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– Tú te escondes y esperas.

– Vale. Eso es lo que iba a decir -ella no parecía ofendida-. Gracias.

– No cuelgues. Hablaré contigo hasta que llegue la policía.

– ¿Estás muy lejos?

– Quince minutos. ¿Dónde estás tú?

– Detrás de la puerta del coche. No dentro del vehículo -ya parecía más ella misma-. Si salta sobre mí desde los arbustos, esta vez lo capturaré. Pero no está aquí. Es un arrastrado escurridizo que intenta ponerme nerviosa. Ha dejado su regalo y se ha largado.

– Le gustan los cuchillos, ¿eh?

– Eso parece. Bueno, ¿cómo te llama T.J., Andrew o Rook?

Rook no se dejó engañar por sus palabras. La flor y el cuchillo la habían alterado.

– A veces Andrew y a veces Rook.

– Mi atacante lunático está relacionado con tu caso -dijo Mac-. No es coincidencia que aparecierais los dos en casa de Beanie al mismo tiempo -hizo una pausa-. Creo que tienes que hablar conmigo. Contarme lo que haces.

– Harris no nos ha dicho nada definitivo, Mac -Rook oyó sirenas de policía en el lado de ella. No le gustaba tener que colgar, pero no había más remedio-. Tienes que irte, lo sé. Llegaremos pronto.

– Es una hortensia rosa -dijo ella-. Juro que no volveré a usar nada rosa.

Colgó el teléfono y Rook aflojó la presión en el suyo. Contó a T.J. lo que ocurría y su compañero pisó el acelerador.

Cuando llegaron a la casa de Arlington, había un coche patrulla allí. Rook y T.J. mostraron su placa y subieron al porche, donde Mackenzie hablaba con un agente.

– Cuando le mandes flores -dijo T.J. a Rook en voz baja-, no le envíes ninguna rosa. Ni cuchillos. Los bombones siempre son una buena opción.

Rook lanzó una maldición.

– La hortensia estaba aquí en el jardín. Ese hijo de perra ha entrado aquí, cortado la maldita flor… -volvió a jurar-. Es osado.

– Voy a hablar con los vecinos a ver si averiguo algo -se ofreció T.J.

Rook vio que Mackenzie se había separado del agente y se dirigía hacia ellos.

– No hace falta que te vayas -dijo.

– Sí la hace.

T.J. guiñó un ojo a Mackenzie y se alejó. Ella se detuvo delante de Rook con el pelo suelto y los rizos colgando sobre su rostro.

– Juro que me habría parecido menos macabro que me dejara la cabeza de una ardilla o algo así. ¿Una flor y un cuchillo? -se apartó el pelo con ambas manos y él vio que tenía sudor en la frente-. Intento mantener una mente abierta porque, en realidad, puede haber sido cualquiera. El ataque ha salido en la prensa…

– No ha sido cualquiera.

– No. Probablemente no. ¡Ojalá hubiera estado aquí y lo hubiera visto otra vez!

– ¿Dónde estabas?

– Buscando casa con Juliet Longstreet y Ethan Brooker.

Rook los conocía.

– ¿Cuánto tiempo habéis estado?

– Dos horas. Él ha debido… No sé. Mi coche no estaba aquí. No buscaba un enfrentamiento, sólo quería que supiera que ha estado aquí -miró hacia el porche-. Me gustaría saber qué dicen de esto vuestros psicólogos del FBI.

– Es un sociópata osado y calculador que se está volviendo imprudente -especuló Rook-. ¿Este incidente te ayuda a recordarlo?

– No. Pero nos conocemos. Simplemente no sé de qué.

Rook le tocó los dedos, un gesto sutil que no notarían los demás agentes presentes.

– ¿Estás bien?

– Frustrada -ella sonrió de pronto-. A lo mejor han sido mis fantasmas.

Joe Delvecchio paró en el camino de entrada, seguido por Nate Winter y su esposa, una mujer muy hermosa visiblemente embarazada.

Rook se hizo a un lado y dejó que Mackenzie hablara con ellos. T.J. se reunió con él moviendo la cabeza.

– Quiero a ese hijo de perra -dijo.

– Ponte a la cola.

Nate se acercó a Rook.

– A mí no me pasó nada de esto en mi primer año de trabajo -dijo-. ¿Te ha llamado ella?

Rook asintió.

– Mi tío y yo fuimos los primeros en llegar hasta su padre cuando se cortó con la sierra. Ella se había quedado con él. Tenía tanta sangre que al principio pensamos que también estaba herida. Creímos que Kevin había muerto. Gus encontró pulso y luego temimos que no viviría hasta que llegara la ambulancia. Es un gran tipo, fuerte y honrado. Su esposa Molly también. Él luchó mucho por recuperarse y todos estaban pendientes de él.

– Y Mackenzie se volvió un poco salvaje.

– Ella dice que ha evitado la sangre y el gore desde entonces. Pensé que eso la echaría de la Academia, si no lo hacía su rebeldía ante la autoridad. No se deja intimidar fácilmente, por si no te has dado cuenta.

– Me la he dado.

– No les ha dicho a sus padres lo del ataque. Están en Irlanda y no quería preocuparlos. No está acostumbrada a estar en ese lado de las cosas.

– ¿Por qué me cuentas esto?

Nate miró a su esposa y Mackenzie, que charlaban juntas.

– Si Mackenzie supiera dónde está Harris Mayer, te lo diría. Si la jueza Peacham lo supiera, no se lo diría necesariamente a Mackenzie. Ni a ti.

– Yo no desconfío de Mackenzie, si es eso lo que preguntas.

– No pregunto nada -Nate se despidió con una inclinación de cabeza-. Tengo que irme.

Cuando se hubo alejado, T.J. soltó un silbido bajo.

– Creo que ese tipo es más duro aún que tú, Rook.

– ¿Quieres traducirme lo que acaba de decir?

– Ha dicho que, si le partes el corazón a Mackenzie, no lo olvidará.

Rook hizo una mueca.

– Eres idiota, T.J.

Éste sonrió.

– Me quedaré por si necesitas que te lleve a casa.

– Lo necesito -musitó Rook.

Unos minutos después, con la mayoría de agentes de la ley ya fuera de allí, T.J. bostezó aparatosamente.

– Mi estómago pide una pizza que lleve de todo menos anchoas. Las anchoas y el pepperoni no se mezclan bien.

Rook suspiró.

– Dos minutos.

Se acercó al porche, donde Mackenzie discutía con un agente joven de uniforme para intentar convencerlo de que no necesitaba que un coche patrullara vigilara periódicamente la casa durante la noche. Él no se dejó convencer y adujo que estaban protegiendo la propiedad, no a ella. La joven acabó por ceder, probablemente porque era el único modo de librarse de él. El agente se retiró victorioso.

– El chico tiene futuro si puede enfrentarse a una marshal -dijo Rook.

Mackenzie lo miró con cara de pocos amigos.

– Todos están asustados por la hortensia.

– Todos estaríamos más tranquilos si no pasaras la noche aquí.

– Nate y Sarah me han ofrecido su cuarto de invitados, pero he rehusado. Ya es bastante malo que Sarah tenga que preocuparse de esta casa con un niño en camino y conmigo atrayendo problemas. No necesita que además me quede en su casa.

– Ven a la mía. T.J. tiene hambre. Mi sobrino estará allá y siempre tiene hambre. Vamos a pedir pizza. Y puedes quedarte en el dormitorio de arriba tú sólita.

Ella lo miró vacilante.

– Considéralo de este modo -insistió Rook-. O me quedo yo aquí o te quedas tú en mi casa. Y si no soy yo, sabes que será Nate, ¿y por qué vas a querer eso? Tiene una casa nueva y una esposa embarazada -sonrió-. Y no es tan guapo como yo.

– No sé, Rook. Nate es bastante guapo. Y también está T.J. Es tan guapo que seguro que rompe muchos corazones -ella se puso seria-. De verdad, no es necesario que te quedes…

– Pues ve a por tu cepillo de dientes, porque no te pienso dejar aquí sola.

Ella se pasó ambas manos por el pelo y luego las dejó caer.

– Está bien. Dame dos minutos.

– Tómate todo el tiempo que necesites.

– Y me llevo mi coche -dijo ella-. No pienso permitir que el jefe Delvecchio me pille mañana llegando al trabajo con un agente del FBI.

– De acuerdo. Enviaré a T.J. delante a pedir las pizzas e iré contigo.

– Bien, pero conduzco yo.

Aquella mujer era implacable, pero cuando Rook la observó entrar en la casa, notó cierta vacilación en su paso. Esa noche estaba afectada. Y por lo que había visto, la hortensia y el cuchillo habían afectado también a los investigadores.