Partieron los tres a la mañana siguiente, y, sabiendo que Juan nunca paraba muchos días en el mismo lugar, pero que lo más probable, en todo caso, sería encontrarlo bautizando a orillas del Jordán, bajaron de los altos de Betania hacia el lugar de Betabara, que está a orillas del mar Muerto, con idea de ir después, río arriba, hasta el mar de Galilea, y todavía más al septentrión, hasta las fuentes del río, si preciso fuera. Pero al salir de Betania no podían imaginar que la jornada iba a ser tan breve, pues fue allí mismo en Betabara donde, solo, como si estuviera esperando, encontraron a Juan. Lo vieron de lejos, minúscula figura de hombre sentado a la orilla del río, cercado por montes lívidos que eran como calaveras y valles que parecían cicatrices aún doloridas y, extendiéndose hacia la derecha, brillando siniestra bajo el sol y el cielo blanco, la superficie terrible del mar Muerto, como de estaño fundido. Cuando se aproximaron a la distancia de un tiro de honda, Jesús les preguntó a sus compañeros, Es él, los dos miraron con atención, protegiendo la vista con la mano sobre las cejas, y respondieron, Sería su gemelo si no lo fuese, Esperad aquí hasta que yo vuelva, dijo Jesús, no os acerquéis pase lo que pase, y, sin más palabras, empezó a bajar hacia el río.

Tomás y Judas de Iscariote se sentaron en el suelo requemado, vieron a Jesús apartarse, apareciendo y desapareciendo según los accidentes del terreno y luego, ya en la orilla, caminando hacia donde estaba Juan, que en todo este tiempo no se había movido. Ojalá no nos hayamos equivocado, dijo Tomás, Tendríamos que habernos acercado más, dijo Judas de Iscariote, pero Jesús nada más verlo tuvo la certeza de que era él, preguntó por preguntar. Allá abajo, Juan se había levantado y miraba a Jesús, que se acercaba, qué se dirán el uno al otro, preguntó Judas de Iscariote, Tal vez Jesús nos lo diga, tal vez calle, dijo Tomás. Ahora los dos hombres, a lo lejos, estaban frente a frente y hablaban animadamente, se podía ver por los gestos, por los movimientos que hacían con los cayados, pasado un tiempo bajaron hasta el agua, desde aquí no es posible verlos, porque el relieve de las márgenes los oculta, pero Judas y Tomás sabían qué estaba ocurriendo, porque también ellos se hicieron bautizar por Juan, entrando los dos en la corriente hasta medio cuerpo, y Juan tomando agua con las dos manos en concha, alzándola luego al cielo y dejándola caer sobre la cabeza de Jesús mientras decía, Bautizado estás con agua, que ella alimente tu fuego. Ya lo ha hecho, ya lo ha dicho, ya suben del río Juan y Jesús, recogieron del suelo los cayados, sin duda están diciéndose el uno al otro palabras de despedida, las dijeron, se abrazaron, luego Juan empezó a andar a lo largo de la orilla, hacia el norte, Jesús viene hacia nosotros. Tomás y Judas de Iscariote lo esperan de pie, él se acerca y, otra vez sin decirles nada, pasa y sigue adelante, camino de Betania.

Van tras él, no con pequeño disgusto, los discípulos, roídos por la curiosidad insatisfecha, y, en un momento dado, Tomás no puede contenerse más y, desatendiendo el gesto que hizo Judas para retenerlo, preguntó, No quieres hablarnos de lo que te dijo Juan, No es aún la hora, respondió Jesús, Te dijo al menos que eres el Mesías, No es aún la hora, repitió Jesús, y los discípulos se quedaron sin saber si sólo repetía lo que antes había dicho o si les estaba informando de que la hora de la venida del Mesías todavía no había llegado.

Hacia esta hipótesis se inclinó Judas de Iscariote cuando, desanimados, se fueron quedando atrás, mientras Tomás, escéptico por decidida y renitente inclinación de espíritu, opinaba que se trataba de una simple repetición y, para colmo, impaciente, añadió.

De lo ocurrido sólo María de Magdala tuvo conocimiento aquella noche, nadie más, No se habló mucho, dijo Jesús, apenas habíamos acabado de saludarnos, él quiso saber si yo era aquel que ha de venir, o si debíamos esperar a otro, Y tú, qué le respondiste, Le dije que los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y la buena nueva es anunciada a los pobres, Y él, No es necesario que el Mesías haga tanto, si hace lo que debe, Fue eso lo que él dijo, Sí, esas fueron sus palabras exactas, Y qué debe hacer el Mesías, eso fue lo que le pregunté, Y él, Me respondió que tendría que descubrirlo por mí mismo, Y luego, Nada más, me llevó al río, me bautizó y se fue, Qué palabras dijo para bautizarte, Bautizado estás con agua, que ella alimente tu fuego.

Después de esta conversación con María de Magdala, Jesús no habló más durante una semana.

Salió de casa de Lázaro y se fue a vivir fuera de Betania, donde los discípulos estaban, pero se recogió en una tienda apartada de las otras, pasaba todo el día dentro, solo, pues ni siquiera María de Magdala podía entrar, y salía por la noche para ir a los montes desiertos. Lo siguieron algunas veces los discípulos, a escondidas, dándose a sí mismos la disculpa de protegerlo de un ataque de las bestias salvajes, de las que en verdad no había noticia, y lo que vieron fue que él buscaba un claro despejado y allí se sentaba, mirando, no al cielo, sino adelante, como si de la sombra inquietante de los valles, o asomando en la arista de una colina, esperase ver surgir a alguien. Era tiempo de luna, quien viniera podría ser visto de lejos, pero nunca apareció nadie.

Cuando la madrugada pisaba el primer umbral de la luz, Jesús se retiraba y volvía al campamento. Comía sólo una pequeña parte del alimento que Juan y Judas de Iscariote, ahora uno, ahora otro, le llevaban, pero no respondía a sus saludos, una vez incluso aconteció que despidió rudamente a Pedro, que quería saber cómo estaba y recibir órdenes. No había errado del todo Pedro en el paso que dio, pero lo dio demasiado pronto, fue lo que fue, porque al cabo de los ocho días salió Jesús de la tienda en pleno día, se unió a los discípulos, comió con ellos y, habiendo terminado, dijo, Mañana subiremos a Jerusalén, al Templo, allí haréis lo que yo haga, que es tiempo de que el Hijo de Dios sepa para qué sirve la casa del Padre y de que el Mesías empiece a hacer lo que debe. Le preguntaron los discípulos qué cosas eran esas de las que hablaba, pero Jesús sólo les dijo, No tendréis que vivir mucho para saberlo. Ahora bien, los discípulos no estaban habituados a que les hablara en este tono ni a verlo con aquella expresión de dureza en la cara, que ni parecía el mismo Jesús que conocían, dulce y sosegado, a quien Dios llevaba por donde quería y apenas sabía quejarse. No podía haber duda de que la mudanza tenía su origen en las razones,por ahora desconocidas, que lo llevaron a separarse de la comunidad de los amigos y andar, como si estuviese poseso de los demonios de la noche, por aquellos cabezos y barrancos en busca de una palabra, que siempre es lo que se busca.

Por eso consideró Pedro, como el de más edad de cuantos allí estaban, que no era justo que sin más explicaciones hubiera Jesús ordenado, Mañana subiremos a Jerusalén, al Templo, como si ellos fueran sólo unos mandados, buenos para llevar y traer de un lado a otro, pero no para conocer los motivos de ir y de volver.

Y entonces dijo, Siempre reconoceremos tu poder y tu autoridad y con ellos nos conformamos, tanto por lo que dices como por lo que has hecho, tanto porque eres hijo de Dios como por el hombre que también eres, pero no está bien que nos trates como si fuésemos chiquillos sin tino o viejos caducos, sin comunicarnos tu pensamuiento, salvo que deberemos hacer lo que tú hagas, sin que el juicio que tenemos sea llamado a juzgar qué pretendes de nosotros, Perdonadme todos, dijo Jesús, pero ni yo mismo sé lo que me lleva a Jerusalén, sólo me ha sido dicho que debo ir, nada más, pero vosotros no estáis obligados a acompañarme, quién te dijo que tienes que ir a Jerusalén, Alguien que entró en mi cabeza para decidir lo que tendré que hacer y no hacer, Has cambiado mucho desde tu encuentro con Juan, He comprendido que no basta traer la paz, que es preciso traer también la espada, Si el reino de Dios está cerca, para qué la espada, preguntó Andrés, Dios no me dijo cuál será el camino por el que llegará a vosotros su reino, hemos probado la paz, probemos ahora la espada, Dios hará su elección, pero vuelvo a decirlo, no estáis obligados a acompañarme, Bien sabes que iremos contigo a dondequiera que tú vayas, dijo Juan, y Jesús respondió, No juréis, lo sabréis los que allí hayáis llegado.