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– Yo no hice nada. Sólo dije la verdad.

– Sí, y te mereces un premio humanitario por carácter y heroísmo, por no hablar de lo simpático que eres.

– ¿Te estás poniendo cínica?

– ¿Cínica, yo? ¿Cómo puedes decir esas cosas? Eso sí, David: me he quitado un peso de encima, porque creo que puede que hayas salido airoso de esto.

– Todavía no podemos cantar victoria -protesté.

Pero más tarde, aquella mañana, Tracy entró en mi oficina, con cara de satisfacción.

– He hecho un repaso de periódicos nacionales y estatales: un comentario en The New York Times, The Washington Post y el USA Today sobre el artículo de MacAnna criticándote y que Los Angeles Times le acusara de ser un autor fracasado. El San Francisco Chronicle también ha publicado unas líneas, igual que los periódicos de Santa Bárbara, San Diego y Sacramento. Todos los artículos te son increíblemente favorables, especialmente gracias al comentario KO de Justin Wanamaker, que todos los articulistas citan. Por cierto, deberíamos mandar a Wanamaker un discreto regalo de agradecimiento en tu nombre.

– ¿No está metido en el rollo de las armas, las cabezas de rinoceronte y todas esas historias retro a lo Hemingway?

– Sí, ésa es la imagen machista que le va al señor Wanamaker. Pero si te crees que vamos a comprarle un rifle de asalto…

– ¿Qué te parece una caja de un buen malta escocés? Es un bebedor impenitente, ¿no?

– Sí, y nunca se olvida de encender un Lucky Strike cuando le entrevistan, para que quede claro que no soporta a los nazis californianos de la salud. Creo que una caja de escocés será muy bien recibida. ¿Alguna marca concreta?

– Con que tenga un noventa por ciento de graduación…

– Hecho. ¿Qué quieres que ponga en la tarjeta?

Me lo pensé un momento y dije:

– ¿Qué te parece «Gracias»?

– Lo resume todo.

– Por cierto, Tracy, gracias. Lo has llevado de maravilla. Y me has salvado la vida.

Tracy sonrió.

– Es mi trabajo -dijo.

– Pero todavía no ha acabado, ¿verdad?

– Digamos que por lo que he oído de mis espías en Hollywood Legit, MacAnna ha recibido un rapapolvo por el artículo de Los Angeles Times, que en definitiva le ha hecho parecer un imbécil despreciable y sin talento que utiliza su columna como venganza por su fracaso profesional. Es más, nada de lo que ha dicho ha perjudicado tu posición, lo que significa sencillamente que la gente se ha creído tu versión. Pero los dos próximos días son críticos, alguien podría decidir meter más ruido con esto. Mi instinto me dice que hemos terminado, pero voy a esperar hasta el viernes para decirlo oficialmente.

Y el viernes por la mañana llegó la llamada oficial de Tracy. Estaba en casa, trabajando en un esbozo del primer episodio de la tercera temporada de Te vendo cuando sonó el teléfono.

– ¿Has leído la edición de hoy del Hollywood Legit? -preguntó.

– Por alguna razón lo he borrado de mi lista de lecturas obligatorias. ¿Ese idiota está lanzando más mierda en mi dirección?

– Por eso te llamaba. Su columna de esta semana trata de Jason Wonderly.

Se refería a la estrella adolescente del año a quien habían pillado chutándose en el lavabo del plató de su mediocre programa, Jack el crack, en el que hacía el papel de un quarterback de instituto caprichoso y mujeriego, pero con buena conciencia social.

– En fin, según MacAnna, habían visto al camello de Wonderly intentando pasarle a Jason una bolsita en la clínica Betty Ford…

– ¿Pero no hay nada de mí o de Te vendo?

– Ni una palabra. Mejor aún, mi ayudante ha hecho un repaso de todos los periódicos importantes. No hay ningún seguimiento de tu historia. De hecho, no hay nada desde el lunes. Eso significa básicamente que es historia pasada, o podríamos decir muerta. Felicidades.

Aquel mismo día me llegaron más buenas noticias, cuando Jake Jonas de la Warner Brothers me llamó para decirme que Sodebergh había leído el primer borrador de Romper y entrar y que estaba entusiasmado con el proyecto. Aunque tenía que estar urgentemente en Nueva York la semana próxima, quería verme la semana después para pasarme unas notas y mover el proyecto a la siguiente fase.

– Por cierto -dijo Jake hacia el final de la conversación-. Me alegré mucho de que pusieran en su lugar a MacAnna por lo que intentó hacerte. Ese tipo es el equivalente periodístico del virus Ébola. Es agradable verle aplastado…, y lo más importante, ver que tú has salido airoso de la prueba.

Jake Jonas tenía razón: había sido una larga semana de prueba. Además del hecho de que alguien me había señalado acusadoramente en un periódico (una experiencia poco agradable, francamente), lo que me había puesto más nervioso en aquellas circunstancias era darme cuenta de que de no haber ganado mi caso en el tribunal de la opinión pública de Hollywood, el resultado podría haber sido…

Mejor no pensar en eso (me dije a mí mismo). Alégrate de haber salido entero de este desagradable asunto prácticamente intacto. De hecho, como señaló Sally rápidamente (cuando abrimos una botella de champán francés el viernes por la noche para celebrar «el final de mi historia») mi posición había quedado misteriosamente reforzada por aquella tribulación breve pero lacerante.

– A todo el mundo le gusta el contraataque -dijo Sally-. A la gente le gustan las personas que se defienden y son indicadas.

– Entre los autores, el plagio está al mismo nivel que el asesinato. Y la acusación no se borrará nunca.

– Pero tú no plagiaste.

– Deliberadamente, no, al menos.

– No y basta.

– Sigo sintiéndome como un idiota -dije, apoyando la cabeza en el regazo de Sally.

– Eso no es sólo una tontería, también es fútil. Ya lo hemos hablado cien veces esta semana. Fue un error subliminal y no es tan raro. De modo que deja de fustigarte. Te han declarado inocente. Te has librado.

A lo mejor Sally tenía razón. A lo mejor, como los que sufren un accidente potencialmente mortal, toda mi vida profesional había pasado frente a mis ojos, y una semana después del impacto inicial, seguía tambaleante por el shock. Por eso, casi todo el fin de semana dormí hasta tarde, paseé por el loft, leí la nueva novela de Elmore Leonard e intenté borrar todos los pensamientos de mi cabeza.

De hecho, disfruté tanto de aquel fin de semana de indolencia que decidí alargarlo hasta mitad de semana. A pesar de que seguramente habría debido continuar planificando la siguiente temporada de Te vendo, decidí hacer el papel de flaneur durante unos días: vagabundeé por los cafés de West Hollywood, fui a almorzar con un amigo escritor a un buen restaurante mexicano de Santa Mónica, donde bebimos mucho, compré demasiados cedes en Tower Records, pasé a comprar libros por mi antiguo lugar de trabajo, Book Soup, entré y salí de varias películas de sesión de tarde y en general abandoné momentáneamente todos los compromisos profesionales.

El lunes se fundió con el martes y éste con el miércoles. Y aquella noche, mientras fregaba los platos después de una cena de sushi a domicilio, le dije a Sally:

– ¿Sabes qué?, creo que podría acostumbrarme a esta vida de indolencia.

– Eso lo dices porque no eres indolente. La vida contraria a la tuya siempre parece mejor cuando tienes billete de vuelta a la que llevas. ¿Sabes qué se vuelve un escritor cuando se vuelve demasiado indolente?

– ¿Feliz?

– Yo más bien pensaba en «imposible», o quizá, completamente imposible.

– Vale, vale. No me volveré demasiado indolente.

– Me alegro de oírlo -dijo ella secamente.

– Pero te aseguro que en el futuro pienso tomarme una semana libre cada…

Sonó el teléfono y lo descolgué. Era Brad Bruce. No me saludó, ni hizo ningún comentario de cortesía. Se limitó a preguntar:

– ¿Es un buen momento para hablar?

Su tono no era sólo brusco. También era despegado, frío. Y me puso nervioso inmediatamente.