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Sebastián, bastante alarmado por el repentino giro de los acontecimientos, llevó al indio hacia un lado, más privado, y lo recriminó por su osadía. El hombre le contestó que estaba ahí para obtener ayuda, no para dar o pedir disculpas. Necesitaba la energía del nagual para mantener su vida, la cual, le aseguró a Sebastián, había durado miles de años, pero en ese momento se desvanecía.

Sebastián, quien era un hombre muy inteligente, no se encontraba dispuesto a escuchar tales disparates; instigó al viejo indio a que se dejara de tonterías. El indio se enojó y lo amenazó con delatarlo a él y a su grupo a las autoridades eclesiásticas, a menos que accediera a su pedido.

Don Juan me recordó que en esos tiempos, las autoridades eclesiásticas erradicaban brutal y sistemáticamente las prácticas religiosas autóctonas de los indios del Nuevo Mundo. La amenaza del indio no era algo que Sebastián pudiera tomar a la ligera; el nagual y su grupo realmente se hallaban en peligro mortal. Sebastián le preguntó al indio cómo podría darle energía. El hombre explicó que los naguales almacenan en sus cuerpos una peculiar energía producto de su disciplina, y que él era capaz de sacarla a través de un centro energético que todos nosotros tenemos en la región umbilical. Le aseguró a Sebastián que no sentiría dolor alguno y que, a cambio de su energía, podría no sólo continuar sano y salvo con sus actividades, sino que también obtendría un regalo de poder.

Al nagual Sebastián no le cayó nada bien el haber entrado en tratos con ese indio, pero el hombre fue inflexible y no le dejó otra salida más que cumplir con sus deseos. Don Juan comentó que el indio no estaba en lo absoluto exagerando acerca de lo que afirmó. Verdaderamente era uno de los brujos de la antigüedad, conocidos como los desafiantes de la muerte. Aparentemente, había sobrevivido hasta el presente, por medio de maniobras que sólo él podía realizar.

Lo que aconteció entre Sebastián y aquel hombre se convirtió en la base de un acuerdo que ligó a los seis naguales que siguieron a Sebastián. El desafiante de la muerte mantuvo su palabra: a cambio de la energía que obtuvo de cada uno de esos hombres, les hizo a cada uno de ellos una donación, un regalo de poder. Sebastián fue el primero en recibirlo aunque con desagrado. Todos los demás naguales, por el contrario, aceptaron gustosamente sus regalos.

Don Juan concluyó su historia diciendo que los naguales de su línea cumplieron con ese convenio por más de doscientos años, creando así una relación simbiótica que cambió el curso y el objetivo final de su linaje, y que, con el transcurso del tiempo, el desafiante de la muerte llegó a ser conocido como el inquilino.

Don Juan no explicó nada más acerca de esta historia, pero me quedé con una extraña sensación de veracidad que me molestó más de lo que yo pudiera haber imaginado.

– ¿Cómo pudo ese hombre sobrevivir por tanto tiempo? -le pregunté.

– Nadie lo sabe -contestó-. Todo lo que sabemos de él, por generaciones, es lo que él nos dice. El desafiante de la muerte es a quien le pregunté sobre los brujos de la antigüedad, y es él quien me dijo que llegaron a su final hace tres mil años.

– ¿Está usted seguro de que le estaba diciendo la verdad? -le pregunté.

Don Juan me miró con ojos de asombro.

– Cuando uno está allí frente a ese inconcebible desconocido -dijo, señalando a su alrededor-, uno no se sale con mentiras pinches. Esas mentiras son para la gente que no sabe, lo que está allá esperándonos.

– ¿Qué es lo que nos está esperando, don Juan?

Su respuesta, al parecer una frase inofensiva, se me hizo más aterrorizante que una descripción de algo horrendo.

– Lo enteramente impersonal -dijo.

Se debe de haber dado cuenta de mi estado de ánimo y me hizo cambiar de niveles de conciencia, para que mi miedo se desvaneciera.

Unos meses más tarde, mi práctica de ensueño tomó un giro inusitado. En mis ensueños, empecé a obtener respuestas a preguntas que estaba planeando hacerle a don Juan. Lo más raro de esta extraña situación fue que en un santiamén me empezó a ocurrir lo mismo cuando estaba despierto. Un día recibí respuesta a una pregunta acerca de la realidad de los seres inorgánicos. Los había ensoñado tantas veces que empecé a creer que realmente existían. Tenía muy en cuenta el haber tocado a uno de ellos, en ese estado de conciencia seminormal, en el desierto de Sonora. Además, en mis ensueños periódicamente entraba en mundos que yo seriamente dudaba fueran producto de mi imaginación. Por ello, quería hacerle a don Juan una pregunta concisa. La formulé en mi mente: ¿si los seres inorgánicos son reales, en qué parte del universo está el reino donde ellos existen?

Después de repetir la pregunta en mi mente, escuché una risa extraña, igual a la que había escuchado el día que forcejeé con el ser inorgánico. Luego, una voz de hombre me contestó:

– Ese reino existe en una posición particular del punto de encaje. De la misma forma en que tu mundo existe en la posición habitual del punto de encaje.

Lo que menos quería era entablar un diálogo con una voz incorpórea. Me levanté de un salto de donde estaba sentado y salí corriendo fuera de la casa. Pensé que me estaba volviendo loco. Una preocupación más que añadir a mi colección de preocupaciones.

La voz fue tan clara y autoritaria, que no solamente me intrigó sino que me aterrorizó. Esperé con nerviosismo total el próximo asalto de esa voz, pero eso nunca se repitió. En la primera oportunidad que tuve, consulté con don Juan.

No quedó en lo más mínimo impresionado.

– Debes entender, de una vez por todas, que cosas como ésta son muy normales en la vida de un brujo -dijo-. No estás enloqueciendo; simplemente oíste la voz del emisario del ensueño. Al cruzar la primera o la segunda compuerta del ensueño, los ensoñadores llegan a una fuente universal de energía y empiezan a ver cosas o a escuchar voces. Realmente no son voces, es una sola voz. Los brujos la llaman la voz del emisario de ensueño.

– ¿Qué es el emisario de ensueño?.

– Una carga de energía diferente a la nuestra. Es una energía forastera que pretende ayudar a los ensoñadores diciéndoles cosas. El problema con el emisario de ensueños es que únicamente puede decirles a los brujos lo que ellos ya saben o deberían saber, si realmente fueran brujos que valen la pena.

– El que me diga usted que es una carga de energía no me ayuda en absoluto, don Juan. ¿Qué clase de energía? ¿Benigna, maligna, o qué?

– Es simplemente lo que te dije, una energía diferente de la nuestra. Una fuerza impersonal, que nosotros convertimos en algo muy personal, por el hecho de que tiene voz. Algunos brujos juran que les aconseja. Hasta la ven. O, como tú, simplemente la oyen como una voz de hombre o de mujer. Una voz que les describe situaciones del momento. La mayoría de las veces los brujos toman estas descripciones erróneamente como consejos sagrados.

– ¿Por qué se llega a oír a esa energía como una voz?

– Los ensoñadores oyen o ven al emisario, cuando tienen suficiente energía para mantener sus puntos de encaje fijos en una nueva posición específica; mientras más intensa es esta fijación, más intensa la experiencia del emisario. ¡Ten cuidado! A lo mejor un día lo ves o lo sientes como una mujer desnuda.

Don Juan se rió de su propio comentario, pero yo estaba demasiado asustado para frivolidades.

– ¿Es esta fuerza capaz de materializarse? -pregunté.

– Por supuesto -contestó-. Y todo depende de cuán fijo esté el punto de encaje. Sin embargo, si se mantiene cierto grado de desapego, nada sucede. El emisario permanece como lo que es: una fuerza impersonal que actúa con nosotros debido a la fijación de nuestros puntos de encaje.

– ¿Es el consejo del emisario algo que se puede tomar en serio?

– Nada de lo que dice es consejo. Únicamente describe lo que está frente a uno. Las conclusiones son nuestras propias deducciones.