– ¿Todo va bien, Philip? -preguntó Matt Lauder a su sudoroso invitado.
– Sí, perfecto.
El director de escena anunció:
– Quince segundos.
Nos preparamos, tensos. El director de escena nos dio la cuenta atrás de cinco segundos y apuntó a Lauder, que entró en acción inmediatamente.
– Bienvenidos otra vez… y, para todos aquellos que disfrutan con un buen escándalo de Hollywood, aquí tenemos uno que ha llenado los periódicos los últimos días. A diferencia de otros escándalos, sin embargo, éste tiene un final feliz para David Armitage, el autor ganador de un Emmy por la serie de éxito Te vendo, que fue despedido de su programa tras unas acusaciones de plagio. Sin embargo, su reputación ha sido rehabilitada por completo, gracias a la intervención de uno de los empresarios estadounidenses más prominentes, Philip Fleck.
A continuación hizo un rápido resumen de las acusaciones contra mí, de la campaña difamatoria emprendida por Theo MacAnna y de cómo había intervenido el millonario en defensa de mi buen nombre. Asimismo, explicó que, además de ser el octavo hombre más rico de Estados Unidos, Fleck también se dedicaba a la dirección cinematográfica.
– Sé que habitualmente prefiere evitar la publicidad, Philip -dijo Matt Laude-, ¿por qué ha decidido, entonces, ayudar públicamente a David Armitage?
Fleck empezó a hablar con una voz vacilante, la cabeza un poco gacha e incapaz de mirar a Matt Lauder a los ojos.
– Bueno…, verá… David Armitage es, sin ninguna duda, uno de los guionistas más importantes del momento. También resulta que está escribiendo el guión de mi última película…, y cuando su carrera fue destruida por un periodista vengativo…, un hombre que no es más que un asesino a sueldo…, eh…, en fin, sentí que debía intervenir.
– Y su intervención debe de haber representado un punto de inflexión para usted, David, especialmente después de ser tan calumniado en los últimos meses, hasta el punto de ser prácticamente un proscrito en Hollywood.
Con una gran sonrisa, respondí:
– Tiene toda la razón, Matt. Debo mi resurrección a un hombre, el caballero sentado a su izquierda, mi gran amigo Philip Fleck. Y quiero demostrar el extraordinario amigo que ha sido para mí…
Alargué un brazo hacia la mesita, cogí uno de los cuatro guiones que había dejado encima y lo abrí por la página del título.
– Cuando mi reputación estaba hecha pedazos, y nadie quería contratarme, ¿sabe lo que hizo Philip? Me prestó su nombre, poniendo el suyo en mis viejos guiones. Porque sabía que, si mi nombre estaba en ellos, ningún estudio se interesaría. Ve, éste es uno de mis primeros guiones, Nosotros, los veteranos…, pero, como puede ver, Matt, el nombre del autor en la primera página es Philip Fleck.
La cámara se acercó para enfocar un primer plano de la página, mientras el presentador preguntaba a Fleck:
– Entonces ¿usted le prestó su nombre a David Armitage, Philip?
Por primera vez, Fleck me miró a los ojos, y su mirada irradiaba incredulidad. Sabía que lo tenía pillado, y lo único que podía hacer era seguirme el juego. Así que, cuando la cámara le enfocó a él, adoptó su actitud taciturna y dijo con reticencia:
– Lo que ha dicho David es… es verdad. Su nombre ha sido tan arrastrado por el fango que se le consideraba un intocable en todos los estudios de Hollywood. Y… como yo quería hacer películas con sus guiones y distribuirlos con una gran compañía cinematográfica… no hubo más remedio que poner mi nombre en sus guiones… con el consentimiento de David, por supuesto.
– De modo que además de Nosotros, los veteranos -dijo Matt Lauder-, que va a rodarse el mes próximo con Peter Fonda, Dennis Hopper y Jack Nicholson, ¿también piensa rodar tres guiones más de David Armitage?
Fleck parecía deseoso de esconderse debajo de la silla. Pero dijo:
– Ése es el plan, Matt.
Yo intervine rápidamente.
– Sabe, Matt, sé que a Philip le va dar mucha vergüenza lo que voy a decir ahora, porque él es el tipo de persona que no desea que se haga publicidad de su generosidad, pero cuando yo estaba en el paro, no sólo me compró estos cuatro guiones, sino que insistió en pagarme dos millones y medio por cada guión.
Hasta Matt Lauder se quedó aturdido con aquella suma de dinero.
– ¿Es cierto eso, señor Fleck?
Él apretó los labios, como si estuviera a punto de contradecir mi afirmación. Pero, finalmente, asintió lentamente con la cabeza.
– A eso lo llamo yo un gesto de fe profesional -dijo Matt Lauder.
– Ya lo creo -dije, todo sonrisas-. Y lo mejor de este asunto fue que Philip insistió en que los diez millones por los cuatro guiones se me pagaran sin condiciones, que en el lenguaje legal significa que, tanto si se realizan las películas como si no, yo cobraré los diez millones. No dejo de decirle que está siendo demasiado generoso. Pero estaba tan decidido a ayudarme, o, más exactamente, a creer en mí, que tuve que aceptar. Está claro que no le costó mucho convencerme.
El último comentario mereció una carcajada de Matt Lauder. Después se volvió a mirar a Fleck y dijo:
– Usted parece ser el sueño de un escritor hecho realidad, señor Fleck.
Fleck me miró fijamente.
– David se merece cada centavo.
Le sostuve la mirada.
– Gracias, Philip.
Treinta segundos después, se acabó la entrevista. Fleck salió inmediatamente del plató. Estreché la mano de Matt Lauder y alguien me acompañó a la sala de maquillaje. Había dejado el móvil en uno de los tocadores, y empezó a sonar en el momento en que iba a recogerlo.
– Eres un loco hijo de puta -dijo Alison, exultante-. Nunca había visto un timo tan bien montado.
– Me alegra que haya sido de tu agrado.
– ¿De mi agrado? Me acabas de hacer ganar un millón y medio de dólares. Por supuesto que es de mi agrado. Felicidades.
– Felicidades a ti también. Te mereces tu quince por ciento.
Alison se rió con su risa ronca.
– Mueve el culo y ven aquí inmediatamente. Después de esto, el teléfono va a quemar, y tú vas a ser el más solicitado.
– Por mí, encantado, pero no puedo hacer nada hasta dentro de quince días.
– ¿Y eso por qué?
– Tengo que cumplir los quince días de aviso en la librería.
– David, deja de hablar como un tonto.
– Lo he prometido…
De repente, se abrió la puerta y entró Philip Fleck.
– Tengo que irme, Alison -dije-. Ya hablaremos. -Y colgué.
Fleck se sentó en la silla contigua a la mía. Una maquilladora se acercó a él, con un tarro de crema a punto, pero Fleck la detuvo diciéndole:
– ¿Podría dejarnos solos un momento, por favor?
Ella salió de la habitación, y cerró la puerta. Estábamos solos. Fleck no dijo nada durante un rato y luego:
– Nunca rodaré ninguno de esos guiones tuyos, nunca.
– Está en su derecho.
– También anularé la filmación de Nosotros, los veteranos.
– También está en su derecho…, aunque eso puede cabrear al señor Fonda, al señor Hopper y al señor Nicholson.
– En cuanto cobren su dinero, cerrarán la boca. Esto es el cine, después de todo. A nadie le importa nada mientras se cumpla el contrato y el cheque se ingrese en el banco. No temas, cobrarás tus diez millones. Es un contrato sin condiciones, al fin y al cabo. Y para mí, diez millones no son nada.
– No me importa si me paga o no.
– Sí te importa. Te importa mucho. Gracias a ese contrato de diez millones, recuperas tu posición de chico de oro de Hollywood. O sea que debes estarme agradecido. De todos modos has hecho maravillas con mi imagen: me has hecho quedar como un gran filántropo, por no hablar del mejor amigo de los escritores. En otras palabras, ésta ha sido una experiencia beneficiosa para los dos, ¿no te parece?
– Realmente necesita controlarlo todo, ¿no?
– Ahora no te sigo…
– Sí, sí me sigue. Fue usted quien decidió destrozar mi vida, privarme…