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Göran Mårtensson abandonó la vivienda a las 07.40 de la mañana. Se metió en su Volvo, condujo en dirección al centro de la ciudad y luego giró y pasó por Stora Essingen y Gröndal hasta llegar a Södermalm. Enfiló Hornsgatan y llegó a Bellmansgatan por Brännkyrkagatan. Torció a la izquierda entrando en Tavastgatan a la altura del pub Bishop's Arms y aparcó en la misma esquina.

Monica Figuerola tuvo una suerte loca. Justo cuando se encontraba delante de Bishop's Arms, una furgoneta salió y le dejó un sitio en plena Bellmansgatan. Aparcó con el morro del coche mirando al cruce de Bellmansgatan con Tavastgatan. Desde allí, en lo alto de la calle, ante la misma puerta del Bishop's Arms, poseía unas estupendas vistas del escenario. Pudo ver un trozo de la luna trasera del Volvo de Mårtensson, que estaba aparcado en Tavastgatan. Bellmansgatan 1 quedaba justo enfrente, en la terriblemente empinada cuesta que descendía hasta Pryssgränd. Monica Figuerola divisaba un lado de la fachada, pero no el portal; aunque si alguien saliera a la calle, lo vería. No le cabía la menor duda de que ésa era la casa que había provocado la visita de Göran Mårtensson al barrio: se trataba del portal de Mikael Blomkvist.

Monica Figuerola constató que las inmediaciones de Bellmansgatan 1 resultaban una pesadilla a la hora de vigilarlas. Los únicos lugares desde los cuales se observaba directamente el portal, situado allí abajo, en la hondonada de Bellmansgatan, eran el paseo y la pasarela que se hallaban en lo alto de la calle, junto a Mariahissen y el edificio de Laurinska huset. Allí no había ningún sitio para aparcar, y un observador en esa pasarela quedaría tan desprotegido como una golondrina en un viejo cable telefónico. El cruce de Bellmansgatan con Tavastgatan donde Monica Figuerola había conseguido aparcar era, en principio, el único lugar desde donde podía controlar toda la zona sentada en el coche. Pero también era un sitio malo, ya que resultaba fácil que una persona atenta se fijara en ella.

Volvió la cabeza. No quería abandonar el coche y ponerse a deambular por la zona; era consciente de que su presencia no pasaba desapercibida. En lo que a su trabajo policial se refería, su físico obraba en su contra.

Mikael Blomkvist salió del portal a las nueve y diez. Monica Figuerola apuntó la hora. Lo vio barrer con la mirada la pasarela de la parte alta de Bellmansgatan. Luego él echó a andar subiendo la cuesta directo hacia ella.

Monica Figuerola sacó de la guantera un plano de Estocolmo que desplegó sobre el asiento de copiloto. Luego abrió un cuaderno, cogió un bolígrafo del bolsillo de la cazadora, se llevó el móvil a la oreja y fingió hablar por teléfono. Mantuvo la cabeza inclinada, de modo que entre la mano y el teléfono pudo ocultar una parte de su cara.

Se percató de que Mikael Blomkvist le echó un rápido vistazo a Tavastgatan. Sabía que lo estaban vigilando y sin duda advirtió el coche de Göran Mårtensson, pero continuó andando tranquilamente sin prestarle la más mínima atención. Actúa con calma y mantiene la cabeza fría. Otros habrían abierto la puerta del coche y le hubieran dado una paliza a su ocupante.

Un instante después pasó por delante de ella. Monica Figuerola estaba muy ocupada buscando alguna calle en el plano de Estocolmo mientras hablaba por el móvil, pero se dio cuenta de que Mikael Blomkvist la miró. Desconfiado con todo lo que le rodea. Él continuó andando hacia Hornsgatan y ella lo siguió por el retrovisor del copiloto. Lo había visto en la tele un par de veces, pero ésta era la primera que lo veía en persona. Vestía vaqueros, camiseta y una americana gris, y llevaba al hombro una cartera. Caminaba dando largos y despreocupados pasos. Un hombre bastante atractivo.

Göran Mårtensson apareció en la esquina del Bishop's Arms y siguió a Mikael Blomkvist con la mirada. Le colgaba del hombro una bolsa de deporte bastante grande y acababa de hablar por el móvil. Monica esperaba que echara a andar tras Mikael Blomkvist pero, para su gran asombro, cruzó la calle justo delante de su coche y giró a la izquierda para, a continuación, bajar hacia la casa de Blomkvist. Un segundo después, un hombre con un mono azul pasó por delante del coche de Monica Figuerola y se unió a Mårtensson. Pero, bueno, ¿y tú de dónde has salido?

Se detuvieron ante el portal de Bellmansgatan 1. Mårtensson marcó el código y entraron. Piensan entrar en la casa. Menudo espectáculo están dando estos aficionados. ¿Quédiablos creen que están haciendo?

Monica Figuerola miró por el retrovisor y se sobresaltó cuando, de repente, descubrió a Mikael Blomkvist de nuevo. Había vuelto y se encontraba a unos diez metros de ella, justo a una distancia y a una altura que le permitía seguir con la vista -mirando por encima de lo más alto de la empinada cuesta que bajaba luego hacia Bellmansgatan 1- a Mårtensson y su cómplice. Ella contempló el rostro de Blomkvist. Él no la miró. En cambio, había visto a Göran Mårtensson entrando en el portal. Un instante después, Blomkvist dio media vuelta y continuó caminando hacia Hornsgatan.

Monica Figuerola se quedó quieta durante treinta segundos. Sabe que lo están vigilando. Controla su entorno. Pero ¿por qué no actúa? Otro, en su lugar, removería cielo y tierra… Está tramando algo.

Mikael Blomkvist colgó el teléfono y contempló pensativo el cuaderno que se hallaba sobre la mesa. Desde el registro de vehículos le acababan de informar de que el coche, cuya presencia había advertido en lo más alto de la cuesta de Bellmansgatan, con una mujer rubia en su interior, pertenecía a una tal Monica Figuerola, nacida en 1969 y residente en Pontonjärgatan, Kungsholmen. Resultando ser una mujer la que se encontraba en el automóvil, Mikael supuso que se podía tratar de la propia Figuerola.

La vio hablar por el móvil y consultar un plano que estaba desplegado en el asiento del copiloto. Mikael carecía de razones para sospechar que tuviera algo que ver con el club de Zalachenko, pero lo cierto era que ahora se fijaba en cualquier detalle de su alrededor que se saliera de lo normal, sobre todo en las inmediaciones de su casa.

Alzó la voz y llamó a Lottie Karim.

– ¿Quién es esta chica? Busca una foto suya en el registro de pasaportes, averigua dónde trabaja y todo lo que puedas sobre su pasado.

– Vale -dijo Lottie, y volvió a su mesa.

El jefe de asuntos económicos del SMP, Christer Sellberg, parecía más bien sorprendido. Dejó de lado esa hoja con nueve puntos breves que Erika Berger había presentado en la reunión semanal de la comisión presupuestaria. El jefe de presupuesto, Ulf Flodin, daba la impresión de estar preocupado. El presidente de la junta, Borgsjö, presentaba como siempre un aspecto neutro.

– Esto es imposible -constató Sellberg con una educada sonrisa.

– ¿Por qué? -preguntó Erika Berger.

– La junta nunca lo aprobará. No tiene ni pies ni cabeza.

– Volvamos al principio -propuso Erika Berger-. A mí me han contratado para que el SMP vuelva a reportar beneficios. Pero para conseguirlo, necesito algo con lo que trabajar, ¿no?

– Sí, pero…

– No puedo sacarme de la manga el contenido del periódico como por arte de magia, formulando deseos desde mi jaula.

– Me temo que no has entendido cuál es nuestra realidad económica.

– Es posible. Pero sé cómo hacer un periódico. Y la realidad es que durante los últimos quince años la plantilla del SMP se ha visto reducida en ciento dieciocho personas. Es cierto que la mitad eran grafistas que han sido sustituidos por las nuevas tecnologías etcétera, pero durante ese mismo tiempo el número de reporteros despedidos ha sido de cuarenta y ocho.

– Esos recortes fueron necesarios. Si no los hubiésemos realizado, haría ya mucho tiempo que el periódico habría cerrado.

– Dejemos por un momento lo que es necesario y lo que no. Durante los últimos tres años han desaparecido dieciocho puestos de reportero. Encima, la situación actual es que nueve puestos del SMP se encuentran vacantes y han sido sólo parcialmente cubiertos por suplentes temporales. La redacción de deportes necesita con urgencia más personal. Se supone que deben ser nueve empleados, pero hace más de un año que están con dos puestos sin cubrir.