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Monica Figuerola salió del vehículo y giró a la izquierda entrando por Brännkyrkagatan con dirección a Slussen. Casi había llegado a Pustegränd cuando la mujer de la cámara apareció ante ella. Bingo. La siguió. Pasó el Hilton y fue a salir a Södermalmstorg, frente al museo de la ciudad, en Slussen. La mujer caminaba apresurada y decididamente sin mirar a su alrededor. Monica Figuerola le dio unos treinta metros. Desapareció por la entrada del metro de Slussen y Monica Figuerola aligeró el paso, pero se detuvo al ver que la mujer se dirigía al quiosco de Pressbyrån en vez de pasar por los torniquetes.

Monica Figuerola contempló a la mujer mientras ésta esperaba su turno. Medía poco más de un metro y setenta centímetros y parecía estar en relativa buena forma. Llevaba zapatillas de hacer footing. Cuando la vio plantada allí de pie, frente a la ventanilla del quiosco, a Monica Figuerola se le ocurrió de repente que se trataba de una policía. La mujer compró una cajita de snus Catch Dry, volvió a salir a Södermalmstorg y giró a la derecha por Katarinavägen.

Monica Figuerola la siguió. Estaba bastante segura de que la mujer no había reparado en su presencia. A la altura de McDonald's, ésta desapareció de su campo de visión al doblar la esquina y Monica fue tras ella a toda prisa, aunque manteniendo una distancia de unos cuarenta metros.

Al volver la esquina, la mujer se había esfumado sin dejar rastro. Monica Figuerola se detuvo asombrada. Mierda. Paseó despacio examinando los portales. Luego sus ojos se fijaron en un letrero: Milton Security.

Monica Figuerola asintió para sí misma y regresó caminando a Bellmansgatan.

Cogió el coche, subió hasta Götgatan, donde se encontraba la redacción de Millennium, y se pasó la siguiente media hora dando vueltas por las calles aledañas a la redacción. Fue incapaz de encontrar el coche de Mårtensson. A la hora de comer, volvió a la jefatura de Kungsholmen y estuvo una hora haciendo pesas en el gimnasio.

– Tenemos un problema -dijo Henry Cortez.

Malin Eriksson y Mikael Blomkvist levantaron la vista del manuscrito del libro sobre el caso Zalachenko. Era la una y media de la tarde.

– Siéntate -dijo Malin.

– Se trata de Vitavara AB, la empresa que fabrica inodoros en Vietnam para venderlos luego a mil setecientas coronas la unidad.

– Vale. ¿Y en qué consiste el problema? -preguntó Mikael.

– Vitavara AB es una filial de SveaBygg AB.

– Ya. Es una empresa bastante grande.

– Sí. El presidente de la junta directiva se llama Magnus Borgsjö y es un profesional de las juntas directivas. Entre otras, preside la del Svenska Morgon-Posten, de la cual posee más del diez por ciento.

Mikael le echó una incisiva mirada a Henry Cortez.

– ¿Estás seguro?

– Sí. El jefe de Erika Berger es un puto delincuente que utiliza mano de obra infantil en Vietnam.

– ¡Ufff! -soltó Malin Eriksson.

El secretario de redacción, Peter Fredriksson, parecía sentirse incómodo cuando, con toda prudencia, llamó a la puerta de Erika Berger sobre las dos de la tarde.

– Sí.

– Bueno, verás, me da un poco de vergüenza. Pero hay alguien de la redacción que ha recibido un correo tuyo.

– ¿Mío?

– Sí. Me temo que sí.

– ¿Y de qué trata?

Le dio unos folios que contenían unos cuantos correos dirigidos a una tal Eva Carlsson, una suplente de veintiséis años de la sección de cultura. En la casilla del remitente se podía leer [email protected].

Eva, amor mío: Quiero acariciarte y besarte los pechos. Ardo en deseos y no me puedo controlar. Te pido que correspondas a mis sentimientos. ¿Podríamos vernos? Erika.

Eva Carlsson no había contestado a esta primera propuesta, lo cual provocó otros dos correos durante los siguientes días:

Eva, mi amor: Te pido que no me rechaces. Estoy loca de deseo. Te quiero desnuda. Tengo que poseerte. Haré que lo pases muy bien. Nunca te arrepentirás. Voy a besar cada centímetro de tu desnuda piel, tus hermosos pechos y tu deliciosa cueva. Erika.

Eva: ¿Por qué no contestas? No tengas miedo. No me rechaces. Tú ya no eres virgen; ya sabes de qué va esto. Quiero acostarme contigo, te recompensaré de sobra. Si tú eres buena conmigo, yo lo seré contigo. Has pedido que se te prolongue la suplencia. En mi mano está prolongarla e incluso convertirla en un puesto fijo. Te espero esta noche a las 21.00 en el aparcamiento, junto a mi coche. Tu Erika.

– Vale -dijo Erika Berger-. Y ahora ella se está preguntando si soy yo la que le está enviando esas cochinas proposiciones.

– No exactamente… Quiero decir… Bah…

– Peter, habla claro.

– Puede que lo medio pensara en un primer momento, cuando recibió el primer correo, o, por lo menos, que se sorprendiera bastante. Pero luego se dio cuenta de que era absurdo y de que ése no era precisamente tu estilo. Y…

– ¿Y qué?

– Bueno, pues que le da corte y no sabe qué hacer: Hay que mencionar también que te admira mucho y que le gustas mucho… como jefa, quiero decir. Así que ha venido a verme y me ha pedido consejo.

– Entiendo. ¿Y tú qué le has dicho?

– Le he dicho que esto es obra de alguien que ha falsificado tu dirección de correo y que la está acosando. O que os está acosando a las dos. Y me he ofrecido a hablar contigo sobre el asunto.

– Gracias. ¿Puedes hacerme el favor de decirle que venga a verme dentro de diez minutos?

Erika empleó ese tiempo en escribir un correo cien por cien suyo:

Debido a los hechos acontecidos debo informar de que una colaboradora del SMP ha recibido una serie de correos electrónicos que dan la impresión de haber sido enviados por mí y que contienen groseras insinuaciones sexuales. Yo misma he recibido unos cuantos correos de contenido vulgar de una presunta «redacción central» del SMP. Como ya sabéis, no existe tal dirección en el periódico.

He consultado con el jefe técnico y me ha dicho que es muy fácil falsificar una dirección de correo electrónico. No sé muy bien cómo se hace pero, al parecer, hay páginas web en Internet donde se pueden conseguir cosas así. Por desgracia, debo llegar a la conclusión de que hay alguna persona enferma que se está dedicando a esto.

Quiero saber si hay más colaboradores que hayan recibido correos electrónicos raros. En tal caso, quiero que se pongan inmediatamente en contacto con el secretario de redacción, Peter Fredriksson. Si esta ignominia continúa, tendremos que considerar la posibilidad de denunciarlo a la policía.

Erika Berger, redactora jefe.

Lo imprimió y luego le dio a «enviar» para que les llegara a todos los empleados del SMP. En el mismo instante, Eva Carlsson llamó a la puerta.

– Hola. Siéntate -le pidió Erika-. Me han dicho que has recibido correos míos.

– Bah, no creo que sean tuyos.

– Pues hace treinta segundos sí has recibido uno mío. Lo he redactado yo misma y se lo he enviado a todos los empleados.

Le dio a Eva Carlsson la hoja impresa.

– De acuerdo. Muy bien -dijo Eva Carlsson.

– Lamento que alguien te haya elegido como blanco para esta desagradable campaña.

– No tienes que pedir perdón por algo que es obra de algún chalado.

– Sólo quería asegurarme de que no te quedaba ninguna sospecha en cuanto a mi relación con esos correos.

– Nunca he pensado que los hayas mandado tú.

– Vale, gracias -respondió Erika sonriendo.

Monica Figuerola dedicó la tarde a recabar información. Empezó solicitando al registro de pasaportes una foto de Lars Faulsson para verificar que se trataba de la persona a la que había visto en compañía de Göran Mårtensson. Luego efectuó una búsqueda en el registro criminal y obtuvo un rápido resultado.

Lars Faulsson, de cuarenta y siete años de edad y conocido con el apodo de Falun, inició su carrera con el robo de un coche cuando contaba diecisiete. En los años setenta y ochenta fue detenido en dos ocasiones y procesado por robo, hurto grave y receptación. La primera vez lo condenaron a una pena de cárcel no muy dura y la segunda a tres años de reclusión. Por aquel entonces era considerado como up and coming en los círculos delictivos. Lo interrogaron como sospechoso de al menos otros tres robos, uno de los cuales fue un golpe relativamente complicado que recibió mucha atención mediática y en el que abrieron la caja fuerte de unos grandes almacenes de Västerås. A partir de 1984, una vez cumplida la condena se mantuvo a raya, o como mínimo no participó en ningún golpe que acabara en arresto o condena. Se reeducó como cerrajero (¡menuda casualidad!) y en 1987 fundó su propia empresa: Cerrajería Lars Faulsson, con domicilio fiscal en Norrtull.