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– Entiendo. De ahí tu pregunta sobre la credibilidad… ¿Cuándo necesitas ver al primer ministro?

– Esta misma noche si es posible.

– Me estás empezando a preocupar.

– Por desgracia, tienes razones para ello.

– ¿Cuánto tiempo durará la reunión?

Edklinth reflexionó.

– Me llevará una hora resumir todos los detalles.

– Te llamo dentro de un rato.

El ministro de Justicia volvió a llamar transcurridos quince minutos y le comunicó a Torsten Edklinth que el primer ministro podría recibirlo en su domicilio a las 21.30 horas de esa misma noche. A Edklinth le sudaba la mano cuando colgó. Bueno… Mañana por la mañana mi carrera podría finalizar.

Volvió a coger el teléfono y llamó a Monica Figuerola.

– Hola, Monica. Tienes servicio esta noche. Preséntate aquí a las 21.00. Correctamente vestida.

– Yo siempre voy correctamente vestida -dijo Monica Figuerola.

El primer ministro contempló al jefe de protección constitucional con un aire que más bien podría describirse como desconfiado. A Edklinth le dio la sensación de que, tras las gafas del primer ministro, había unas ruedas dentadas girando a toda velocidad.

Luego, el primer ministro desplazó la mirada hasta donde estaba Monica Figuerola, que no había dicho nada en toda la hora que duró la presentación. Vio a una mujer inusualmente alta y musculosa que le devolvió una mirada educada y expectante. Acto seguido, observó al ministro de Justicia, que se había puesto algo pálido durante la presentación.

Por último, el primer ministro inspiró profundamente, se quitó las gafas y permaneció un largo instante mirando al vacío.

– Creo que necesitamos más café -acabó diciendo.

– Sí, por favor -pidió Monica Figuerola.

Edklint asintió con la cabeza y el ministro de Justicia se lo sirvió de una cafetera termo que se hallaba sobre la mesa.

– Déjeme resumírselo para asegurarme de que lo he entendido bien -dijo el primer ministro-: Sospecha usted que hay una conspiración dentro de la policía de seguridad que está actuando al margen de su misión constitucional, y que esa conspiración se ha dedicado durante muchos años a algo que se podría denominar actividades delictivas.

Edklinth asintió.

– ¿Y viene a verme a mí porque no confía en la Dirección de la Policía de Seguridad?

– Bueno -contestó Edklinth-. Decidí dirigirme directamente a usted porque esas actividades violan la Constitución, pero no conozco el objetivo de la conspiración ni tampoco si he interpretado algo mal. A lo mejor resulta que la actividad es legítima y está autorizada por el gobierno. En ese caso, podría estar actuando basándome en una información errónea o en un malentendido y se correría el riesgo de que yo desvelara una operación secreta en curso.

El primer ministro miró al ministro de Justicia. Los dos entendían que Edklinth estaba cubriéndose las espaldas.

– Nunca he oído hablar de nada parecido. ¿Tu sabes algo de todo esto?

– En absoluto -contestó el ministro de Justicia-. No he visto nada en ningún informe de la policía de seguridad que pueda hacer referencia a algo así.

– Mikael Blomkvist piensa que se trata de una fracción dentro de la Säpo. El los llama El club de Zalachenko.

– Ni siquiera he oído hablar jamás de que Suecia haya recibido y mantenido a un desertor ruso de ese calibre… Así que desertó durante el gobierno de Fälldin.-Me cuesta creer que Fälldin ocultara semejante información -dijo el ministro de Justicia-. Una deserción así debería haber sido un asunto de alta prioridad a la hora de informar al siguiente gobierno.

Edklinth carraspeó.

– Ese gobierno de centro-derecha cedió el poder al gobierno de Olof Palme. No es ningún secreto que algunos de los que me precedieron en la DGP /Seg albergaban unas ideas bastante curiosas sobre Palme…

– ¿Quiere eso decir que a alguien se le olvidó informar al gobierno socialdemócrata?…

Edklinth asintió.

– Quiero recordarles que Fälldin estuvo en el poder durante dos mandatos. Y en ambos se resquebrajó el gobierno de coalición. Al principio le entregó el poder a Ola Ullsten, quien lideró un gobierno de minoría en 1979. Luego, el gobierno volvió a romperse una vez más, cuando el Partido Moderado abandonó y Fälldin gobernó con los liberales. Lo más seguro es que, durante el traspaso de poderes al gobierno entrante se produjera un cierto caos en la Cancillería del gobierno. Es incluso posible que un asunto como el de Zalachenko se mantuviese dentro de un círculo tan reducido que, simplemente, el primer ministro Fälldin no estuviera muy al corriente y que por eso no tuviera en realidad nada sustancial sobre lo que informar a Palme.

– Y en ese caso ¿quién es el responsable? -preguntó el primer ministro.

Todos menos Monica Figuerola negaron con la cabeza.

– Supongo que resulta inevitable que esto se filtre a los medios de comunicación -dijo el primer ministro.

– Lo van a publicar Mikael Blomkvist y Millennium. Dicho de otro modo: nos encontramos en una situación que nos obliga a actuar.

Edklinth se afanó en incluir las palabras «nos encontramos». El primer ministro asintió. Se dio cuenta de la gravedad de la situación.

– Bueno, ante todo debo agradecerle que haya venido a informarme de este asunto con tanta celeridad: No suelo aceptar este tipo de visitas apresuradas, pero el ministro de Justicia me dijo que usted era una persona sensata y que algo extraordinario tenía que haber ocurrido para que quisiera verme saltándose todos los cauces normales.

Edlinth suspiró algo aliviado. Pasara lo que pasase, por lo menos no sería objeto de la ira del primer ministro.

– Ahora sólo nos queda decidir cómo actuar. ¿Tiene alguna idea?

– Quizá -contestó Edklinth dubitativo.

Permaneció callado tanto tiempo que Monica Figuerola carraspeó.

– ¿Podría decir algo?

– Adelante -le respondió el primer ministro.

– Si resulta que el gobierno no está al tanto de esta operación, entonces es ilegal. El responsable en esos casos es el delincuente, o sea, el o los funcionarios que hayan sobrepasado sus límites. Si podemos verificar todas las afirmaciones que hace Mikael Blomkvist, un grupo de empleados de la policía de seguridad se ha dedicado a realizar actividades delictivas. A partir de ahí el problema se divide en dos.

– ¿Qué quiere usted decir?

– Primero hay que responder a la pregunta de cómo ha sido posible todo esto. ¿De quién es la responsabilidad? ¿Cómo ha podido surgir una conspiración así dentro del marco de una organización policial establecida? Quiero recordarles que yo misma trabajo para la DGP /Seg y que estoy orgullosa de hacerlo. ¿Cómo ha podido prolongarse durante tanto tiempo? ¿Cómo han podido ocultar y financiar las actividades?

El primer ministro asintió.

– Por lo que se refiere a ese primer aspecto, ya se escribirán libros sobre todo eso -prosiguió Monica Figuerola-. Pero una cosa está clara: tiene que haber una financiación y estamos hablando, como poco, de varios millones de coronas al año. He echado un vistazo al presupuesto de la policía de seguridad y no he encontrado nada que pueda hacer referencia al club de Zalachenko. Pero, como usted bien sabe, hay una serie de fondos ocultos a los que tienen acceso el jefe administrativo y el jefe de presupuesto, pero no yo.

El primer ministro asintió apesadumbrado. ¿Por qué la gestión de la Säpo tenía que ser siempre una pesadilla?

– El otro aspecto del problema versa sobre las personas involucradas. O, más concretamente, sobre las que habría que detener.

El primer ministro hizo una mueca.

– Desde mi punto de vista, todas esas cuestiones dependen de la decisión que usted tome durante los próximos minutos.

Torsten Edklinth contuvo la respiración. Si hubiese podido darle una patada en la espinilla a Monica Figuerola, lo habría hecho: al afirmar que el responsable era el primer ministro en persona, se acababa de cargar de un solo golpe toda la retórica. Él ya había pensado llegar a la misma conclusión, pero no sin antes dar un largo rodeo diplomático.