Изменить стиль страницы

El café empezó a subir y Rook bajó un poco el fuego.

– Apuñaló a la senderista y salió huyendo. No se quedó para ver si estaba muerta o saborear el momento. Contigo no tuvo más remedio que huir.

– No sé. Yo estaba mareada después de haberle golpeado. Podía haber buscado el cuchillo o agarrado un martillo del cobertizo; no sé si habría podido pararlo.

– Habrías encontrado el modo y seguro que él se dio cuenta.

– No creo que yo diera tanto miedo.

Rook no se dejó engañar por su tono tranquilo. Ahora que estaba a salvo, empezaba a comprender la realidad de lo que había pasado.

– Quizá deberías hablar con alguien -sugirió.

– Quizá deberíamos encontrar a ese tipo.

– En eso estoy de acuerdo, pero tú estás herida. Por lo menos date hoy de descanso.

– Me va mejor cuando estoy ocupada.

Él no contestó. Ella sirvió zumo de naranja en un vaso pequeño y lo bebió de un trago. Él recordó cómo había mirado aquella noche lluviosa en Georgetown sus rizos cobrizos, sus ojos azules y sus pecas. Y su figura. Ella corría, levantaba pesas y hacía artes marciales. Tenía un nivel muy bueno de forma física, pero jamás tendría muchos músculos.

No había pensado ni por un segundo que pudiera ser marshal. Esa noche cálida de verano en la que conversaban mientras llovía fuera de la cafetería, sólo había pensado que la pelirroja había estado destinada a entrar en su vida. Y en cierto modo, lo seguía pensando.

– Tengo una cita con el médico esta tarde -ella parecía ya resignada-. ¿A que hora sale tu avión?

– Esta noche -él podía cambiar el vuelo, pero ella ya lo sabía-. Suponía que el viaje aquí sería tranquilo.

– Eres libre de dedicarte a tu trabajo.

Él miró el reloj que estaba encima de la cocina. Faltaban dos minutos para que el café estuviera hecho.

– ¿Quieres librarte de mí?

– No tiene sentido que pierdas más tiempo aquí, y si todavía quieres encontrar a Harris, bueno, está claro que no se esconde en casa de Beanie.

– ¿Y qué pasa con el hombre que te atacó?

– Si es un desequilibrado, quizá ya haya olvidado que me atacó -ella miró por la ventana-. No estoy tan débil como ayer. Si vuelve por aquí, puedo defenderme.

Cuando el café estuvo listo, Rook llenó dos tazas y le pasó una. Ella le dio las gracias y salió al porche, donde vaciló un momento antes de bajar hacia el muelle.

Rook consideró sus opciones. ¿Le dejaba espacio? ¿La seguía?

Hacía una mañana hermosa y ella necesitaba unos días de descanso para recuperarse. Pero no querría tomárselos. Querría meterse en el bosque y buscar al hombre que la había atacado.

Rook salió detrás de ella con la taza de café en la mano. No había dormido bien y necesitaba una ducha, además de media cafetera.

– Este café es horrible -murmuró cuando se reunió con Mackenzie en el extremo del muelle.

Ella sonrió.

– Es bastante malo.

– ¿Hay serpientes en el lago?

– Venenosas no -ella tomó un trago de café y miró el agua-. Rook, ¿yo formo parte de una investigación del FBI?

– Mac…

Ella volvió a mirarlo.

– Lo digo en serio. ¿Formo parte?

Él negó con la cabeza.

– No.

– ¿Y Bernadette?

Él tomó un sorbo de café y se preguntó cuánto tiempo llevaría allí la lata.

Mackenzie suspiró audiblemente.

– No contestas. Vale, bien, lo comprendo. Gracias por haberte quedado esta noche, pero ya puedes volver a Washington. Aquí no tienes nada que hacer.

– Tengo que ver a algunas personas antes de irme.

– ¿Colegas del FBI? -ella tiró los últimos restos de café al lago-. Quizá sólo tenías que haberlo dejado seis minutos. No me acuerdo bien.

Volvió al porche y cuando Rook regresó a la cocina, la encontró friendo huevos.

– Carine trajo comida suficiente para una semana. Si hay una cosa positiva en lo de ayer es que fuera yo la que estaba aquí y no ella y Harry.

– Puedo terminar yo de hacer el desayuno.

– Me toca a mí servirte -contestó ella.

Se lavó las manos en el fregadero y se las secó con un paño de cocina. Rook se colocó detrás de ella y le tomó la muñeca derecha, evitando su lado izquierdo herido.

– Mac, lo siento. Fui una sanguijuela.

Ella respiró hondo, lo cual le arrancó una mueca de dolor.

– Disculpas aceptadas -lo miró y sonrió con malicia-. Bastardo. ¿Dónde estabais Harris y tú el miércoles? Supongo que en el bar del hotel y que me viste con Bernadette, te diste cuenta de que éramos amigas y decidiste entonces que tenías que dejarme.

Rook le besó la cabeza.

– Vas a quemar los huevos.

– Te voy a quemar a ti -replicó ella-. ¿Fue eso lo que pasó? Si no hubiera ido a esa maldita fiesta, habríamos cenado juntos. Y probablemente no habría estado aquí ayer para que me atacaran.

– Estás especulando.

– ¿Y qué? Estoy tomando analgésicos, tengo derecho. Y tú no vas a confirmar ni negar que cancelaste la cena porque descubriste que Beanie y yo somos amigas -apartó los huevos-. ¿Por qué no cambias tu vuelo y te marchas antes?

– No me vas a dejar en paz, ¿verdad?

Ella sonrió.

Rook hizo tostadas para acompañar los huevos, que eran al menos tan malos como su café. No se marcharía antes de tiempo. Hablaría con los investigadores por si había alguna pista nueva sobre el apuñalador fugitivo. El día anterior había dicho que le avisaran si J. Harris Mayer aparecía por alguna parte; pero no había muchas probabilidades de eso y ellos tenían que analizar las pruebas. Harris no era su prioridad.

Rook no sabía si el juez desaparecido era prioritario para él. Pero Harris había dejado muchos cabos sueltos y su trabajo no era investigar los ataques del día anterior, era localizar a Harris.

Era hora de volver a Washington y montar una búsqueda del juez perdido.

Mackenzie ignoró la punzada de dolor en el costado y siguió cruzando los helechos hasta un sendero estrecho que debía haber seguido el día anterior su atacante. La policía ya había estado por allí con perros, pero quería hacerlo personalmente; no podía quedarse tranquila en el porche espantando a los mosquitos.

Rook, por supuesto, iba justo detrás de ella. Todavía no había salido para Washington. Y tampoco había explicado sus razones para estar en New Hampshire.

– Sabía que eras poco hablador ya antes de saber en qué trabajabas -dijo ella sin volverse a mirarlo-. Un tipo recto como una flecha. No alguien que viole las reglas.

– ¿Tú sí las violas, Mac?

– No llevo el tiempo suficiente en este trabajo para saberlo.

– Me refiero a tu personalidad.

Ella lo miró al fin. Si había un hombre más sexy en el planeta, ella no quería conocerlo. Pero si no le pisaba los talones Rook, lo haría Gus Winter. Le daría la lata sin cesar para que descansara… y él no era tan guapo.

– Soy creativa y resolutiva. ¿Te basta con eso?

Rook le sonrió.

– Parece el lema de una academia.

¿Por eso la había dejado? ¿Porque había oído que no era de las que siguen las reglas al pie de la letra? Pero ella no se había metido en líos en las seis semanas que llevaba en Washington. Nate. ¿Le habría sugerido él a Rook que quizá ella no era su tipo? ¿Tal vez su relación con Bernadette no era la razón de la ruptura?

¡Ojalá Rook hubiera sido sólo un hombre sexy con el que había salido unas cuantas veces y había decidido que no podía salir bien! Pero era algo peor. A ella le gustaba. Disfrutaba en su compañía.

Pero eso era ya agua pasada.

Lo que quería ahora eran respuestas. ¿Por qué estaba en New Hampshire, por qué buscaba a Harris Mayer y quién era el hombre que la había atacado el día anterior?

¿Atacaría a más personas porque ella no había podido detenerlo?

Mackenzie se abrió paso entre otro grupo de helechos que crecían a la sombra de los abedules y otros tipos de árboles que bordeaban el lago. Le dolía el costado, pero estaba mucho mejor que cuando había salido de la cama. El desayuno la había ayudado y no tenía intención de derrumbarse delante de un agente del FBI y mucho menos de uno con el que había estado a punto de acostarse.