Изменить стиль страницы

– Alguien viene -susurró.

Capítulo 30

Unas formas humanas brotaron de la oscuridad y rodearon a Reiko y sus escoltas. Ella se vio apresada por unas manos fuertes que le inmovilizaron los brazos a la espalda con cruel firmeza. Se retorció, gritó y lanzó patadas. Alrededor se produjo una violenta refriega mientras sus escoltas se defendían.

– ¡Lo tengo! -gritó una voz masculina emocionada.

El hombre que sujetaba a Reiko dijo:

– Lo mío es una mujer. Parece que hemos capturado a Kobori y su amorcito.

Para su sorpresa, Reiko reconoció la voz, aunque no podía situarla. Otra voz familiar preguntó:

– Si tú tienes a Kobori, ¿a quién he pillado yo?

Hubo un coro de voces confusas. Prendieron unas linternas que deslumhraron a Reiko por un instante. Eran soldados, al parecer decenas, un pequeño ejército que abarrotaba la carretera, rodeando a Reiko. Algunos llevaban arcos y flechas además de espadas. En el suelo, cerca de ella, el detective Fukida estaba sentado sobre el teniente Asukai. El resto de los guardias de Reiko se debatían con otros soldados. Reiko volvió la cabeza y vio que el hombre que la sujetaba era el detective Marume. Se miraron un momento en mutuo y anonadado reconocimiento.

– Lo siento -dijo Marume, abochornado. La soltó y dijo a sus camaradas-: Son la esposa del chambelán Sano y sus escoltas. Soltadlos.

El teniente Asukai y los demás guardias se levantaron y se sacudieron el polvo. Reiko vio que Sano avanzaba a zancadas a través de las tropas, que se apartaban para abrirle paso. Hirata lo seguía cojeando. Los dos llevaban casco y armadura, como preparados para la batalla. Sus caras evidenciaban el mismo asombro que sentía Reiko.

Hablaron los dos a la vez:

– ¿Qué haces aquí?

– He seguido a la amiga de Yugao, Tama -explicó Reiko-. Están en una casa a la que se llega por ahí. -Mientras señalaba el sendero, sintió una gran alegría por haberse encontrado, con Sano. Seguía vivo. No sólo la había encontrado, sino que además había traído las tropas necesarias para capturar a los fugitivos. Se habría lanzado a sus brazos si hubieran estado a solas-. Yugao y Kobori están allí.

– Lo sé -dijo Sano-. Venimos a prenderlos.

Se miraron los dos, pasmados de que sus respectivas indagaciones los hubieran llevado al mismo destino.

– Pero ¿cómo lo has sabido tú? -preguntó Reiko, estupefacta por su milagrosa llegada.

– Me lo dijo el capitán Nakai. -Sano hizo un gesto hacia un samurái grande y apuesto que estaba allí cerca.

– ¿El capitán Nakai? -preguntó Reiko, perpleja-. ¿No fue ése tu primer sospechoso?

– Lo fue. Ahora es mi flamante vasallo. Pero ya te lo explico luego. Ahora tenemos que allanar esa casa.

Sano impartió órdenes a sus hombres. Tomaron el sendero, encabezados por el capitán Nakai y desplazándose casi en absoluto silencio. Sólo las linternas, que parpadeaban entre los árboles, delataban su presencia.

– Esperad -exclamó Reiko, alarmada-. Yugao y el Fantasma no están solos. Tama se encuentra con ellos.

A Sano le cambió la cara.

– ¿Estás segura?

– Sí. La he visto entrar en la casa. -Y añadió-: Creo que Yugao pretende matarla. ¡Tenemos quo salvarla!

– Lo intentaré. Pero no puedo prometerlo. Mi misión es capturar al Fantasma.

Reiko estaba transida de pavor, pero asintió. Las órdenes del sogún y el caballero Matsudaira tenían precedencia sobre todo lo demás, incluida la seguridad de los civiles. Si Tama se convertía en otra víctima de Yugao o caía durante la redada, Reiko debería aceptarlo como su destino. Aun así, deseaba hacer algo que pudiese salvar a Tama, ¡que no estaría en peligro de no ser por ella!

– Ahora quiero que regreses a casa -le dijo Sano, y se volvió hacia el teniente Asukai-. Asegúrate de que llega a salvo.

– Deja que me quede, por favor -exclamó Reiko-. Quiero ver lo que pasa. ¡Y no puedo dejarte!

– De acuerdo -concedió Sano, en parte porque no quería perder más tiempo discutiendo, pero también porque él tampoco tenía ninguna gana de separarse de ella. Esa noche quizá fuera la última que pasaran juntos, aunque la dedicase a cazar a un asesino mientras ella observaba a distancia-. Pero tienes que prometerme que no interferirás.

– Lo prometo -dijo ella con vehemente sinceridad.

Los recuerdos de su pasado en común despertaban en Sano serias dudas. Tan sólo esperaba que cumpliera su promesa esta vez y no se acercara ni de lejos al Fantasma. Lo último que necesitaba era tener que preocuparse por su seguridad.

– Entonces, vamos.

Siguieron al ejército por el sendero. Los soldados apagaron sus linternas antes de llegar al linde del bosque. La luna les alumbró el camino mientras bordeaban el valle en fila y en silencio. Sano percibió latidos de emoción en él y en sus hombres, como si compartieran un solo corazón volcado en la batalla. Recordó lo que el sacerdote Ozuno había dicho a Hirata sobre el Fantasma: «Lo mejor es llevar tantos soldados como puedas. Y prepárate para que muchos mueran mientras él se resista al arresto.»

Aun así, Sano tenía confianza en sus hombres y en sí mismo; era imposible que un solo hombre los derrotase a todos. Puede que él ya estuviera condenado, pero esa noche ganaría la batalla. Sintió el roce de la mano de Reiko en la suya al caminar, y reprimió el pensamiento de que ése podía ser su último viaje juntos. En ese momento avistó la casa y la ventana iluminada, pero ninguna otra señal de que estuviera ocupada. Se unió a los soldados entre los árboles, a unos cincuenta pasos de la escalera. El, Hirata y los detectives contemplaron los tres niveles de la casa.

– Es un edificio complicado -comentó Hirata en voz baja.

– Ofrece demasiados sitios donde esconderse -dijo Fukida-. ¿Cómo vamos a encontrarlo ahí dentro?

– Podríamos darle un grito para que saliera y, cuando lo haga, lo arrestamos; fácil -bromeó Marume.

– Tiene infinitas vías para escapar sin que lo veamos -dijo Hirata, estudiando los numerosos balcones y ventanas.

– Eso obra en nuestro favor además del suyo. Usaremos esas vías para caer sobre él sin que se dé cuenta. -Sano dividió sus fuerzas en grupos de tres-. Primero rodearemos la casa para que, aunque Kobori escape del edificio, no pueda salir del terreno. Luego entraremos. -Asignó las diferentes posiciones y cometidos-. Recordad que Kobori es más peligroso que cualquier guerrero que hayáis conocido. No os separéis de vuestro equipo. No peleéis con él a solas.

Mientras un grupo mantenía vigilado el frente de la casa, los demás partieron colina arriba y se confundieron con la oscuridad. Sano dijo:

– Marume-san y Fukida-san, estáis en mi grupo. Hirata-san, tú quédate aquí.

– No, yo os acompaño -replicó Hirata, consternado por la perspectiva de que lo dejaran atrás.

Sano reconocía cuánto se había esforzado Hirata para mantener el ritmo de la investigación y lo mucho que le molestaría perderse el desenlace, pero los dos sabían que no estaba en condiciones de trepar por un terreno abrupto y a oscuras, por no hablar ya de enfrentarse con un asesino implacable. Si los acompañaba, frenaría al resto de los hombres o los pondría en peligro. Sano se aferró a la única excusa capaz de salvar el orgullo de Hirata.

– Cuento con que supervises a estos hombres y protejas a mi esposa -dijo.

Los ojos de Hirata destellaron de humillación a la vez que asentía. Estaba claro que sabía que esos hombres podían supervisarse solos y que los guardias de Reiko la protegerían mejor que él.

– ¿Recordáis las técnicas del viejo sacerdote que os enseñé para combatir a Kobori? -les preguntó a Sano, Marume y Fukida.

Ellos asintieron. Hirata les había dado una breve lección antes de que partieran de Edo. Sano tenía dudas sobre la utilidad de aquello, pero al menos Hirata sentiría que había contribuido en algo a la misión.