bebido las lágrimas acompañó a quien las lloraba, probablemente este encuentro de la mujer y el plano, tan bien dispuesto por el destino, incluía igualmente al perro. Lo cierto es que entraron juntos en la tienda, al perro de las lágrimas no le sorprendió ver a todas aquellas personas tendidas en el suelo, tan inmóviles que parecían muertos, estaba habituado, a veces lo dejaban dormir entre ellas, y cuando era hora de levantarse, casi siempre estaban vivas. Despertad, si estáis durmiendo, traigo comida, dijo la mujer del médico, pero primero había cerrado la puerta, no la vaya a oír alguien que pase por la calle. El niño estrábico fue el primero en levantar la cabeza, sólo eso puede hacer, la debilidad no le dejaba, los otros tardaron un poco más, estaban soñando que eran piedras, y nadie ignora lo profundo que es el sueño de las piedras, un simple paseo por el campo lo demuestra, allí están durmiendo, medio enterradas, esperando no se sabe qué despertar. Tiene, no obstante, la palabra comida poderes mágicos, mayormente cuando aprieta el apetito, hasta el perro de las lágrimas, que no conoce lenguaje, empezó a mover el rabo, el instintivo movimiento le hizo recordar que aún no había hecho aquello a que están obligados los perros mojados, se agitó con violencia, salpicando todo a su alrededor, en ellos es fácil, llevan la piel como quien lleva un abrigo.

Agua bendita de la más eficaz, bajada directamente del cielo, aquella rociada ayudó a las piedras a transformarse en personas, mientras la mujer del médico participaba de la metamorfosis abriendo una tras otra las bolsas de plástico. No todo olía a lo que contenía, pero el perfume de un trozo de pan duro ya sería, hablando elevadamente, la esencia misma de la vida. Están, al fin, todos despiertos, tienen las manos trémulas, las caras ansiosas, y entonces el médico, tal como le había ocurrido antes al perro de las lágrimas, recuerda quién es, Cuidado, no conviene comer mucho, puede hacernos daño, Lo que nos hace daño es el hambre, dijo el primer ciego, Haz caso de lo que dice el doctor, le reprendió la mujer, y el marido se calló, pensando con una sombra de rencor, Éste ni de ojos entiende, palabras injustas éstas, tanto más si tenemos en cuenta que no está el médico menos ciego que los otros, la prueba es que ni advirtió que su mujer venía desnuda de cintura para arriba, fue ella quien le pidió la chaqueta para taparse, los otros ciegos miraron en su dirección, pero era demasiado tarde, que hubieran mirado antes.

Mientras comían, la mujer del médico contó sus aventuras, de todo lo que hizo y le ocurrió, sólo calló que había dejado la puerta del almacén cerrada, no estaba muy segura de las razones humanitarias que a sí misma se había dado, en compensación contó el episodio del ciego que se había clavado el vidrio en la rodilla, todos se rieron a gusto, todos no, que el viejo de la venda negra no hizo más que esbozar una sonrisa cansada, y el niño estrábico sólo tenía oídos para el ruido que hacía al masticar. El perro de las lágrimas recibió su parte, que pronto pagó ladrando furiosamente cuando alguien de fuera empujó la puerta con violencia. Quienquiera que fuese no insistió, se decía que había perros rabiosos por las calles, para rabia ya tengo bastante con ésta de no ver dónde pongo los pies. Volvió la calma, y entonces, sosegada ya en todos la primera hambre, la mujer del médico contó la charla con el hombre que había salido de esta misma tienda para ver si llovía. Luego, concluyó, Si lo que me dijo es verdad, no podemos tener la seguridad de encontrar nuestras casas tal como las dejamos, ni siquiera sabemos si podremos entrar en ellas, hablo de aquellos que se olvidaron de llevarse las llaves cuando salieron, o que las perdieron, nosotros, por ejemplo, no las tenemos, se quedaron allí, cuando el incendio, sería imposible encontrarlas ahora entre los escombros, pronunció la palabra y fue como si estuviese viendo las llamas envolviendo las tijeras, quemando primero la sangre seca que hubiese en ellas, luego mordiéndole el filo, las puntas agudas, embotándolas, y transformándolas al cabo de un tiempo en rombos blandos, informes, deshechos, imposible creer que aquello hubiera perforado la garganta de nadie, cuando el fuego acabe su trabajo, será imposible, en la masa única de metal fundido, distinguir dónde están las tijeras y dónde están las llaves, Las llaves, dijo el médico, las tengo yo, e introduciendo con dificultad tres dedos en un bolsillo pequeño de los andrajosos pantalones, junto a la cintura, extrajo de dentro una argollita con tres llaves. Y cómo las tienes tú, si yo las había metido en mi bolso, que se quedó allí, Las saqué, tenía miedo de que pudieran perderse, creí que estaban más seguras conmigo, y era también una forma de seguir confiando en que algún día íbamos a volver a casa, Está bien eso de tener las llaves, pero puede que nos encontremos con la puerta derribada, Pueden haberlo intentado, o no, por un momento se olvidaron de los otros, pero ahora es preciso saber, de todos ellos, lo que ha pasado con sus llaves, la primera en hablar fue la chica de las gafas oscuras, Mis padres se quedaron en casa cuando la ambulancia fue a buscarme, no sé qué les habrá ocurrido luego, después habló el viejo de la venda negra, Yo estaba en mi cuarto cuando me quedé ciego, llamaron a la puerta, la dueña de la casa vino a decirme que unos enfermeros me buscaban, no era momento para pensar en llaves, sólo faltaba la mujer del primer ciego, pero ésta dijo, No sé, no me acuerdo, sabía, se acordaba, pero no quería confesar que cuando se vio ciega, expresión absurda, pero enraizada, que no hemos conseguido evitar, salió de casa gritando, llamando a las vecinas, las que estaban en casa se guardaron muy bien de acudir en su ayuda, y ella, que tan firme y capaz se había mostrado cuando la desgracia cayó sobre el marido, se comporta ahora alocadamente, abandonando la casa con la puerta abierta de par en par, ni se le ocurrió que la dejaran volver atrás, sólo un minuto, sólo cerrar la puerta y ya estoy aquí. Al niño estrábico nadie le preguntó por la llave de su casa, el pobrecillo ni de dónde vivía se acordaba. Entonces, la mujer del médico tocó levemente la mano de la chica de las gafas oscuras, Empezaremos por tu casa, que es la que está más cerca, pero antes tenemos que encontrar ropa y zapatos, no podemos andar así por la calle, sucios y rotos. Hizo un movimiento para levantarse, pero reparó en el niño estrábico, que, confortado ya, y harto, había vuelto a quedarse dormido. Dijo, descansemos, durmamos un poco, ya veremos más tarde lo que nos espera. Se quitó la falda mojada, luego, para calentarse, se acercó al marido, lo mismo hicieron el primer ciego y su mujer, Eres tú, preguntó él, ella se acordaba de su casa y sufría, no dijo Consuélame, pero fue como si lo hubiera pensado, lo que no se sabe es qué sentimiento habrá llevado a la chica de las gafas oscuras a poner un brazo sobre el hombro del viejo de la venda negra, pero el caso es que lo hizo, y así permanecieron, ella durmiendo, él no. El perro fue a tumbarse junto a la puerta, guardando el paso, es un animal áspero e intratable cuando no tiene que enjugar lágrimas.

Se vistieron y se calzaron, lo que aún no encontraron es manera de lavarse, pero se nota ya una gran diferencia con los otros ciegos, los colores de las ropas, pese a la relativa escasez de la oferta, porque, como se suele decir, la fruta está ya muy sobada, combinan bien entre sí, es la ventaja de llevar con nosotros a alguien que nos aconseja, Ponte tú esto, que va mejor con esos pantalones, las rayas no casan con los lunares, detalles así, a los hombres, probablemente, les daba igual tambor que pandereta, pero la chica de las gafas oscuras y la mujer del primer ciego hicieron cuestión de saber qué colores y qué corte tenían las ropas que llevaban, de este modo, y con ayuda de la imaginación, podrán verse a sí mismas. En cuanto al calzado, todos se mostraron de acuerdo en que había que cuidar más la comodidad que la belleza, nada de cordones y tacones altos, nada de antes y charoles, en el estado en que las calles están sería un disparate, lo mejor son unas buenas botas altas de goma, totalmente impermeables, la caña hasta media pierna, fáciles de poner y de quitar, nada mejor para andar por los barrizales. Desgraciadamente no encontraron botas de este tipo para todos, al niño estrábico, por ejemplo, no había número que le sirviera, le quedaban los pies nadando por dentro, por eso tuvo que contentarse con unas botas deportivas sin finalidad definida, Qué coincidencia, diría su madre, allá donde esté, a alguien que viniera a contarle lo ocurrido, es exactamente lo que habría elegido mi hijo si pudiera ver. El viejo de la venda negra, que tiene unos pies que tiran más bien a grandes, resolvió el problema poniéndose unos zapatos de baloncesto, de los especiales para jugadores de dos metros y extremidades en proporción. Verdad es que va un poco ridículo, parece que lleva unas pantuflas blancas, pero estos ridículos son de los que duran poco, en menos de diez minutos ya estarán sucísimos los zapatos, es como todo en la vida, dar tiempo al tiempo, que todo lo arregla.