.

Don Juan me lanzó un vistazo. Pensé que era una mirada de preocupación. Luego cambió abruptamente de tema y me pidió relatar cada detalle de lo que experimenté en la mañana.

– Un susto repentino siempre encoge al tonal -dijo al comentar la descripción de mi reacción al grito de don Genaro-. El problema es aquí no dejar que el tonal se encoja más de la cuenta. Un grave asunto para un guerrero es el saber precisamente cuándo dejar que su tonal se encoja y cuándo detenerlo. Eso sí que es un arte. El guerrero debe luchar como demonio para encoger su tonal; pero en el mismo momento en que el tonal se encoge, el guerrero debe voltear al revés la lucha inmediatamente para no dejarlo encogerse más.

– Pero al hacer eso, ¿no regresa a lo que ya era? -pregunté.

– No. Después que el tonal se encoge, el guerrero cierra la puerta desde el otro lado. Mientras nada desafíe a su tonal y sus ojos estén encajados sólo para el mundo del tonal, el guerrero anda en el lado seguro de la cerca. Está en terreno familiar y conoce todas las reglas. Pero cuando su tonal se encoge, está en el lado de los ventarrones, y esa abertura debe sellarse en el acto, o el viento lo barrerá como a una hoja. Y esto no es sólo una manera de decir las cosas. Más allá de la puerta de los ojos del tonal, el viento es furibundo. Y ese es un viento real. Esto no es una metáfora. Un viento que le puede volar a uno la vida. De hecho, ése es el viento que se vuela a todas las cosas vivas que están sobre la tierra. Hace años te presenté a ese viento. Pero tú lo tomaste en broma.

Se refería a una vez que me llevó a las montañas para enseñarme ciertas propiedades del viento. A mí, sin embargo, nunca me pareció cosa de broma.

– No es importante si lo tomaste en serio o no -dijo tras escuchar mis protestas-. Por regla, el tonal debe defenderse, a cualquier costo, siempre que se ve amenazado; así que no tiene importancia alguna la forma en que el tonal reacciona para lograr su defensa. Lo único importante es que el tonal de un guerrero debe entrar en relaciones con otras alternativas. Lo que un maestro trata de alcanzar, en este caso, es el peso total de esas posibilidades. El peso de esas nuevas posibilidades es lo que ayuda a encoger el tonal. Del mismo modo, ese mismo peso ayuda a impedir que el tonal se encoja más de la cuenta.

Me indicó proseguir el relato de los sucesos matinales, y me interrumpió en la parte en que don Genaro se deslizaba de un lado a otro entre el tronco y la rama.

– El nagual puede ejecutar cosas extraordinarias -dijo-. Cosas que no parecen posibles, cosas impensables para el tonal. Pero lo extraordinario es que el que actúa no tiene manera de saber cómo ocurren esas cosas. En otras palabras, Genaro no sabe cómo hace esas cosas; él sólo sabe que las hace. El secreto de un brujo es que sabe cómo llegar al nagual, pero una vez que llega allí, su opinión no vale más que la tuya, acerca de lo que ahí pasa.

– ¿Pero qué siente uno al hacer esas cosas?

– Uno siente que uno está haciendo algo.

– ¿Sentiría don Genaro que estaba caminando por el tronco de un árbol?

Don Juan me miró un momento; luego apartó la cara.

– No -dijo en un susurro enérgico-. No del modo que tú quieres decir.

No dijo nada más. Yo casi contenía el aliento, esperando su explicación. Al fin tuve que preguntar: