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Desde el mes de abril ni siquiera había conectado el cable de la banda ancha a su propio ordenador. Utilizó la conexión de Lisbeth, inició el ICQ y abrió la dirección que ella había creado exclusivamente para él y que le había comunicado a través del foro de Yahoo [La_Mesa_Chalada].

– Hola, Sally.

– Dime.

– He reelaborado los dos capítulos de los que estuvimos hablando el otro día. Tienes la nueva versión en Yahoo. ¿Qué tal te va?

– He terminado diecisiete páginas. Ahora mismo las subo a La Mesa Chalada.

Clin

– Vale. Ya las tengo. Déjame leerlas y luego hablamos.

– Otra cosa.

– ¿Qué?

– He creado otro foro en Yahoo llamado Los Caballeros.

Mikael sonrió.

– Vale. Los Caballeros de la Mesa Chalada.

– Contraseña: yacaracaI2.

– De acuerdo.

– Cuatro miembros: tú, yo, Plague y Trinity.

– Tus misteriosos amigos de la red.

– Por si acaso.

– Vale.

– Plague ha copiado información del ordenador del fiscal Ekström. Lo pirateamos en abril.

– Vale.

– Si pierdo el ordenador de mano, él te mantendrá informado.

– Muy bien. Gracias.

Mikael cerró el ICQ y entró en el recién creado foro de Yahoo [Los_Caballeros]. Todo lo que encontró fue un enlace de Plague a una anónima dirección http que sólo estaba compuesta por números. Copió la dirección en el Explorer, le dio al botón de Enter y accedió en el acto a una página web de algún lugar de la red que contenía los dieciséis gigabytes que conformaban el disco duro del fiscal Richard Ekström.

Plague no se había complicado la vida al copiar, tal cual, el disco duro de Ekström. Mikael dedicó más de una hora a organizar el contenido. Pasó de los archivos del sistema, de los programas y de una infinita cantidad de sumarios que parecían remontarse a varios años atrás. Al final descargó cuatro carpetas. Tres de ellas se llamaban [Sum/Sal], [Papelera/Sal] y [Sum/Niedermann] respectivamente. La cuarta carpeta era una copia de todos los correos que el fiscal Ekström había recibido hasta las dos de la tarde del día anterior.

– Gracias, Plague -dijo Mikael Blomkvist para sí mismo.

Tardó tres horas en leer el sumario y la estrategia de Ekström para el juicio contra Lisbeth Salander. Como cabía esperar, gran parte de la estrategia se centraba en torno a su estado mental. Ekström solicitaba un examen psiquiátrico a fondo y había enviado una gran cantidad de correos con el objetivo de agilizar el traslado de Lisbeth Salander a los calabozos de Kronoberg.

Mikael pudo constatar que las pesquisas para dar con Niedermann parecían haberse estancado. El jefe de la investigación era Bublanski. Había conseguido encontrar ciertas pruebas forenses que inculpaban a Niedermann en el caso de los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman, así como en el del abogado Bjurman. El propio Mikael Blomkvist había aportado una buena parte de esas pruebas durante los tres largos interrogatorios a los que le sometieron en el mes de abril, de modo que, si alguna vez cogieran a Niedermann, se vería obligado a testificar. Al final consiguieron asociar el ADN de unas gotas de sudor y de dos pelos que recogieron en el apartamento de Bjurman con el ADN encontrado en la habitación de Niedermann en Gosseberga. El mismo ADN también fue hallado en abundancia en los restos del experto financiero de Svavelsjö MC, Viktor Göransson.

Sin embargo, Ekström contaba con una información tan escasa sobre Zalachenko que resultaba muy extraño.

Mikael encendió un cigarrillo, se acercó a la ventana y miró hacia Djurgården.

En la actualidad, Ekström instruía dos sumarios que habían sido separados por completo: el inspector Hans Faste era el jefe de la investigación de todo lo relacionado con Lisbeth Salander; Bublanski se ocupaba únicamente de Niedermann.

Lo normal habría sido, cuando apareció el nombre de Zalachenko en la investigación preliminar, que Ekström hubiera contactado con el jefe de la policía de seguridad para preguntarle por la verdadera identidad de esa persona. Mikael no pudo encontrar entre los correos de Ekström -ni en su agenda, ni en sus apuntes- nada que probara que ese contacto se había producido. En cambio, resultaba evidente que poseía cierta información sobre Zalachenko: entre sus notas encontró varias frases crípticas:

La investigación sobre Salander es falsa. El original de Björck no se corresponde con la versión de Blomkvist. Confidencial.

Mmm. Luego unos cuantos apuntes que afirmaban que Lisbeth Salander era una esquizofrénica paranoica:

Correcto encerrar a Salander en 1991.

El vínculo entre ambas investigaciones lo encontró Mikael en [Papelera/Sal], es decir, toda esa información adicional que el fiscal consideraba irrelevante para el caso y que, por lo tanto, no se iba a usar en el juicio ni iba a formar parte de la serie de pruebas que se aportaran contra ella. Allí se hallaba casi todo lo que tenía que ver con el pasado de Zalachenko.

La investigación era penosa.

Mikael se preguntó cuánto había sido fruto de la casualidad y cuánto orquestado. ¿Dónde estaba el límite que separaba una cosa de la otra? ¿Era Ekström consciente de la existencia de ese límite?

¿O podría ser que alguien le proporcionara a Ekström, conscientemente, una información creíble pero falsa?

Por último, entró en Hotmail y dedicó los diez minutos siguientes a comprobar la media docena de cuentas anónimas de correo electrónico que había creado. Todos los días consultaba religiosamente la dirección de Hotmail que le había facilitado a la inspectora Sonja Modig. No albergaba mayores esperanzas de que ella diera señales de vida. Por eso, se quedó algo asombrado cuando abrió el buzón y encontró un correo de compañ[email protected]. El mensaje constaba de una sola línea.

Café Madeleine, planta superior, 11.00 horas, sábado.

Mikael Blomkvist asintió pensativo.

Plague pinchó sobre Lisbeth Salander a medianoche y la pilló en mitad de una frase que ella estaba escribiendo y que hablaba de su vida con Holger Palmgren como administrador. Algo irritada, dirigió la mirada a la pantalla.

– ¿Qué quieres?

– Hola, Wasp; yo también me alegro de saber de ti.

– Vale, vale. ¿Qué?

– Teleborian.

Se incorporó en la cama y clavó una tensa mirada en la pantalla del ordenador.

– Cuéntame.

– Trinity lo ha arreglado todo en un tiempo récord.

– ¿Cómo?

– El loquero no para quieto. Se pasa la vida viajando entre Uppsala y Estocolmo y no podemos hacer un hostile takeover.

– Ya lo sé. ¿Cómo?

– Juega al tenis dos veces por semana. Más de dos horas. Dejó el ordenador en el coche en un aparcamiento subterráneo.

– Ajá.

– Trinity no tuvo ningún problema para desactivar la alarma del coche y sacar el ordenador. Sólo necesitó treinta minutos para copiarlo todo con el Firewire e instalarle el Asphyxia.

– ¿Dónde?

Plague le dio la dirección http del servidor donde guardaba el disco duro de Peter Teleborian.

– Como diría Trinity: This is some nasty shit.

– ¿…?

– Échale un vistazo a su disco duro.

Lisbeth Salander se desconectó de Plague y entró en Internet para buscar el servidor que éste le había indicado. Dedicó las siguientes tres horas a examinar, carpeta por carpeta, el ordenador de Teleborian.

Se topó con cierta correspondencia que Teleborian había mantenido con una persona que, desde una dirección de Hotmail, le había enviado una serie de correos encriptados. Como Lisbeth tenía acceso a la clave PGP de Teleborian, no le costó nada leerlos. Su nombre era Jonas; allí no figuraba ningún apellido. Jonas y Teleborian compartían un interés malsano por la falta de salud de Lisbeth Salander.

Yes… podemos probar que existe una conspiración.

Pero lo que realmente le interesó a Lisbeth Salander fueron cuarenta y siete carpetas que contenían ocho mil setecientas cincuenta y seis fotografías de pornografía infantil dura. Las abrió una a una y vio que se trataba de chicos que rondaban los quince años, si no menos. En una de las series aparecían niños de muy corta edad. La mayoría eran niñas. Varias de las imágenes tenían un contenido sádico.