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Había vuelto a escribir a Hester Latterly con objeto de reunirse con ella en la misma chocolatería de Regent Street donde se habían encontrado en la ocasión anterior, pese a que no tenía ni idea de la utilidad que podía tener el encuentro.

Monk se sintió inexplicablemente contento al ver llegar a Hester, aun cuando el rostro de ella no reflejaba emoción alguna y sólo le dedicó una sonrisa momentánea a modo de reconocimiento, nada más.

Monk se levantó para apartarle la silla, se colocó delante de ella y pidió un chocolate caliente para Hester. Había demasiada sinceridad entre los dos para que tuvieran que recurrir a los formalismos de ceremoniosos saludos y a los convencionalismos habituales en relación con la salud. Podían centrarse en el asunto que los tenía preocupados sin caer en equívocos.

Monk la observó con gravedad y mirada interrogativa.

– No -respondió Hester-, no me he enterado de nada que pueda ser de utilidad, pero estoy completamente convencida de que lady Moidore no cree que Percival sea culpable, aunque tampoco sabe quién pueda serlo. En ocasiones está ansiosa de saber, otras veces teme saber, porque supone el derrumbamiento de todas las cosas en las que cree y el amor que siente por la persona en cuestión se tambaleará. La incertidumbre lo envenena todo, aunque teme que si un día se entera de quién ha sido, la persona involucrada sabrá que ella está al corriente de la verdad y entonces también ella correrá peligro.

Había tensión en el rostro de Monk, sentía un dolor intenso, sabía que a pesar de todos los esfuerzos y luchas y del precio que le habían costado, había fracasado.

– Lady Moidore tiene razón -dijo Monk con voz tranquila-, quienquiera que sea el culpable, no sabe lo que es compasión. Están a punto de colgar a Percival. Sería fantasioso suponer que el culpable vaya a compadecerse de ella si lo pone en peligro.

– Estoy convencida de que ella es muy capaz de hacerlo. -La expresión de Hester estaba llena de ansiedad-. Por debajo de la dama elegante que se encierra en su cuarto vencida por el dolor hay una mujer dotada de una gran valentía y que siente un profundo horror a la crueldad y a las mentiras.

– Entonces nos queda algo por lo que luchar -dijo Monk con sencillez-. Si está empeñada en averiguarlo y llega un momento en que las sospechas y el miedo le resultan insoportables, un día se lanzará a la acción.

Apareció el camarero y dejó las tazas de chocolate delante de cada uno. Monk le dio las gracias.

– Llegará un día en que la pieza que falta encajará en su esquema mental -prosiguió Hester-. Habrá una palabra, un gesto, el remordimiento hará que la persona involucrada cometa un error y de pronto ella se dará cuenta… y la persona también se dará cuenta porque lady Moidore ya no la tratará de la misma manera… ¿Cómo iba a hacerlo?

– Entonces debemos anticiparnos a ella. -Hester agitó enérgicamente el chocolate con riesgo de derramarlo a cada vuelta de cucharilla que daba-. Lady Moidore sabe que casi todos han mentido en mayor o menor medida, porque Octavia no era tal como la describieron en el juicio… -Y a continuación Hester lo puso al corriente acerca de lo que le había dicho Beatrice la última vez que habían hablado.

– Es posible -dijo Monk dubitativo-, pero Octavia era su hija y quizás ella no quiera verla con la misma claridad. Si Octavia se excedía en la bebida, si era un poco cabeza loca y no ponía freno a su sensualidad, quizá su madre no quiera aceptarlo.

– ¿Qué dice? -preguntó Hester-. ¿Que lo que declararon era verdad, que ella incitó a Percival pero después cambió de parecer al ver que el lacayo se tomaba las cosas al pie de la letra? ¿Y que en lugar de pedir ayuda, optó por llevarse un cuchillo de cocina a su cuarto?

Hester cogió la taza de chocolate, pero estaba demasiado excitada y quería terminar lo que estaba diciendo.

– ¿Y que cuando Percival se introdujo en su cuarto por la noche, pese a que la habitación de su hermano estaba al lado, Octavia luchó a muerte con él pero no gritó? ¡Yo me habría desgañitado! -Tomó un sorbo de chocolate-. Y no me diga que si no gritó fue porque ella lo había invitado antes, ya que en la familia nadie habría creído lo que decía Percival y sí lo que decía ella… y esto habría sido mucho más fácil de explicar que justificar que había herido a Percival o que le había dado muerte.

Monk sonrió con amargura.

– A lo mejor supuso que bastaría con que Percival viera el cuchillo para alejarse, sin que mediaran explicaciones.

Hester calló un momento.

– Sí -admitió, renuente-, podría ser, pero yo no lo creo.

– Ni yo -asintió Monk-. Hay demasiadas cosas que no cuadran. Lo que debemos hacer nosotros es distinguir entre mentiras y verdades y a ser posible buscar las razones de las mentiras… lo que podría ser muy revelador.

– Pues repasemos los testimonios -coincidió rápidamente ella-. No creo que Annie mintiera. En primer lugar, no dijo nada de importancia, simplemente que había sido ella la que había encontrado a Octavia, y todos sabemos que es verdad. En cuanto al médico, sólo estaba interesado en que su declaración fuera lo más exacta posible. -La expresión de Hester revelaba una extrema concentración-. ¿Qué razones tienen para mentir personas que son inocentes del delito? Debemos tenerlas en cuenta. Siempre existe, además, la posibilidad de un error que no sea malintencionado y que obedezca simplemente a ignorancia, a suposiciones incorrectas o a una equivocación.

Monk sonrió aún en contra de su voluntad.

– ¿Y la cocinera? ¿Cree que la señora Boden podría equivocarse en lo que se refiere al cuchillo?

Hester captó que Monk se divertía, pero sólo le concedió una momentánea dulcificación de su mirada.

– No, creo que no. Lo identificó con absoluta precisión. De todos modos, ¿qué importancia tendría que el cuchillo procediera de cualquier otro sitio? El asesino no era un intruso. La identificación del cuchillo no nos ayuda a identificar a la persona que lo empuñó.

– ¿Y Mary?

Hester se quedó pensativa un momento.

– Es una persona muy decidida en lo que a opiniones se refiere, lo cual no es ninguna crítica. No soporto a las personas de voluntad débil, que se quedan con lo que les dice el último que habla con ellas, pero podría haber cometido un error partiendo de una convicción sustentada previamente sin que hubiera la más mínima mala intención por su parte.

– ¿Quiere decir cuando identificó el salto de cama de Octavia?

– No, no me refiero a esto. Además, ella no fue la única persona que lo identificó. Cuando usted lo encontró también interrogó a Araminta y ella no sólo lo identificó sino que dijo que recordaba que Octavia lo llevaba puesto la noche de su muerte. Y me parece que Lizzie, la lavandera veterana, también lo identificó. Además, tanto si le pertenecía como no, es evidente que lo llevaba puesto cuando la apuñalaron… la pobre.

– ¿Y Rose?

– ¡Ah! ¡Esta sí que tiene más posibilidades! Percival la cortejó durante un tiempo, por decirlo de alguna manera, pero después se aburrió, la chica dejó de interesarle. Y ella se había hecho a la idea de que el chico se casaría con ella, cuando era evidente que él no tenía ninguna intención de hacerlo. La chica tenía poderosos motivos para verlo metido en líos. Creo que incluso podía sentir por él una pasión y un odio suficientes para desear que lo colgaran.

– ¿Le parece razón suficiente para mentir y precipitar su final? -A Monk le costaba creer que se pudiera sentir una maldad tan grande, incluso cuando existía de por medio una obsesión sexual rechazada. Hasta el mismo asesinato de Octavia obedecía a un acto de pasión perpetrado en el momento en que se había producido un rechazo, no era algo que se hubiera ido gestando paso a paso y de forma deliberada después de semanas o incluso de meses de haberse proyectado. Sobrecogía el ánimo pensar que una lavandera pudiera tener esta mentalidad, una muchacha agraciada y limpia que no llamaba la atención de nadie y que sólo era merecedora de una discreta apreciación. Y en cambio, podía ser una chica capaz de desear a un hombre y que, al verse rechazada, quisiera someterlo a la tortura de infligirle una muerte legal.