"Me quedé seis días en casa de la curandera. Para el segundo día ya me sentía mejor. Bajó la hinchazón. El rezumo de la pierna se había secado. Ya no tenía más dolor. Sólo me hallaba un tanto débil y las rodillas me temblaban cuando quería caminar.
"Durante el sexto día la curandera me llevó a su cuarto. Me trató muy ceremoniosamente y, mostrándome todas las consideraciones, me hizo sentar en su cama y me dio café. Se sentó a mis pies mirándome a los ojos. Puedo recordar exactamente sus palabras. ‘Estás muy, pero muy enferma y sólo yo te puedo curar’, me dijo. ‘Si yo no te curo, te morirás de una manera horripilante. Puesto que eres una imbécil, vas a durar hasta lo último. Por otra parte, yo te podría curar en un solo día, pero no lo voy a hacer. Vas a tener que seguir viniendo aquí hasta que hayas comprendido lo que tengo que enseñarte. Sólo hasta entonces te curaré por completo; de otra manera, siendo tan imbécil como eres, nunca regresarías’.
Florinda me contó que la curandera, con gran paciencia, le explicó los puntos más delicados de su decisión de ayudarla.
Florinda no entendió una sola palabra. La explicación la hizo creer más que nunca que la curandera estaba chiflada.
Cuando la curandera se dio cuenta de que Florinda no la entendía, se puso más seria y la hizo repetir una y otra vez, como si Florinda fuera una niña, que sin la ayuda de la curandera su vida estaba acabada, y que la curandera podía decidir en cualquier momento cancelar la cura y dejarla morir. Por último, la mujer perdió la paciencia cuando Florinda empezó a pedirle de rodillas que terminara de curarla y que la enviara a casa con su familia. La curandera tomó una botella que contenía la medicina de Florinda y la estrelló en el suelo.
Florinda decía que entonces derramó las únicas lágrimas verdaderas de su vida. Le expresó a la curandera que todo lo que quería era curarse y que estaba dispuesta a pagarle lo que pidiera. La mujer le dijo que ya era muy tarde para un pago monetario, no quería su dinero, lo que quería era que Florinda le prestara atención.
Florinda admitía que ella había aprendido, en el transcurso de su vida, a obtener todo lo que deseaba. Sabía cómo ser obstinada, le dijo a la curandera que seguramente cantidades de pacientes llegaban todos los días, medio muertos como ella, y la curandera sí aceptaba su dinero… ¿por que su caso era distinto? La respuesta de la curandera, que para Florinda no explicó nada, era que siendo una vidente, ella había visto el cuerpo luminoso de Florinda, y vio que ella y la curandera eran exactamente iguales. Florinda pensó que esa mujer tenía que estar loca para no darse cuenta de que había un mundo de diferencia entre las dos. La curandera era una vulgar india primitiva sin educación, mientras que Florinda era rica, hermosa y blanca.
Florinda le preguntó a la curandera qué planeaba hacer con ella. La curandera le dijo que se le había encargado curarla y después enseñarle algo de suma importancia. Florinda quiso saber quién le había encargado todo eso. La curandera le respondió que el Águila…, esta respuesta convenció a Florinda de que la mujer estaba loca, y sin embargo tuvo que acceder. Le dijo a la mujer que estaba dispuesta a hacer lo que fuera.
La curandera cambió de actitud instantáneamente. Empaquetó un remedio para que Florinda lo llevase a casa y le dijo que regresara tan pronto como pudiera.
– Como ya sabes -prosiguió Florinda-, el maestro tiene que engatusar a su discípulo. Me embaucó con la cura. Ella tenía razón. Yo era tan idiota que si ella me hubiera curado inmediatamente, yo habría regresado a mi estúpida vida, como si nunca me hubiera sucedido nada. Pero eso es lo que todos hacemos, ¿no?
Florinda regresó a casa de la curandera la semana siguiente. Al llegar se encontró con el anciano que antes había conocido. Este la saludó como si fueran íntimos amigos. Le dijo que ya hacía varios días que la curandera había salido, pero que regresaría hasta después de algunos días y que le había encargado a él unos remedios para el dolor de su pierna. En un tono muy amistoso pero autoritario le dijo a Florinda que la ausencia de la curandera la dejaba a ella con dos posibilidades de acción: o bien se regresaba a su casa, posiblemente empeorada debido al viaje tan fatigoso, o bien podía seguir las instrucciones cuidadosamente delineadas que la curandera había dejado para ella. Añadió que si decidía quedarse e iniciar inmediatamente su tratamiento, en tres o cuatro meses estaría como nueva. Sin embargo, había una estipulación: si decidía quedarse tenía que permanecer en casa de la curandera ocho días consecutivos y, por consiguiente, tenía que deshacerse de sus sirvientes mandándolos a casa.
Florinda decía que para ella no había decisión alguna: tenía que quedarse. El viejo inmediatamente le hizo beber la poción que la curandera al parecer le había dejado. Se quedó conversando con ella la mayor parte de la noche. Su presencia le inspiraba confianza, su amena conversación encendió el optimismo y la fe de Florinda.
Los dos sirvientes se fueron al día siguiente, después de desayunar. Florinda no tenía el menor miedo. Confiaba en el hombre implícitamente. Este le dijo que tenía que construir una caja para su tratamiento, de acuerdo con las instrucciones de la curandera. La hizo sentar en una silla baja, que había sido colocada en el centro de un área circular desprovista de vegetación. El anciano le presentó a tres jóvenes y dijo que eran sus ayudantes. Dos eran indios y el tercero blanco.
Los cuatro empezaron a trabajar y en menos de una hora construyeron una caja en torno a la silla donde Florinda estaba sentada. Cuando terminaron, Florinda quedó compactamente encajonada. La caja tenía un enrejado en la parte superior para permitir la ventilación. Uno de los lados tenía bisagras para que sirviera de puerta.
El anciano abrió la puerta y ayudó a Florinda a salir de la caja, y la llevó a la casa a que le ayudara a preparar su propia medicina. Dijo que quería tener la medicina lista para cuando llegara la curandera.
A Florinda le fascinó la manera como trabajaba el viejo. Este hizo una mezcla con plantas de olor fétido y le preparó una cubeta con líquido caliente. Sugirió que si introducía la pierna en la cubeta, el calor del líquido le haría mucho bien, y si quería hasta podría beber la mezcla que le había preparado, antes de que ésta perdiera potencia. Florinda obedeció sin hacer preguntas. El alivio que sintió fue maravilloso.
El viejo después le asignó una habitación e hizo que los jóvenes metieran la caja dentro del cuarto. Le dijo que podrían pasar varios días sin que regresara la curandera; en tanto, ella debía de seguir meticulosamente todas las instrucciones que la mujer había dado. Florinda estuvo de acuerdo, y él sacó una lista con tareas. Estas incluían largas caminatas a fin de recoger las plantas medicinales requeridas para su tratamiento, y su asistencia en prepararlas.
Florinda me contó que pasó doce días allí en vez de ocho, porque sus sirvientes se demoraron en regresar a causa de unas lluvias torrenciales. No fue sino hasta el décimo día que se dio cuenta de que la curandera había estado en casa todos esos días y que el viejo en realidad era el verdadero curandero.
Florinda rió al describir su sorpresa. El señor le había jugado un ardid a fin de hacerla participar activamente en su propia curación. Más aún, bajo el pretexto de que la curandera así lo exigía, la metió en la caja cuando menos seis horas diarias a fin de que cumpliera una tarea específica que llamó la "recapitulación".
En ese punto de su narración, Florinda me miró fijamente y concluyó que era hora de que me fuera.
En nuestro siguiente encuentro, Florinda me explicó que el anciano era su benefactor, y que ella era la primera acechadora que las mujeres del grupo de su benefactor habían encontrado para el nagual Juan Matus. Pero nada de esto sabía ella en aquel entonces, a pesar de que su benefactor la hizo cambiar de niveles de conciencia y le reveló todo eso. Ella había sido siempre hermosa; la educaron sólo para que sacara partido de ello y eso era una impenetrable salvaguarda que la hacia invulnerable al cambio.