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– Hemos llamado a Cal Benton y hablado con él. Hablaremos más mañana. Se ha disculpado por no haberle dado su nombre a Brian.

– ¿Ha dicho por qué ha venido? -preguntó Mackenzie.

Mordió un trozo de pizza. No se había dado cuenta del hambre que tenía. Le parecía que hacía una semana que Juliet, Ethan y ella habían parado a comer algo antes de seguir viendo listas de casas en barrios asequibles de precio.

– Ha dicho que no se le había ocurrido que fuera a ser un problema venir aquí -T.J. se encogió de hombros-. Que ha estado casado con una jueza federal y no se lo ha pensado dos veces antes de llamar a la puerta de Andrew.

Rook se sentó entre Mackenzie y su compañero en la mesa redonda.

– ¿Y qué quería? -preguntó Mackenzie.

Los dos hombres guardaron silencio. T.J. fue el primero en romperlo.

– Harris Mayer llamó a nuestra puerta hace un mes e insistió en que podía ayudarnos con un caso relacionado con chantaje, extorsión, estafa y soborno. Con dinero que cambiaba de manos ilegalmente entre los ricos de Washington. Personas a las que amenazaban con descubrir sus secretos.

– ¿Amenazadas con violencia? -preguntó ella.

– Harris no ha dicho que la violencia sea un factor -repuso Rook-. Nos hemos reunido unas cuantas veces, pero siempre se ha mostrado vago. Es difícil calibrar si sólo quiere ser otra vez parte de la acción y se inventa cosas para llamar la atención o si hay algo real.

– Le gusta tirar de los hilos de la gente -añadió T.J.-. Sabe que si mueve nuestros hilos no le vamos a hacer nada. Pero eso no significa que no se lo hagan otros.

– Si las personas detrás de los chantajes se enteraran de que habla con el FBI… -Mackenzie no terminó, no era necesario-. Un buen motivo para desaparecer. ¿Qué tiene que ver Cal?

– No lo sabemos -dijo Rook-. Harris y él se conocieron a través de la jueza Peacham y se han visto unas cuantas veces en los últimos meses. Eso no es nada en sí mismo, pero si lo unimos a todo lo demás que ha pasado en las últimas semanas, no sé.

Mackenzie pensó un momento en el hombre que la había atacado y en sus ojos incoloros y sin alma.

– ¿Creéis que el hombre que me atacó forma parte de esos chantajes y extorsiones?

Rook le sostuvo la mirada, pero fue T.J. el que habló.

– No lo sabemos.

– ¿Bernadette?

– Lo mismo.

– He conocido a Beanie toda mi vida y recuerdo a Harris viniendo al lago con su esposa e hijos cuando yo tenía nueve o diez años. Asistí a la boda de Beanie con Cal -suspiró, perdido ya el apetito-. Bueno, Rook, no me extraña que me dejaras.

Creyó ver sonreír a T.J., pero él se puso rápidamente en pie.

– Me gustaría haber estado allí cuando ese hijo de perra te ha dejado la flor y el cuchillo esta noche -dijo-. Esté o no metido en nuestro caso, ese hombre es un villano y lo atraparemos.

– Claro que sí -sonrió ella-. Gracias. Quizá los vecinos hayan visto algo que pueda ayudarnos. Yo me alegro de que Sarah no estuviera allí.

T.J. apretó los dientes.

– Un grupo de vigilantes locos intentó atacar a Sarah en primavera. Algo relacionado con esa casa. Yo creo que ya es hora de mejorar la seguridad allí.

Mackenzie recordaba el jaleo de la primavera, en el que habían estado mezclados Nate, Juliet Longstreet y algunos marshals de California.

– No creo que la seguridad vaya a ayudar mucho con los fantasmas de Sarah.

Cuando T.J. se marchó, Rook sirvió un whisky para Mackenzie y se sentó enfrente de ella.

– Me parece que te vendrá bien una copa.

– O un par de sorbos al menos -ella tomó el vaso y miró el líquido color ámbar-. Quiero encontrar a ese bastardo. Y a Harris. Y Cal…

– Tú no tienes la culpa de que haya venido aquí. Limítate a hacer tu trabajo. Nadie te va a pedir más.

Ella tomó un trago de whisky y recordó los ojos sin color de su atacante.

– Ese bastardo me ha dejado el cuchillo para decirme que podía haberme matado el viernes -comentó.

– No te mató.

– Quizá sí que podía y… No sé.

– ¿Y quería hacerte pensar que lo habías vencido?

– Sólo lo desarmé. Si lo hubiera vencido, ahora estaría entre rejas -tomó otro trago de whisky-. ¿Dónde fue tu primer destino?

– En Florida.

Ella lo miró a los ojos.

– ¿Tenías dudas?

– Vengo de una familia de policías. Las dudas nunca fueron mi problema -sonrió él-. Al contrario, era bastante chulo. Siempre tenía prisa y no me gustaba interrogarme a mí mismo.

Ella bebió más whisky y lo señaló con el vaso.

– Sigues siendo chulo.

– Pero soy más mesurado. Mac, tú no dudaste el viernes. Si hubieras dudado, no te quitarían los puntos mañana. Todos los que sabemos lo que hiciste sabemos también que podemos contar contigo en una pelea, que no saldrás corriendo cuando haya peligro -se encogió de hombros-. Serías difícil de derrotar.

Ella se levantó y llevó el vaso al fregadero.

– Gracias por venir cuando te he llamado.

– Me alegro de que lo hayas hecho -Rook se acercó, la miró a los ojos y sonrió-. Estás agotada.

La besó con suavidad, sin el fuego de la noche anterior. Pero ella sabía que el anhelo estaba allí. Y lo sentía también en sí misma.

– Duerme -sonrió él.

El beso y los pocos tragos de whisky sólo conseguían aumentar su sensación de que estaba a punto de perder el control. Tomó la mochila y agradeció que Rook no la siguiera al cuarto de invitados.

Brian le salió al encuentro en el pasillo.

– Te he dejado toallas y he limpiado un poco.

– Gracias.

El chico se encogió de hombros y fue a su habitación. Mackenzie pensó que estaba afectado por la reacción de todos a la visita de Cal y que tenía dudas, pero no debía ser fácil confesar esas dudas a un tío tan seguro de sí mismo como Andrew. Mackenzie pensó en seguirlo y hablar con él, pero no lo hizo. El chico tenía diecinueve años. Las dudas probablemente eran algo bueno.

Veintitrés

Cuando oyó que Cal entraba en la casa, Bernadette se levantó de la cama y corrió abajo, alegrándose de haber tenido el buen sentido de acostarse con un pijama largo y amplio.

Sorprendió a su ex marido cuando se servía un vaso largo de whisky en la cocina. Se quedó en el umbral con los brazos cruzados, pero Cal nunca se había dejado intimidar por ella.

– ¿Dónde está Harris? -preguntó.

– ¿Harris Mayer? No tengo ni idea -Cal tomó un trago largo y la miró con una franqueza que en otro tiempo ella había encontrado atractiva e incluso sexy-. Es amigo tuyo, no mío.

– Se ha ido.

– ¿Y qué? Ya es mayorcito. Puede irse sin decírselo a nadie.

Bernadette comprendió que no llegaría a ninguna parte por aquel camino.

– ¿Por qué has ido esta noche a casa de Andrew Rook? -preguntó.

Él vaciló, pero sólo un instante.

– Por nada que pueda interesarte.

– ¿No? ¿Dónde estás ahora, Cal? Estás en mi casa y tengo derecho a saber si estás mezclado en algo que pueda explotarme a mí en la cara.

– Tú no has hecho nada. Tú eres pura, Bernadette.

– ¿Crees que importará que yo no haya hecho nada y tú sí? ¿Crees que le importará a alguien? Las apariencias…

– Las apariencias no te llevarán a la cárcel -él tragó el whisky, dejó el vaso en la encimera y se sirvió otro-. Me voy a la cama. Me mudo este fin de semana. Así podrás empezar a fingir que nunca hemos estado casados.

– Ya he empezado -repuso ella, pero se arrepintió inmediatamente del comentario, aunque sólo fuera porque lo pondría más a la defensiva-. Cal, por favor. No quiero discutir contigo. Si estás en un lío, sabes lo que tienes que hacer. Eres un abogado muy bueno.

Él soltó una risa amarga.

– Gracias, Jueza.

– ¿Por qué no me lo cuentas? -ella avanzó hacia él-. ¿Qué te ha pasado?

– ¿Crees en el diablo?

A ella le dio un vuelco el corazón.

– ¿Qué?