– ¿Qué pasa, Brad? -pregunté, lo que hizo que Sally me mirara en seguida con expresión preocupada-. Pareces de mal humor.
– Estoy de mal humor y muy preocupado.
– ¿Qué ha pasado?
Un largo silencio.
– Quizá sería mejor que hiciéramos esto cara a cara -dijo.
– ¿Quizá deberíamos hacer qué cara a cara?
Otro largo silencio. Finalmente dijo:
– Tracy acaba de entrar en mi despacho con la edición del viernes de Hollywood Legit. Sí, de nuevo apareces de forma destacada en la columna de Theo MacAnna. De hecho, llenas toda la columna.
– ¿Yo? -dije, ya más atemorizado que nervioso-. Pero es imposible. No he hecho nada malo.
– Eso no es lo que dicen sus nuevas pruebas.
– ¿Sus nuevas pruebas? ¿De qué?
– De plagio.
Tardé un momento en hablar.
– Es una locura. Repito, yo no plagio.
Miré a Sally. Me observaba con los ojos muy abiertos.
– Eso lo dijiste la semana pasada -dijo Brad en un tono bajo-, y te creí. Pero ahora…
– ¿Ahora qué?
– Ahora… ha encontrado tres ejemplos más de plagio en tus guiones para el programa. No sólo eso, también ha encontrado un par de diálogos copiados en las obras que escribiste antes… antes…
¿Antes de ser famoso, quizá? ¿Antes de tenerlo todo? ¿Antes de que me acusaran de ser un ladrón literario, aunque nunca hubiera robado nada intencionadamente? Entonces ¿cómo? ¿Cómo?
Me senté lentamente en el sofá. La habitación daba vueltas. De nuevo mi vida profesional me pasaba ante los ojos. Sólo que esa vez supe que la zambullida no sería como cuando sueñas que caes y acababas aterrizando en la almohada. Aquella vez, la caída era real, y el aterrizaje sería cualquier cosa menos blando.
Capítulo 2
Gracias a las discutibles maravillas de la tecnología, en pocos minutos Tracy escaneó la nueva columna de Theo MacAnna y me la envió. Sally se quedó de pie a mi lado mientras yo me sentaba a leerlo. Pero no me puso una mano consoladora en el hombro, ni me ofreció palabras de apoyo. En el rato que pasó entre el final de mi llamada a Brad y la llegada del artículo, no dijo nada. Nada de nada. Se limitó a mirarme con una expresión parecida a la incredulidad…, la misma clase de incredulidad que había visto en la cara de Lucy la noche que le dije que estaba enamorado de otra. La incredulidad que acompaña a la traición.
Sin embargo, yo no había querido traicionar a nadie, ni siquiera a mí mismo.
Me senté frente al ordenador y me conecté. El correo de Tracy ya había llegado. Lo abrí. El artículo en cuestión estaba en letra negrita. No sólo me asombró su longitud, sino también el título.
«TRAPOS SUCIOS» DE THEO MACANNA
¿el «plagiario accidental» será tan accidental?
Nuevas pruebas desvelan la inclinación del autor de Te vendo, David Armitage, a tomar prestadas líneas de otros.
Como todos sabemos, Hollywood es una industria que cerrará los ojos ante los pecados, veniales o mortales, cometidos por alguno de sus miembros… siempre que el individuo interesado goce de buena protección y sea rentable. Cuando un común mortal como usted y como yo se encontraría para siempre sin trabajo después de ser descubierto en posesión de una relevante cantidad de droga, o atrapado en flagrante delito con una menor, la industria del espectáculo cierra filas en torno a los suyos siempre que se ven salpicados por algún problemilla desagradable. Y cuando muchos periódicos, revistas o institutos de educación superior que se respeten pondrían de patitas en la calle con el enorme perjuicio a cualquier autor o profesor culpable de plagio, Hollywood hace de todo para salvaguardar la reputación de un ladronzuelo literario. Especialmente si el ladronzuelo en cuestión es el autor de una de las series de televisión de éxito del momento.
Hace dos semanas esta columna sostuvo que David Armitage, el brillante creador de Te vendo, además de ganador del premio Emmy, había permitido que un par de bromas de una comedia clásica sobre el mundo del periodismo, Primera plana, acabaran en uno de sus textos. Lejos de reconocer simplemente el error y dejarlo pasar, el señor Armitage y sus amigos de la FRT emprendieron una ofensiva, y buscaron a un comprensivo periodista de Variety para que escribiera su versión de la historia. El mismo, por cierto, que hace un año tuvo una relación sentimental con la directora de publicidad de la FRT, mientras él se tomaba una temporada sabática del matrimonio. Y, antes de poder siquiera pronunciar «nepotismo», muchos eminentes fariseos de Hollywood se alinearon para cantar las alabanzas del señor Armitage y condenar al periodista que se había atrevido a revelar la trasposición de cuatro líneas de un texto a otro.
Naturalmente, la más belicosa de todas las voces fue la del Papa Hemingway de Santa Bárbara, Justin Wanamaker, el radical guionista de las décadas de los sesenta y setenta que, en sus años de ocaso, se ve obligado a elaborar lucrativos guiones de acción para Jerry Bruckheimer. Y su arenga no sólo ofrecía una apasionada defensa del señor Armitage, sino que también lanzaba una campaña de desprestigio en contra del periodista en cuestión, una campaña más tarde apoyada por Los Angeles Times, que en un análisis freudiano de tres al cuarto afirmaba que el periodista había tenido una corta y desgraciada carrera como guionista de televisión, y ahora sólo buscaba venganza con el primer escritor de una serie de televisión de éxito que se le había puesto a tiro.
Pero citando a Aldous Huxley, «los hechos no dejan de existir porque se los ignore». Y el meollo de la cuestión es que, en las dos semanas que han pasado desde que se descubrió el plagio del señor Armitage, su innecesaria defensa ha provocado que «Trapos sucios» encargara a un par de investigadores que peinaran toda la obra de David Armitage, para asegurarnos de que la acusación de copiar era realmente un caso aislado.
Pero, ¡sorpresa sorpresa!, esto es lo que han encontrado nuestros investigadores:
1. En el tercer episodio de la última temporada de Te vendo, Bert, el ejecutivo mujeriego, habla de su ex esposa, que se ha mudado a Los Ángeles después de dejarlo pelado en los tribunales. «¿Sabes cuál es la verdadera definición de capitalismo? -pregunta a su socio, Chuck-. El proceso a través del cual las chicas californianas se convierten en mujeres californianas.»
Prácticamente la misma línea puede encontrarse en la obra Tales from Hollywood del dramaturgo Christopher Hampton, ganador de un Oscar, en la que el comediógrafo austríaco, Odon von Horvath, observa que: «El capitalismo es el proceso a través del cual las chicas americanas se convierten en mujeres americanas».
2. En el primer episodio de la nueva temporada, Tanya, la recepcionista masticadora de chicle, le dice a Joey que no piensa acostarse con él porque tiene un nuevo novio que se parece muchísimo a Ricky Martin. Más tarde, Joey ve al nuevo novio en la oficina y le dice a Tanya: «¿Ricky Martin? Por favor, más bien se parece a Ricky el Granos».
Resulta que Ricky el Granos es el nombre de un personaje de la novela Fulgor de muerte de Elmore Leonard.
3. En el mismo episodio, el fundador de la empresa, Jerome, tiene un encuentro especialmente desagradable con un actor de segundo orden que está rodando un anuncio por cuenta de un cliente. Después, Jerome le dice a Bert: «La próxima vez que hagamos publicidad, sin actores…».
En la película clásica de Mel Brooks Los productores, Zero Mostel se vuelve hacia Gene Wilder y le dice: «La próxima vez que hagamos un espectáculo, sin actores».
Ah, pero hay otros ejemplos de los robos literarios del señor Armitage. Nuestros investigadores han pasado por el tamiz algunas de sus primeras obras teatrales, la mayoría de las cuales no llegaron más allá de esporádicas representaciones en teatros alternativos, y han descubierto dos hechos curiosos: