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Maliánov revolvió su té y pensó: ¡El maldito! ¡Cómo nos ensartó! ¿Por qué? ¿A qué viene la farsa? Weingarten miraba hacia adelante, los ojos se le abultaban poco a poco, sus gordas mejillas sudorosas se contraían, amenazadoras. Glújov miraba a cada uno por turno, y Zájar esperaba con paciencia… el drama de la pausa del minuto se le escapaba por completo. Viecherovski volvió a hablar.

— Nota. A fin de explicar acontecimientos fantásticos tratamos de usar conceptos que, por fantásticos que fuesen, seguían correspondiendo al reino del entendimiento contemporáneo. Eso no dio nada. Absolutamente nada. Val nos lo demostró de manera convincente. Por lo tanto, es evidente que no tiene sentido aplicar conceptos exteriores al reino del entendimiento contemporáneo. Digamos, por ejemplo, Dios… o cualquier otra cosa. ¿Conclusión?

Weingarten, nervioso, se secó el rostro con la camisa y atacó afiebradamente el té. Maliánov preguntó, con tono ofendido:

—¿Quiere decir que nos hiciste hacer el papel de tontos adrede?

—¿Qué otro remedio me quedaba? — replicó Viecherovski, levantando hasta el cielo raso las malditas cejas rojas—. ¿Probarles que ir a las autoridades sería inútil? ¿Qué carecía de sentido formular el problema como lo hacían? La Unión de los Nueve o Fu Manchú… ¿qué diferencia hay? ¿Qué se puede discutir ahí? Fuese cual fuere la respuesta que obtuviesen, no podía haber una acción práctica basada en ella. Cuando la casa de uno se incendia o es destruida por un huracán o arrastrada por una inundación… uno no piensa en investigar qué le sucedió con exactitud a la casa; piensa en cómo vivirá, dónde vivirá y qué hará a continuación.

— Está tratando de decir… — empezó Maliánov.

— Digo que no les sucedió nada interesante. Aquí no hay nada en que interesarse, nada que estudiar, nada que analizar. Toda esa búsqueda de causas no es otra cosa que un derroche de curiosidad ociosa. No deberían pensar en el tipo de prensa que los oprime; tendrían que pensar en cómo comportarse bajo la presión. Y pensar en eso es mucho más complejo que fantasear acerca del rey Asoka, ¡porque de ahora en adelante cada uno de ustedes está solo! Nadie los ayudará. Nadie les dará consejos. Nadie decidirá por ustedes. Ni los académicos, ni el gobierno, ni siquiera la humanidad progresista… Val lo dejó perfectamente aclarado.

Se puso de pie, se sirvió un poco de té y regresó a su silla… intolerablemente confiado, sereno, elegantemente negligente, todavía parecido a un noble en una recepción diplomática de palacio.

El chico leyó en voz alta:

— «Si el paciente no sigue las órdenes del médico, no toma sus medicinas y abusa del alcohol, más o menos cinco o seis años después la fase secundaria de la enfermedad es seguida por la tercera y última etapa.»

Zájar suspiró.

—¿Pero por qué? ¿Por qué yo?

Viecherovski depositó la taza en el platillo, con un leve repiqueteo, y el conjunto en la mesa, a su lado.

— Porque nuestra era sigue vestida de negro — explicó, secándose los labios equinos, de color gris rosado, con un níveo pañuelo blanco—. Todavía usa sombrero de copa, y aún seguimos corriendo, y cuando el reloj marca la hora de la inacción y la hora de despedirse de las ocupaciones cotidianas, llega el momento de la división, y ya no soñamos con nada…

— Al demonio contigo — dijo Maliánov, y Viecherovski lanzó remilgadas risotadas marcianas.

Weingarten tomó del cenicero una colilla bastante larga, se la metió entre los gruesos labios, encendió un fósforo, y durante un rato continuó sentado, los ojos, bizcos, concentrados en la punta ardiente.

— En verdad — murmuró—, ¿tiene importancia qué poder es… mientras sea más poderoso que los humanos? — Inhaló—. Un pulgón aplastado por un ladrillo y un pulgón aplastado por una moneda… pero yo no soy un pulgón. Puedo elegir.

Zájar lo miró, esperanzado, pero Weingarten no agregó nada más. Elegir, pero Maliánov. Eso se dice con facilidad.

—¡Eso se dice con facilidad… elegir! — comenzó a decir Zájar, pero Glújov empezó a hablar. Zájar lo miró, esperanzado.

— Pero es evidente — dijo Glújov con sentimiento poco habitual—. ¿No resulta claro lo que deben elegir? Por supuesto que no los telescopios y los tubos de ensayo. ¡Qué se ahoguen con sus telescopios! ¡Y los gases de difusión! ¡Hay qué vivir, amar, sentir la naturaleza… sentirla de veras, no hurgar en ella! Ahora, cuando miro un árbol o un arbusto, sé que es mi amigo, que existimos el uno para el otro, que nos necesitamos.

—¿Ahora? — preguntó Viecherovski en voz alta.

Glújov se interrumpió, tartamudeando.

—¿Perdón?

— Nos hemos conocido, ¿sabes, Vladen? — dijo Viecherovski—. ¿Recuerdas? ¿Estonia, la escuela de lingüística matemática? El sauna, la cerveza.

— Sí, sí —dijo Glújov bajando los ojos—. Sí.

— Entonces eras muy distinto — declaró Viecherovski.

— Bueno, entonces… — empezó a decir Glújov—. Los barones envejecen, ¿sabes?

— Los barones también luchan — replicó Viecherovski—. No fue hace tanto tiempo.

Glújov extendió las manos en silencio.

Maliánov no entendió nada de ese interludio, pero había algo en él, algo desagradable, siniestro, lo que se decían tenía algún motivó. Y en apariencia Zájar había entendido, a su manera. Maliánov percibió algún insulto para él en el breve intercambio de palabras, porque de pronto, con aspereza poco común, casi con furia, le gritó a Viecherovski:

—¡Mataron a Snegovoi! A ti te resulta fácil hablar, Filíp, ¡no te tienen agarrado de la garganta, no te pasa nada!

Viecherovski asintió.

— Sí —dijo—. No me pasa nada. Yo estoy bien, y Vladen, aquí presente, también está bien. ¿No es cierto, Vladen?

El hombrecito tranquilo, de ojos de conejo detrás de las gruesas lentes con marco de acero, volvió a extender las manos en silencio. Luego se puso de pie, eludiendo la mirada de todos, y dijo:

— Perdónenme, amigos, pero es hora de que me vaya. Se hace tarde.

CAPÍTULO 8

EXTRACTO 15…—¿Quieres pasar la noche en mi casa? — preguntó Viecherovski.

Maliánov lavaba los platos y pensaba en e! ofrecimiento. Viecherovski no lo apremiaba para que respondiese. Regresó a la habitación, se movió por ella de un lado a otro, y luego regresó con un montículo de desperdicios en un periódico mojado, que dejó caer en el tacho de desperdicios. Después tomó una toalla y secó la mesa de la cocina.

En verdad, luego de los sucesos y conversaciones del día, Maliánov no sentía deseos de estar solo. Por otro lado, no estaba bien abandonar el departamento y salir corriendo. Parecerá como si hubiesen logrado ahuyentarme, en fin de cuentas, pensó. Y odio dormir en otra parte, ni siquiera en casa de amigos. Ni siquiera en la de Viecherovski. De pronto olió el aroma del café. La taza rosada, delicada como un pétalo de rosa, y en ella… el mágico elixir a la Viecherovski. Pero pensándolo bien, no se bebe eso a la hora de acostarse. Podía beber café por la mañana.

Lavó el último platillo, lo puso en el escurridor, secó como pudo el charco del linóleo, y fue a su habitación. Viecherovski se encontraba en la butaca, de frente a la ventana. El cielo estaba de un color rosa dorado, y la luna nueva se encaramaba sobre el alto edificio, como sobre un minarete. Maliánov volvió la silla hacia la ventana y se sentó. Estaban separados por el escritorio, que Viecherovski había ordenado: los anotadores formaban una pulcra pila, no se veían ni rastros de la provisión semanal de polvo, y los tres lápices y la estilográfica se hallaban alineados junto al calendario. Mientras Maliánov lavaba los platos, Viecherovski se las arregló para hacer que la habitación brillara — sólo le faltaba una pasada de la aspiradora—, y sin embargo seguía estando elegante, suave, y sin una sola mancha en el traje color crema. Ni siquiera se puso sudoroso, lo cual resultaba fantástico. En tanto que Maliánov, aunque se había puesto el delantal de Irina, tenía el vientre mojado, como Weingarten. Si el vientre de una mujer está mojado después de lavar los platos, significa que su esposo es un borrachín. ¿Pero y si está mojado el vientre del esposo?