Su benefactor sabía todo esto y concluyó que Florinda necesitaba más tiempo para cambiar. Concibió un plan para sacarse a Celestino de encima. Poco a poco hizo ver a Florinda ciertos aspectos de la personalidad de Celestino que ella nunca tuvo el valor de enfrentar por su propia cuenta. Celestino era muy posesivo con todo lo que le pertenecía: su dinero y Florinda se hallaban en lo más alto de su jerarquía. Había sido forzado a tragarse su orgullo después de la humillación que sufrió a manos de la curandera, porque ésta cobraba muy poco y Florinda estaba evidentemente recuperándose. Celestino estaba esperando que le llegara la hora de su venganza.
Florinda me dijo que un día su benefactor le planteó que el peligro estribaba en que su recuperación completa iba a ser demasiado rápida y que Celestino decidiría, ya que él tomaba todas las decisiones de la casa, que ya no había ninguna necesidad de que Florinda viera a la curandera. Para resolver ese problema, le dio a Florinda una pomada, con instrucciones de que se la aplicara en la otra pierna. El ungüento olía muy mal y producía una irritación en la piel que semejaba la proliferación de la enfermedad. Su benefactor le recomendó que lo usara cada vez que quisiera regresar a verlo, aunque no necesitara tratamiento.
Florinda me contó que tardó un año en curarse. En el transcurso de ese tiempo, su benefactor le hizo conocer la regla y la instruyó en el arte de acechar. La hizo aplicar los principios del acecho en las cosas que hacía diariamente; las cosas pequeñas primero, hasta llegar a las cuestiones principales de su vida.
En el transcurso de ese año, su benefactor también la presentó con el nagual Juan Matus. La primera impresión que Florinda tuvo de él, fue que era un joven chistoso y al mismo tiempo muy serio. Luego, cuando lo conoció más a fondo, lo vio como el hombre más indomable y aterrador que jamás había conocido. Me dijo que el nagual Juan Matus fue quien la ayudó a escaparse de Celestino. El y Silvio Manuel la pasaron de contrabando a través de los puestos de inspección del ejército. Celestino había presentado una demanda legal de abandono de hogar y, como era un hombre influyente, había utilizado sus recursos para tratar de impedir que ella lo abandonara.
A causa de esto, su benefactor tuvo que radicarse en otra parte de México y ella tuvo que permanecer escondida con él durante años; esta situación fue apropiada para Florinda, ya que tenía que llevar a cabo la tarea de recapitular, y para ello requería absoluta quietud y soledad.
Me explicó que la recapitulación es el fuerte de los acechadores, de la misma manera como el cuerpo de ensueño es el fuerte de los ensoñadores. Consistía en recordar la vida de uno hasta el detalle más insignificante. Por ello su benefactor le había dado la enorme caja de madera como símbolo y herramienta. Era una herramienta que le permitió aprender a concentrarse; tuvo que sentarse allí durante varios años, hasta que toda su vida pasó ante sus ojos. Y era un símbolo de los estrechos linderos de nuestra persona. Su benefactor le dijo que cuando hubiera terminado la recapitulación debía romper la caja para simbolizar que ya no estaba sujeta a las limitaciones de su persona.
Me dijo que los acechadores usan cajas o ataúdes de tierra para encerrarse adentro de ellos en tanto reviven, pues no se trata sólo de recordar cada momento de sus vidas. La razón por la que los acechadores deben recapitular sus vidas de forma tan meticulosa es que el don del Águila al hombre incluye la buena voluntad de aceptar un sustituto en vez de la conciencia genuina, si tal sustituto en verdad es una réplica perfecta. Florinda me explicó que ya que la conciencia es el alimento del Águila, ésta puede quedar satisfecha con una recapitulación perfecta en lugar de la conciencia misma.
Florinda me dio entonces los aspectos fundamentales de la recapitulación. Dijo que la primera etapa consiste en un breve cómputo de todos los incidentes de nuestras vidas que de una manera patente se prestan a nuestro escrutinio.
La segunda fase es un cómputo más detallado, que empieza en un punto que podría ser el momento previo a que el acechador tome asiento en la caja, y sistemáticamente se extiende, al menos en teoría, hasta el mismo momento del nacimiento.
Me aseguró que una recapitulación perfecta podía cambiar a un guerrero aún más que el control total del cuerpo de ensueño. En este aspecto, ensoñar y acechar conducen al mismo fin: el ingreso en la tercera atención. Sin embargo, para un guerrero era importante conocer y practicar ambos. Me dijo que una mujer sólo puede dominar uno de los dos, según las configuraciones en el cuerpo luminoso. Por otra parte, los hombres pueden practicar ambos con gran facilidad, pero jamás llegan a obtener el nivel de eficacia que las mujeres logran en cada arte.
Florinda me explicó que el elemento clave al recapitular era la respiración. El aliento, para ella, era mágico, porque se trataba de una función que da la vida. Dijo que recordar se vuelve fácil si uno puede reducir el área de estimación en torno al cuerpo. Por eso se debe usar la caja; después, la respiración misma fomenta recuerdos cada vez más profundos.
En teoría, los acechadores tienen que recordar cada sentimiento que han tenido en sus vidas, y este proceso se inicia con una respiración. Florinda me advirtió que todo lo que me estaba enseñando eran sólo los preliminares, que, algún día en el futuro y en un lugar distinto, me enseñaría lo más intrincado.
Florinda me contó que su benefactor empezó haciéndola compilar una lista de los eventos por revivir. Le dijo que el procedimiento comienza con una respiración inicial. Los acechadores empiezan cada sesión con la barbilla en el hombro derecho y lentamente inhalan en tanto mueven la cabeza en un arco de ciento ochenta grados. La respiración concluye sobre el hombro izquierdo. Una vez que la inhalación termina, la cabeza regresa a la posición frontal y exhalan mirando hacia delante.
Los acechadores entonces toman el evento que se halla a la cabeza de la lista y se quedan allí hasta que han sido recontados todos los sentimientos invertidos en él. A medida que recuerdan inhalan lentamente moviendo la cabeza del hombro derecho al izquierdo. Esta respiración cumple la función de restaurar la energía. Florinda sostenía que el cuerpo luminoso constantemente crea filamentos que semejan telarañas, y que éstos son propulsados por fuera de la masa luminosa por emociones de cualquier tipo. Por tanto, cada situación en la que hay acción social, o cada situación en que participan los sentimientos es potencialmente agotadora para el cuerpo luminoso. Al respirar de derecha a izquierda, cuando se recuerda un acontecimiento los acechadores, a través de la magia de la respiración, recogen los filamentos que dejaron atrás. La siguiente inmediata respiración es de izquierda a derecha, y es una exhalación. Con ella, los acechadores expulsan los filamentos que otros cuerpos luminosos, que tuvieron que ver en el acontecimiento que se recuerda, dejaron en ellos.
Florinda afirmó que éstos eran los preliminares obligatorios del acecho, por lo que todos los miembros de su grupo tuvieron que pasar como introducción a los ejercicios más exigentes de ese arte. A no ser que los acechadores hayan pasado por estos preliminares a fin de recobrar los filamentos que dejaron en el mundo, y particularmente a fin de descartar aquellos que otros seres luminosos dejaron en ellos, no hay posibilidad de manejar el desatino controlado. Esos filamentos ajenos son la base de nuestra ilimitada capacidad de sentirnos importantes. Florinda mantenía que para practicar el desatino controlado, puesto qué no está hecho para engañar a la gente, uno tiene que ser capaz de reírse de sí mismo. Florinda me dijo que uno de los resultados de la recapitulación detallada es la capacidad de estallar en risa genuina cuando uno se encuentra cara a cara con las aburridas repeticiones que el yo personal hace acerca de su importancia.