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– Tejanos y un jersey rojo. -Rompió a llorar-. Fui yo quien le regaló el jersey.

Mitchell le palmeó el hombro.

– Ya conocemos la salida. -La detective esperó a llegar al todoterreno para preguntar-: ¿Encontró remates o cierres metálicos de los tejanos en las proximidades del cadáver?

Reed abrió la portezuela del lado del acompañante.

– Según Ben, en el vestíbulo hallaron botones de metal.

Mia trepó al habitáculo y se volvió con mirada severa.

– En ese caso también la violó.

– ¿Qué hacemos ahora? -inquirió el teniente.

– Tenemos que averiguar cuánto la quería Joel.

Lunes, 27 de noviembre, 18:40 horas

El compañero de habitación de Joel Rebinowitz estudiaba Derecho, de lo que se sentía muy orgulloso. Zach Thornton se interpuso entre los visitantes y la puerta del cuarto de baño, a través de la cual oyeron los sollozos de Joel.

– No dirá una sola palabra, salvo en presencia de un abogado -declaró Zach.

Mia dejó escapar un suspiro.

– Que el cielo nos salve de los abogados en pañales. Oye, chico, quítate de en medio o te llevaré del culo a comisaría por obstrucción.

– No puede hacerlo -replicó con actitud beligerante.

– ¿Qué te juegas? -preguntó Mitchell y notó cómo cambiaba la actitud de Zach-. Supuse que no te arriesgarías. -Llamó a la puerta del cuarto de baño-. Sal, Joel. Tenemos que hablar contigo y no nos iremos sin hacerlo.

– ¡Maldición, lárguense! -La voz de Joel sonó entrecortada-. Déjenme en paz.

Mia miró a Solliday e inquirió:

– ¿Quiere entrar a buscarlo?

Solliday hizo una mueca.

– En realidad no, pero iré.

Thornton cambió de táctica y su expresión se tornó totalmente sincera.

– Acaban de decirle que su novia ha muerto y que está carbonizada. ¿Qué pretenden de él?

– La verdad -replicó Mia-. Joel, te doy cinco segundos o mi compañero entrará.

Pálido y con los ojos hinchados de tanto llorar, Joel salió dando tumbos del cuarto de baño.

– No pienso hablar con ustedes ni los acompañaré a comisaría.

Zach asintió y recuperó su actitud presuntuosa.

– Si lo quieren tendrán que traer una autorización.

– Joel, ayúdanos a aclarar la situación para ocuparnos de los malos de verdad.

– Del verdadero asesino -ironizó Zach-. Eso es.

Mia se puso de puntillas y se colocó a pocos centímetros de la cara de Thornton.

– Cierra el pico o te juro que pasarás la noche en el calabozo. No es un farol. Me tienes harta. Si no te sientas y te callas acabarás rodeado de raperos matones que querrán convertirte en su mejor amigo. Espero que entiendas lo que digo.

Solliday soltó un suave silbido.

– En el calabozo no suelen disfrutar de la compañía de chicos guapos.

Mia se tragó la sonrisa cuando Zach se sentó en su cama sin pronunciar palabra. Se dirigió seriamente a Joel:

– Joel, ayúdame a encontrar al culpable. ¿Cuándo viste a Caitlin por última vez?

– El sábado por la noche, alrededor de las siete. Dijo que esa noche había fiesta en TriEpsilon y que tenía que estudiar. Le propuse que se quedara en el apartamento, pero me respondió que si venía acabaríamos… bueno, que no estudiaría. No quería darle a su padre el gusto de verla suspender. -El muchacho cerró los ojos-. Tengo la culpa de todo.

– Joel, ¿por qué dices eso? -intervino Solliday.

– Porque salía demasiado conmigo. Tendría que haberme alejado, como quería su padre.

El crío era inocente o se trataba de un actor consumado. Mia se decantó por la primera opción.

– ¿Supiste algo de ella a lo largo de la noche?

– A las once me envió desde el ordenador un mensaje en el que decía que me quería -concluyó con voz entrecortada.

Mia le echó un vistazo a Solliday y comprendió que estaban de acuerdo con respecto a la inocencia del muchacho.

– Joel, ¿dónde estuviste esa noche?

– Hasta las once, aquí. Respondí a su mensaje y luego me reuní con varios amigos en el salón recreativo.

Joel mencionó seis nombres y la detective tuvo la certeza casi absoluta de que los jóvenes corroborarían sus palabras.

Aunque detestaba presionar en esas condiciones, Mia sabía que era necesario, por lo que inquirió:

– ¿Alguien quería hacerle daño a Caitlin? ¿Alguien la seguía? ¿Alguien la llevó a sentirse incómoda?

Joel se recostó en la pared y apoyó el mentón en el pecho.

– No, no y no.

– Joel, una pregunta más -terció Solliday-. ¿No te has preocupado al darte cuenta de que ni ayer ni hoy tenías noticias de Caitlin?

Levantó la cabeza y su mirada se tornó furibunda.

– Claro que sí. Pensaba que había vuelto a su casa. Yo no podía llamar a casa de sus padres, ya que Caitlin les había contado que habíamos terminado. Supuse que me telefonearía en cuanto pudiera. Esta mañana no ha venido a clase y les he preguntado a sus amigos. Nadie la había visto. Me he puesto muy nervioso y he llamado a sus padres. He dejado dos mensajes en el contestador, pero prefieren verme entre rejas antes que decirme que está muerta -concluyó con amargura-. ¡Malditos sean!

Dadas las circunstancias, Mia comprendió su punto de vista.

Cuando volvieron a montar en el todoterreno de Solliday, la detective meneó la cabeza y comentó:

– Si alguna vez tengo hijos no pienso entrometerme.

Solliday le abrió la portezuela, como había hecho a lo largo del día.

– Nunca digas nunca jamás. -Reed decidió tutearla-. Entiendo a las dos partes. El padre quiere lo mejor para la hija y la hija quiere dirigir su propia vida. Diría que Joel no está implicado.

– Estoy de acuerdo. Sospecho que el pirómano eligió la casa de los Dougherty, donde la acechó o la encontró por casualidad, y aprovechó la situación.

– Burnette también podría ser el verdadero objetivo. -Solliday cerró la portezuela del lado del acompañante y se dirigió a su asiento. El motor ya estaba en marcha cuando Mia oyó la risa grave del detective-. «Un rapero matón que quiere que seas su mejor amigo». Es muy poético. ¿Puedo repetirlo?

Mitchell le sonrió y en ese instante se sintió profundamente en paz.

– Cuando quieras.

Ambos aprovecharon el trayecto de regreso a la comisaría para oír el buzón de voz de sus móviles. Reed aparcó el todoterreno junto al coche de la detective.

– ¡Caramba, qué bonito!

Mia miró con cariño su pequeño Alfa Romeo bien conservado.

– Es mi único capricho. -Se apeó del vehículo y se volvió para mirar al teniente-. Barrington ha hecho oficial la identificación de Caitlin.

– El laboratorio encontró un mensaje en la caché del ordenador de los Dougherty. La hora se corresponde con la explicación de Joel.

– Entonces algo hemos avanzado. ¿Qué tal si mañana a las ocho nos reunimos en el despacho de Spinnelli? Tiene debilidad por las reuniones a las ocho de la mañana.

– Para entonces intentaré conseguir el informe del laboratorio sobre las muestras que tomé. Quedamos en tu escritorio. Los Dougherty me enviaron un correo de voz en el que dicen que llegarán a medianoche. Podemos hablar con ellos después de informar a Spinnelli.

– Le pediré a Jack que también acuda a la reunión de mañana y que informe de lo que encontró en el análisis de la moqueta. Así sabremos con más claridad dónde sucedieron las cosas. -Mia guardó silencio casi un minuto, suspiró y murmuró-: Vi cómo caía mi compañero.

Reed tardó un segundo en reaccionar.

– ¿Te refieres a esta mañana, cuando clavaste la mirada en el cristal? ¿Qué pasó aquella noche?

– Buscábamos a Getts y DuPree por un homicidio cometido en South Side. Fue un asunto de drogas que se desmandó y asesinaron a dos mujeres atrapadas en el fuego cruzado. -La detective suspiró-. Sea como fuere, recibimos el soplo de que se escondían en un apartamento, pero no era así.

– Fue una trampa.

– Eso parece. De todos modos, los vi. Además, dispararon a Abe.